Se ocultó el sol tras la ciudad, llegó angustiada y pensativa con una idea fija martillando su cabeza. Millones de mariposas aleteaban en su estómago. Soltó su agenda y la dejó olvidada en la sala, corriendo escaleras arriba hacia su dormitorio. La oscuridad comenzó a inundar las calles y desde la ventana vio aparecer la luna.

Sentada frente a su espejo se despojó suavemente de su blusa, con su mente perdida en aquel cuerpo con olor a hierba y sabor a sal.

Se delineó en sus senos las estrellas con ansia quemante y vigorosa, recorrió el camino hasta su pelvis con sus dedos húmedos, inclinando su cabeza de larga cabellera que vestía su espalda. Introdujo su mano en su intimidad para acariciar con tacto loco su interior dando comienzo a sus ardores. Se apoyó al espejo para quebrarlo sin importarle que pudo hacerse algún rasguño y despojó desde su piel la rosa que el tacto y el rose redimieron.

Saltó de la cama dejándola como nido de ave, se adelantó a darse una ducha fresca de mañana, corrió a peinarse pues se le hacía tarde para el colegio. Puso un color rojo fuego en sus labios beso al espejo. Como flecha se lanzó a la calle tomó el bus y con un rostro pícaro le dejó caer un guiño al chofer.