LA CASA 
 
Yo tengo en la cabeza habitaciones. 
He estado construyendo tabiques 
desde el tiempo envidiable en que jugaba 
en una sola sala, hasta ventanas 
y transparentes muebles sin esquinas. 
 
Se me empezó a llenar cada rincón  
como de dientes negros (sería la inocencia 
que caía en esquirlas) imponentes, 
casi informes, 
y luego eran objetos conocibles 
y tuve que empezar con los ladrillos 
y el cemento especial para locura 
o el cemento 
impermeable a los recuerdos 
y el yeso indiferente del herido. 
 
Se me achicó la sala con paredes 
que aunque eran conocidas 
llevaban a otros cuartos. 
A veces me asomaba, en unos con recelo 
para ver lo guardado, o incluso 
como fotos antiguas que han perdido 
esa capacidad de ser reales, y aún entonces 
con restos de cariño. 
Luego en otros 
del miedo no hice puertas. No quería 
tener que entrar de nuevo, nunca vivo 
de aquéllos que he tapiado 
aunque ocupen espacios tan enormes 
que a veces 
he tenido que hacerme contrafuertes  
de tiempo. 
Y de promesas. 
 
Yo tengo en la cabeza habitaciones 
y espero 
que otros tengan. 
 
Yo tengo en la cabeza varios vientos. 
Hay uno (el del olvido) 
que sella las junturas 
y ayuda a mantener firmes las puertas 
y me evita miradas y preguntas. Viene 
empujando atrás, barriendo con dos brazos gigantes 
ahogando escombro y vida. Se lleva lo que quiere 
y deja un sentido al aire de pérdida, conflicto, 
alivio. Herida. 
 
Hay otro del recuerdo (el del no olvido) 
y un tercero inconsciente, atrevimiento. 
Nace desde mis manos creando 
inmensos pabellones cada vez, para atrapar espacios 
y duele  
de lo intenso. Y el cuarto 
de pensar que ya he ganado, que al fin 
he construído tantos muros 
que la sala habitable es sólo mía. Me cambian 
las paredes con ráfagas certeras. 
 
Estoy en lo que queda de espacio y me han metido 
de pronto 
en otro sitio. Y veo tantos muebles 
de madera de odio, 
de raíz locura, otra caída, 
de acero rescatado de naufragios 
propios, de ésos que solamente , 
que sólo yo conozco (cuanto peso, 
que ancha tengo la espalda, y nadie sabe) 
que no encuentro el pestillo. Me quedo un rato, 
grito, o peor ya no quiero 
salir y hace relente 
de estación y de abrir compartimentos 
(cómo soplan los tres en mis andenes). 
El viento del recuerdo suele venir de noche. Se enrosca en las esquinas y empuja 
desde adentro 
corriendo los tabiques. Luego cada mañana 
el del olvido 
devuelve cada error a su aposento, 
y noto que la sala se hace grande 
y vuelve a haber ventanas 
y vuelvo a ser 
y siento 
que entierro mi razón como simiente. 
 
Yo tengo en la cabeza varios vientos 
y espero 
que otros tengan. 
 
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