(Parte final)
El local aludido estaba a varias cuadras, por lo que se apresuró a cerrar el suyo y con el corazón suspendido en un latido, corrió por las calles solitarias. Cuando estuvo frente al Cervatillo.Net, no pudo reprimir una exclamación en la que se fundían la sorpresa, el espanto y el repudio. Oscar parecía estar alucinado frente a un monitor mientras una atractiva chica sujetaba su mano con delicadeza. Daniela reprimió sus deseos de ingresar violentamente al local y pedir explicación a eso que veían sus ojos. Imperó, en cambio, su cordura y prefirió esperar el momento adecuado para aclarar aquello que, en principio, la dejó desolada.
La misma misteriosa lectura apareció multitud de veces en su computador y pese a sus esfuerzos por conocer a la persona que estaba detrás de esto, lo único que consiguió fue alejarse paulatinamente de Oscar ya que se sentía burlada y herida en lo más profundo.
Pero el hombre la atraía profundamente y ella no se decidía a preguntarle sobre aquello que la acongojaba. En rigor, se había enamorado del, a todas luces, descarado truhán.
Una noche en que ambos se besaban a hurtadillas, apareció una chica y detrás de ella otra y otra y en escasos minutos, fueron veinte jóvenes furiosas que se ensañaron con el hombre. Lo insólito fue que cada una nombró al tipo de diferente manera. Entonces, Daniela comprendió que había sido un simple juguete de un ser repulsivo que había hecho trizas sus sentimientos. Por lo tanto, del mismo modo que lo hicieron las otras, lo despidió sin mayores miramientos. En ese momento supo que una de las chicas había sido la que le había alertado por el chat.
A veces, Daniela se enjugaba alguna lágrima al recordar a Oscar y pensaba que tal vez la muerte de su esposa lo había transformado en un sátiro. Una maternal comprensión invadía su espíritu y sonreía al entender que algún día el recapacitaría y recuperaría su equilibrio.
Fue una mañana en que la muchacha veía la TV, que se encontró de sopetón con el rostro de su Oscar, quien era conducido, esposado por dos detectives. El lector de noticias narraba que el tipo aquél, que en realidad se llamaba Eugenio Roca Peredo, había encerrado a su esposa en un pequeño cuartucho, sin brindarle ni alimentación ni vestimentas dignas. La pobre mujer, era un esqueleto viviente al momento de ser rescatada por unos vecinos que denunciaron de inmediato al malhechor. Milagros, que ese era su nombre, no se asemejaba en nada al milagro que el vil sujeto esperaba ver plasmado en la oquedad de su monitor. Daniela suspiró aliviada…
F I N
|