El beso.
La otra noche la besó, ella estaba borracha, no recuerda bien si se cogió el a su cintura o se agarró ella a su espalda, lo cierto es que sus labios se unieron en un beso, un beso repartido por bocas, mejillas, cuello... a la par, las manos rozaban los contornos y los ojos se entrecerraban para entreabrirse después.
No fue un beso apasionado en el que la sangre galopa rápido, de esos en los que las manos desgarran ropas para tocar carne. No, el suyo con el de ella fue un beso tierno, pequeño, tímido… Decir que algo que sale de su boca puede tener sabor tierno es contradecir todo lo asimilado de el y su peculiar manera de no ser. Lo había aceptado con su soberbia inteligente, con su crueldad adorable, su expresión de alerta, con la oscuridad en la mirada y su voz elegante. Los esquemas se le cayeron hondos, allí donde un dia se cayeron los principio. El la beso, la beso con la ternura que despierta las lagrimas.
Ella acarició su pecho duro al separarte, acarició con la mejilla los labios aun húmedos a modo de despedida y se marchó con su beso arañándole el corazón. Al salir a la calle se recogió el pelo, se ciño la chaqueta y reto al viento a que se la llevara para ser el aliento caliente que se da en un beso, en ese beso. El viento no se la llevo.
En el camino de regreso a casa se rozaba distraída la boca, con los ojos fijos en ningún sitio deslizaba los dedos allí donde antes se deslizaban sus labios, intentaba postergar aquel hormigueo dulce.
Se acostó triste, con la certeza secreta de quererle mas allá del miedo que le producía la vibración de su voz, sabia aun antes de tener la objetividad que da la calma que pasaría días añorando el no de su mirada hasta acostumbrarse al goteo vacío que produce la indiferencia.
|