Las nubes se arremolinaban grises sobre grises y Cabeza de aborto caminaba por el parque, gris también. Ella respiraba serena, sentada en una banca. Cabeza de aborto ya la había visto en un capítulo anterior. Sus vidas se habían cruzado de nuevo.
Pero Cabeza de aborto conoce las reglas; los desconocidos no se hablan para compartir cosas profundas, se sientan lo más lejos posible el uno del otro y se miran solo por fracciones de segundo.
El cabello de ella caía casi cubriéndole el rostro. Evidentemente no quiere hablar con nadie, pensaba Cabeza de aborto cuando se sentó en el otro extremo de la banca.
En su imaginación Cabeza de aborto le habla.
—Hola— dice él, ella contesta.
—Te he visto antes. Caminando, siempre mirándote los pies, pensando tal vez, mirando apenas lo necesario a los demás tras tus mechones de cabello. Siempre con ropa muy pesada ocultando tu tenue figura o tal vez protegiendola de ser llevada por el viento como papel. Quiero que seamos amigos— dice Cabeza de aborto, ella sonríe, se acerca y se recarga en su hombro. Juntos, iguales ya no enfrentaran el mundo solos.
Pero en la realidad Cabeza de aborto, nunca habla con nadie. Nunca tendría el valor. Ella lo voltea a ver, se miran a los ojos un poco más de la fracción de segundo de regla. Cabeza de aborto se voltea, pero se arrepiente y vuelve hacia ella. Ahora ella mira hacía otro lado.
—Hola— dice la voz de Cabeza de aborto, casi en contra de su voluntad. Ella se queda muy quieta, muy callada, se levanta. Cabeza de aborto le ve las nalgas insinuadas bajo el abrigo. Ella se aleja, sus pasos suenan como si no hubiera nada más en el mundo y van desapareciendo rumorosos.
Cabeza de aborto mira al cielo gris. La chica caminando a la distancia se quita sus pequeños audífonos a todo volumen.
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