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Bastos fenómenos secretos se esconden en los mundos de los sueños. Lo que para algunos es simple y vana superstición, para otros es una fuerte creencia, incluso un dogma que creer ciegamente y seguir al pie de la letra, nadie desea atentar contra el irremediable destino. Y aún aquellos que se juzgan incrédulos hacia las creencias oníricas no pueden evitar de vez en cuando divagar o intentar descifrar el significado de algún sueño. Muchos son los que creen en el carácter adivinatorio, presagioso de los sueños, especialmente cuando se busca que éstos representen alguna necesidad o deseo: dinero, amor, salud y buena fortuna suelen frecuentar las predicciones típicas de un revelador de los sueños. Sin embargo, no siempre se sueña con miel y azúcar en esponjosas nubes, rodeados de bellas y alegres criaturas, no debemos olvidar que existen las pesadillas que revelan de inmediato nuestros más grandes y profundos temores, temores que muchas veces preferimos esconder a los ojos de todos, incluso de nosotros mismos para pretender que la debilidad no es algo propio de nosotros. Las pesadillas son algo que atormenta a cualquier persona y son tan variadas y diferentes como las personas que las sueñan, aunque a todos los afecta de la misma manera, sacudiendo hasta los mismo cimientos de su tranquilidad, conciencia y cordura. Todos duermen, todos sueñan y todos tienen temores y por éstos, pesadillas.
Pero pocos se detienen a analizar las pesadillas y buscar en ella no las inexactas vicisitudes del futuro como en los sueños, sino el muy real pasado. Analizar estos malos sueños y encontrar en ellos los temores tan tangibles en alma de las personas como cualquier página de papel. Muchos quieren deshacerse de estos funestos fantasmas del pasado que acosan al subconsciente y que de alguna manera preservan toda mala experiencia y todo infortunio, muchos desearían deshacerse de aquellas terribles memorias y jamás volverlas a ver en su somnolencia y descanso nocturno.
A todos nos gustaría olvidar de una buena vez nuestros temores y fingirnos invencibles e invulnerables pero la realidad es que las pesadillas revelan nuestra verdadera conciencia y nuestra verdadera identidad. A todos nos gustaría deshacernos de esas molestas pesadillas y sus malditas consecuencias insomnes. Pero, ¿Puede uno tan fácilmente quitar de raíz el pedazo más vulnerable de su alma? Puede que como todo lo que deseamos, lamentablemente esto también se pueda volver realidad.
Genaro Gómez Pérez era un médico común, no era más un inmaduro jovencillo pero no era tampoco un gastado y cansado anciano, era en general y a primera vista un hombre maduro saludable, alegre y sobre todo, normal. Sus tres hijas eran de edades completamente diferentes y las tres eran abismalmente diferentes una de la otra. Vivía en una casa limpia, agradable y acogedora en una colonia no muy concurrida. Había intentado dejar el tabaco durante años pero siempre que lo lograba dejar por un tiempo volvía a él por una u otra circunstancia. Acostumbraba hacer ejercicio los fines de semana y llevaba una dieta promedio, aunque llena de dulces y golosinas. Se iba a acostar temprano y se levantaba de la misma forma.
Un día mientras regresaba del consultorio, mientras buscaba un encendedor o algo con qué encender su delgado y mentolado amigo no pudo evitar distraerse una fracción de segundo del camino. Afortunadamente en el tráfico común de la ciudad de México, pudo haber pasado una hora y el auto delante de él no se hubiera movido un solo centímetro. Inhaló el alquitranado humo, lo retuvo por unos momentos mientras pensaba en las tantas cosas que le habías sucedido aquel día. No olvidaba la atractiva joven que había llegado unas horas antes. Aquella mujer tenía un cabello negro, tan oscuro como la penumbra nocturna, una piel bronceada bien dispuesta sobre un cuerpo nada mal formado oculto detrás de una blusa blanca y un suéter verde oscuro, unos pantalones de mezquilla a la cadera, colocados en su sitio con no pocos trabajos y dejados mantenidos allí por un cinturón marrón de piel. Su rostro era perfecto, con un par de coquetos lunares por aquí y por allá, labios con brillo y gafas. Las cuales resultaron ser para ocultar una conjuntivitis aguda sumamente severa. Una receta para gotas y aquella escultural mujer salía de su vida para siempre.
Exhaló el humo y se recargó en el asiento, subió el volumen de la radio y trató de disfrutar su cigarrillo para hacer aquella travesía lo más sufrible posible. Pasaron casi dos horas y aún le faltaban varios kilómetros para llegar a su casa.”¡De donde carajos sale tanta gente!” Se preguntó mientras encendía otro cigarrillo y presionaba el freno a la vez, ya estaba harto de tanta multitud, estaba cansado de hacer quince minutos en la mañana y luego más de dos horas por la noche en recorrer el mismo camino. Y así llevó una colilla más al cenicero, presionando un par de veces contra las otras colillas y luego apurando la mano a la cajetilla ya dispuesta junto al cenicero.
Tres horas después de salir, giraba la perilla de la puerta de su casa. Arrojó su maletín en la mesilla del recibidor y entró en la cocina. Su esposa veía la televisión, con su pijama ya puesto y con una mirada notable de cansancio. Un saludo, un beso tierno que notaba en ambas partes agotamiento y sueño; café soluble y galletas. Aquel había sido un largo y pesado día y en lo único que pensaba era en irse a dormir, descansar un poco para al día siguiente continuar con su faena diaria. Luego de una callada merienda, ambos subieron a su habitación, él se desvistió y se puso el pants y la sudadera que había destinado a ser su pijama, un último beso, una última despedida y se durmió.
Ya era de día otra vez, él se levantaba, la luz del sol entraba abundantemente incluso a través de las cortinas de algodón. El ruido lejano de automóviles vaticinaba un largo y estresante camino al trabajo. El doctor Genaro Gómez Pérez se levantó entonces de su lecho, estiró los brazos e hizo algunos aspavientos con ellos. Torció la cabeza un par de veces, tomó del closet una camisa, un traje, una camisa y ropa interior. Entrando a la regadera sintió el agua como una dulce y suave bendición, en ese momento hizo una silenciosa plegaria a lo que sea eso que manda el destino de los hombres. Cerrando los ojos dejó que las gotas de agua golpearan en su rostro para luego cerrar la llave, salir de la regadera, secarse y vestirse lo más rápido posible. Al terminar de abrocharse su reloj, mientras bajaba las escaleras miró en el metálico y brillante disco la hora, aún tenía tiempo.
Cuando se percató, ya estaba saliendo de su auto rojo y atravesaba el portal del consultorio, ponía la bata blanca sobre la camisa azul en su pequeña oficina, volvió al consultorio, donde se vio asido por un par de delicadas y delgadas manos. Era la mujer del día anterior, con su cabello negro hasta los hombros y una blusa blanca escotada que dejaba muy poco a la imaginación. Su mirada provocativa y una sonrisa malévola en los labios intimidaban al Dr. Gómez Pérez pero al mismo tiempo le daban una extraña depravación de morbo y expectativa.
La seductora mujer lo llevaba silenciosamente hacia el sillón reclinable donde se hacían las consultas, presionó un botón y éste bajó lo más que podía, presionó otro y el respaldo bajó hasta ponerse casi horizontalmente. Ella recostó al Dr. Genaro con suavidad y una caricia en la mejilla, luego ella misma se colocó a un lado de él, con otra caricia en la mejilla que no la había tenido le sonrió y acercó sus labios para besarlo. Faltaban unos centímetros para que sus labios se encontraran cunado ella desvió lentamente su cabeza, dirigiendo sus labios a su oreja derecha, él podía sentir la respiración de ella chocar contra su piel, luego escucharla mientras se acercaba a su oído. Ya que los labios de la misteriosa mujer estaban en su oreja y ya que su respiración no solo se escuchaba sino que se sentía Genaro sentía mariposas en el estómago y apenas contenía le emoción, los ilógicos acontecimientos no le importaban, no le preocupaban y en ese momento simplemente no estaba pensando.
La mujer simplemente respiraba sobre la oreja del Dr. Genaro, el cual estaba extasiado de pasión. Pausadamente, ella entreabrió sus labios, y con una sonrisa sádica rió un par de veces, pero no era la risa juguetona y provocativa que Genaro Gómez esperaba, era una risa aterrorizante y mientras reía, acercaba sus manos al rostro del Doctor para que éste viera lo que ella sostenía entre sus manos: hilo, y una aguja la cual tiraba para desenrollar más hilo.
Genaro quedó paralizado por la impresión y el susto, pe luego quedó paralizado por manos que salían por debajo del sillón, manos igual de femeninas y delicadas que las que en esos momentos le cerraban los párpados con descarada y sádica sutileza. Sentía cómo las uñas de las manos que lo apresaban se enterraban en su piel y también cómo la aguja atravesaba su párpado superior, llegaba al inferior y luego volvía a salir.
Era un dolor inmenso el que sentía en los ojos y más era la incomodidad, el malestar, el penoso dolor que le producía intentar abrir los ojos, tirar de los párpados y el ardor de la sangre que irritaba sus ojos. Además del sufrimiento que ya causaba la inusual costura de la mujer, ésta la iba realizando lentamente, tomándose su tiempo y haciendo largas pausas, se preocupaba por hacer la mayor cantidad de puntos posibles y por juntar lo más posible los párpados, pero cuidando de hacer las costuras lo más alejadas de las pestañas que se pudiera para evitar que se desgarraran los párpados. Una vez que había terminado con el primero y que los gritos del Dr. se hacían más tenues, la mujer cortó el hilo, volvió a ensartar la aguja y con la misma vehemencia y paciencia cosió el otro párpado.
En unos minutos, todos sus párpados estaban cosidos, sus ojos bañados en sangre y sus brazos llenos de pequeñas y finas cortadas y rasguños. Seguía gritando de desesperación y dolor y apenas quedó liberado, llevó sus manos a los ojos, para intentar romper o cortar el hilo que le unía los párpados y le impedía ver. Sus ojos le dolían por la sangre y las lágrimas que se encerraban y frotaban contra el ojo y luego de rasguñar, jalar y estirar finalmente usó todas sus fuerzas para intentar abrir los ojos. Y así, con un grito intenso de dolor, abrió finalmente los ojos bañados en lágrimas y sangre desgarrando sus párpados.
Con ese mismo grito el Doctor Genaro Gómez abrió los ojos aterrado aquella madrugada, bañado en sudor y con evidencias de haber estado llorando. Miró a su alrededor, ya no estaba la silla, ya no estaba la mujer, ya no estaban cosidos sus párpados. El dolor, sin embargo, aún estaba latente y la imagen de sus ojos cerrándose con los hilos entrecruzados con sus pestañas volvía a él continuamente.
No pudo dormir aquella noche, pues apenas cerraba los ojos la imagen de aquella sonrisa sádica volvía a su mente y también volvía la palpable sensación de la aguja penetrando por sus párpados. Y con la imagen el insufrible dolor emocional que le producía el recuerdo de aquella dolorosa tortura. Una vez que el sol había salido y que la mañana clareaba por el alba, el nuevo día con trinos de aves y el siempre constante pasar de los autos le daba la bienvenida a un Genaro Gómez con sendas ojeras y los ojos teñidos con pequeñas líneas rojas.
Estaba exhausto, no había dormido prácticamente nada en toda la noche, y sumando esto a su ya cotidiano cansancio, apenas si se podía mantener de pie una vez que salió de la cama.
- Una ducha caliente lo cura todo- se dijo mientras arrastraba su cuerpo al baño principal.
- ¿Pasaste mala noche, querido?- Dijo la siempre tierna y comprensiva voz de su esposa, y vaya que tenía razón, pero Genaro no se dignó a contestar.

Ni una ducha caliente pudo mejorar las cicatrices de la noche, aún estaba más que agotado cuando desayunaba ya vestido y perfumado apenas podía mantener los ojos abiertos. Pero ni el mismo cansancio era salvación para que al momento de cerrar los ojos, éstos se vieran tejidos de nuevo.
Así pasó el día entero, cansado, dolido del corazón y aterrado de la mente. Y por si el cansancio le sirviese de consuelo y el agotamiento le quisiere servir de olvido, el recuerdo volvía por sí solo cada vez que Genaro cerraba los ojos. Si buscaba descansar, sus párpados eran cosidos, si quería descansar sus llorosos e irritados ojos, éstos eran cosidos; incluso el simple y común parpadear le recordaba devolvía la imagen de la aguja entrando y saliendo bañada de sangre.
Genaro llegó a su lecho la noche siguiente al desvelo con una sonrisa entre labios, suponía que por providencia o misericordia divina, aquella noche se le compensaría la terrible pesadilla con algún dulce sueño. Pero no fue así y no pudo estar más equivocado. Al principio, cuando se recostó y cerró los ojos, una sonrisa inmediata brotó de sus resecos labios: nada, nada era lo que veía y nada era lo que soñaba al principio, simplemente el lienzo negro que se traza mientras uno dormita. Pero apenas el sueño profundo había empezado, apenas la mente de Genaro se había confiado cuando volvió la pesadilla, la mujer entraba; como el día anterior, se le acercaba; como el día anterior; jugaba a seducirlo, como el día anterior. Y para el mayor dolor de Genaro, de nuevo la mujer le ató con brazos y filosas uñas a la silla donde se ganaba el pan. Sacó la aguja e hilo y con sádica sonrisa comenzó su costura. Entraba la aguja plateada y brillante en la delgada piel del párpado, para salir justo frente al ojo, a veces incluso tallándolo, carmesí y brillante también pero con el tono rojizo de la sangre fresca.
La pesadilla volvió de la misma manera y de la misma manera terminó, con un grito asolador que resonaba del mismo modo y con casi la misma intensidad dentro de su cuerpo y en la habitación. De nuevo bañado en sudor helado y de nuevo con el palpitar del corazón a su máximo abrió los ojos esta vez sumido en desconsolado llanto. Su servil esposa, como siempre, despertó a la primera mutación del sueño de su esposo y asustada notó que éste se encontraba tan alterado como ella le había sorprendido la madrugada anterior.
Genaro se tragó su orgullo de hombre y le contó a su amada mujer lo que le sucedía esa noche de desvelos. Los suaves y maternales labios de su esposa Holda le acariciaron la mejilla, se sonrieron como solían hacerlo de vez en cuando, y ella le abrazó. Una oferta de té, agua o incluso alcohol le fue propuesta y al ser rechazada, la señora de Gómez volvió a sus sueños y el señor Gómez Pérez se dispuso a intentar dormir de nuevo. Esta vez fue tal su agotamiento, que calló presa de Morfeo poco después de su último intermedio, aún así, la pesadilla se repitió y Genaro despertó incluso más agitado.
Era algo tan extraño e inexplicable. Le era peculiar a estas alturas que la misma pesadilla repetida ya por tercera vez, en lugar de afectarle menos o incluso parecerle familiar, le asustara más y le aterrara con mayor magnitud con cada nueva vez que se presentaba. Estaba el doble de cansado que la mañana anterior y fue recibido por las luces de la mañana. Esta vez era mucho su dolor, mucho su pesar y mucho su cansancio. Decidió quedarse ese día por lo menos unas horas más en casa para intentar descansar un poco. Su esposa comprendió a la perfección la idea de su marido y por su parte, comenzó el día, tan normal como el anterior y como el que le seguiría mañana.
Genaro pasó horas tratando de conciliar el sueño, pero ahora que le sol brillaba afuera de al habitación le era tan imposible como le había sido el día anterior por la noche. Estaba tan cansado que no podía ni levantarse, y sin embargo, al tratar dormir simplemente no respondía por más cansado que estuviera. Dormitando y recostado estuvo todo el día. El siguiente partió al trabajo aunque regresó tarde por que la falta de sueño se había vuelto a presentar y esta vez no le permitía realizar plenamente sus actividades.
Así pasó una semana, y Genaro Gómez no podía dormir nada en las noches por causa de las pesadillas, ni nada por los días, ya que por alguna misteriosa razón, su mente y su cuerpo no le permitían. Cuando la falta de sueño le había atrofiado mucho la cabeza, lo llevaron aun médico que concluyo en que no había explicación fisiológica para la extrañeza de sueño, sin embargo, el insomnio le dañaba su vida día tras día. Se le dieron pastillas a Genaro, pero por las noches despertaba a los pocos minutos de dormir y por le día nada le podía dormir, aunque hubo veces en que se le sedaba para que se relajara, nada podía hacer que Genaro cerrase sus ojos una noche completa.
Genaro Gómez Pérez, Médico, ahora estaba en cama de hospital, exhausto y con ya tres semanas sin descanso. Sus ojeras ya le cubrían los ojos prácticamente y éstos estaban tan rojos como en la pesadilla. Estaba agotado y cada día se cansaba más, aunque ya no pudiera ni levantarse. Estaba en cama permanente mente, los colegas que le ayudaban estaban atónitos de la aparente resistencia del cuerpo y de la mente de Genaro a descansar y a dormir, sin importar las drogas y el tratamiento que se le daba.
Exactamente al mes de no dormir y ya en los bordes de la locura, Genaro dormitaba e incluso alucinaba un poco por la tarde cuando vio entrar por el vacío de la puerta a un hombre de larga gabardina de piel sintética. Parecía más una bolsa de basura que una prenda impermeable, pero de cualquier modo el misterioso hombre entró en el cuarto, se sentó junto a Genaro y simplemente le admiró silente. Su cabello estaba empapado y su gabardina también daba señales de humedad aunque por fuera hiciera un caluroso son y un cielo despejado y sin nubes.
El hombre de la gabardina miró su reloj a las cuatro cuarenta y tres y luego a las cinco y veintidós, miraba ya a la puerta, ya al cuelo y ya al paciente recostado. Finalmente la mirada del extraño sujeto se posó en el pardo iris de Genaro. Se miraron a los ojos unos segundos, el extraño respiraba al inicio normalmente, pero su respiración se fue agitando conforme el tiempo pasaba. Genaro comenzaba a sentir que sus párpados cedían y bajan lo poco que podía mantenerlos abiertos.
La mujer de siempre entraba y Genaro, como siempre, la recibía con expectativa y con gran emoción. La mujer se le acercó, pero detrás de ella podía ver al hombre de la gabardina empapado que entraba escurriendo enormes gotas de agua por todos lados. Como en el resto e las ocasiones la mujer procedió a zurcirle la mirada a Genaro, pero esta vez una vez que ella había terminado, Genaro no estiró los ojos para desgarrar sus párpados y llenar sus cuencas de sangre, sino que fue el hombre de la gabardina el que con un filosísimo cuchillo cortó los párpados de Genaro. Extrañamente, Genaro apenas sintió cómo el helado filo de la daga cortaba por completo su piel y separaba los filetes de su sitio sobre y debajo de los ojos.
El hombre luego de cortarle los párpados, dejó que el puño de su gabardina le goteara sobre el rostro, limpiándolo de sangre y de lágrimas. Genaro, con su visión perfecta como antes del incidente, se levantó y mirando fijamente a los ojos negros y lánguidos del hombre despertó. Habían pasado tres días desde que el hombre de la gabardina se había aparecido frente a él. Y todos se maravillaron de ver, primero que Genaro había conciliado el sueño, y segundo, que luego de tres días en suspenso, despertara.
Despertó pasado el medio día y encontró a su esposa viendo la televisión junto a él. El resto del día se le invitaba a seguir durmiendo, pero simplemente no quería hasta que fuera su hora conveniente. Así, llegada la oscuridad de la noche y pasada la tibieza de la tarde, Genaro se arropó y acurrucó y se dispuso a dormir, esperando tener una visión diferente a la pesadilla que le había llevado al hospital.
Genaro Gómez Pérez subía al auto rojo, llegaba al trabajo y más tarde llegaba la mujer, esta vez vestida de rojo con el cabello rubio. No le cosió los ojos sino que simplemente se recostaba en la silla y le pedía una revisión al doctor. No notó hasta que la mujer se había ido que el hombre de la gabardina le observaba detenidamente desde el otro lado del ventanal que daba a la calle. Genaro no le dio importancia y una vez que terminó la consulta, salió a tomar aire y la fantasía de los sueños comenzó. Genaro caminaba sobre un paraguas en una bebida tropical y luego volaba con patas de ganso por alas. Pero siempre, veía al misterioso hombre de gabardina.
Cuando despertó, Genaro se sorprendió de ver que las luces estaban apagadas, o de que la noche estuviera en tan total penumbra. Talló sus ojos varias veces y luego de abrir bien los párpados se percató de algo. No había nada de luz, ni el más remoto indicio. Comenzó a palpar a su alrededor, sintiendo las sábanas de hospital y unos centímetros a lo lejos, la mano de su amante esposa.
Cuando ésta sintió su mano, de inmediato se sintió confortada, pues temía que la pesadilla volviera y que esta vez no lo recuperara tan pronto. Era un muy bello día afuera y ella esperaba que aquel día se le diera de alta y volvieran todos a casa. Pero de inmediato notó algo extraño en las actitudes de Genaro. Pues palpaba todo a su alrededor y no mantenía la cabeza quieta, finalmente Holda se animó y le preguntó a Genaro que cuál era el problema. Genaro escuchó la voz de su esposa y momentos después se percató de que sentía el calor del sol tostando sus manos y también el flujo constante de los autos, olfateó el olor a desayuno proviniendo del pasillo.
Su esposa miró a los ojos a Genaro y vio en sus pupilas la penumbra típica, pero lo que le crispó los nervios fue el hecho de que su iris era ahora grisáceo y que éste no parecía enfocar en lo absoluto. Genaro estaba ciego, aunque sus párpados estaban de maravilla y los pudiera abrir y cerrar a voluntad
El día entero Genaro volvió a ser la fascinación de doctores y enfermeras, pues sus misteriosos padecimientos le volvían un paciente nada de lo común. Todo el día se le hicieron estudios y consultas, pero nada se pudo sanar ni explicar. Por la noche, Genaro cerró los párpados y de inmediato calló dormido. Vio blancura como no la veía desde antes de la funesta pesadilla de la mujer, el hijo y la aguja, luego de la nada, apareció una silla y luego, en ésta, el hombre de la gabardina sentado, escurriendo largos chorros de agua de su cabello, su rostro y su gabardina. Se levantó luego de mirar fijamente a Genaro, se puso junto a la silla y le ofreció el asiento. Genaro se sentó en la austera silla de madera si miró a la infinita blancura de su sueño. El hombre dio media vuelta y caminó dejando húmedas huellas hasta que no fue más que el único punto negro en toda la blancura del espacio.
Genaro Gómez no volvió a ver nunca más, aunque disfrutaba bastante de escuchar la radio y no se le veía tan miserable como a otros que pierden la vista en edad avanzada, en parte por que sabía que no tenía remedio y en parte por que no volvió a tener la terrible pesadilla que le afectaba tanto sin explicación. Tampoco volvió a tener otro sueño que no fuera aquel en el que el hombre de la gabardina se ponía de pie, le ofrecía la silla y caminaba hasta perderse. Jamás habló en ese sueño y jamás pudo ver nada más que no fuera ese sueño, blancura infinita en un mundo de oscuridad.
Así que, para Genaro, y para cualquiera, ¿Cuál era la realidad, y cuál la pesadilla?

Texto agregado el 04-05-2006, y leído por 177 visitantes. (0 votos)


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