Quedará grabado en mi piel, en mi soledad, en mi memoria y en el aire de mi habitación todo cuanto viví contigo. Quedan en mis manos el recuerdo de las tuyas, con la suavidad y con la dulzura que alguna vez tuvieron, en mis labios el recuerdo de los tuyos, en mis ojos tu silueta, conocida de memoria y a profundidad. Aún está en el aire tu aroma, aún está tu risa en el aire, tu voz en mis oídos y tus palabras en mi mente.
Todo se ha esfumado como la brisa matinal, todo se ha desperdigado por el cielo azul y ha formado tormentas de soledad, de desazón, de dolor y de sufrimiento. Ya no está tu silueta en mi puerta, sólo su recuerdo; ya no está aquel amargo sentimiento antes de dormir, ya no está tampoco el dulce motivo al amanecer de querer vivir aquel día.
Se han ido los desvelos envueltos en llantos, ya no habrá más consuelos envueltos en besos y caricias, no hay lugar ya en tan enorme corazón para una cuarteadora más, y sin embargo, sobran remiendos. Latirá y seguirá latiendo, como lo ha hecho, con y sin ti. Ya no repite tu nombre mi respiración con euforia o con enfado, lo repite silente, escondido, en la sombra del sonido.
Ahora que tu aura se ha ido, ahora que deseo odiarte como a nada más, descubro que no es tan fácil dejar de amarte como lo fue hacerlo. Recuerdo, recuerdo que hubo dolor en copas de dicha, que buenos tiempos iban atrincherados entre vallas de dolor. Olvido que aquel terror pavor y angustia habitaron vecinos con el amor a ti, pero se van también aquellos susurros tan insignificantes que no oponen resistencia al oleaje de olvido. Será difícil, pero deberá ser hecho.
Aún siguen aquí detrás de mí y dentro de mí tus recuerdos, de ti y de nosotros, aunque sólo sean recuerdos de que alguna vez existió un “nosotros”.
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