Patricio dejó de caminar.
Era una mañana de un día cualquiera, creo recordar que el amigo que me contó la historia dijo que era un jueves. La primavera comenzaba aquel año dubitativa como siempre, los días soleados se alternaban con los días grises. Momentos idóneos para que las personas sufran en su interior esos cambios de estado anímico capaces de transmutar sus propias vidas.
Patricio era un chico relativamente alegre, relativamente feliz y relativamente sin preocupaciones. Al menos eso era lo que se podía ver de él exteriormente ya que después de aquel día se descubrió que todas esas actitudes no eran más que una máscara, una ilusión forzada que nadie había podido distinguir de lo que realmente era.
Un día aquel amigo llegó a mi casa apesadumbrado, ojeroso y vestido de negro. Me extrañó verlo de aquella manera, así que, como hubiera hecho cualquier otra persona en mi lugar, le pregunté lo más lógico: ¿Qué te pasa Mauri?.
Mauri comenzó a llorar y entre sollozos, empezó a relatarme la triste historia de aquel amigo, o al menos yo pensé que lo era, que había perdido.
Patricio vivía solo en un pequeño piso. Solo no era la palabra apropiada ya que lo compartía con un simpático por decir algo, hámster. Aquella mañana de jueves gris primaveral, se levantó como solía hacer cada día. El despertador le sonó a las 6 de la mañana como siempre, aunque nadie sabía para qué lo necesitaba, puesto que Patricio cinco minutos antes de que sonara se desvelaba y, como de un ritual que diariamente repetía, esperaba que el sonido de aquel reloj antiguo que marcaba las horas en su mesita, resonara en toda la habitación para bajar de la cama, aposentar sus pies sobre la alfombra que había comprado en IKEA el mismo día que se trasladó al piso, calzarse las zapatillas que se había agenciado de una forma no muy correcta en un balneario hacía ya unos años y dirigirse a la ducha. Todos los movimientos que transcurrían dentro de aquellas paredes eran desplazamientos calculados, meditados y rutinarios, cualquier día era idéntico al anterior. Si se pudiera ver desde el techo de aquel piso, cualquier día hubiera sido idéntico a otro.
Meticulosamente se introducía en la bañera y desaparecía en su interior como si sumergirse dentro, significara extraerse de todo el mundo, como si una capa le protegiera y aislara de todo lo que le apesadumbrara y al salir renaciera de nuevo, rejuvenecido y preparado para afrontar un nuevo día.
Antes de salir de su casa le ponía comida a su Hámster y se reincorporaba a su jornada laboral dentro de aquellas cuatro paredes que formaban su oficina, al llegar nunca saludaba a nadie y se enfrascaba en su papeleo diario.
Nadie hubiera notado nada extraño en su realidad incorpórea, a no ser de aquel lunes que Patricio llegó a la oficina más triste de lo normal. Mauri me comento que le preguntó que le ocurría, las únicas palabras que Patricio dejó escapar de sus finos labios fueron que aquel día su Hámster, su compañero de piso había amanecido tieso y frío, que al despertar como cada mañana, su marcada rutina desapareció porque la rueda donde el animal jugaba dejó de moverse.
Patricio desapareció aun más, su mínima presencia en la vida de la gente que le rodeaba se volvió nula, inexistente, era como una sombra, un fantasma en aquel edificio de oficinas, hasta un día que su ausencia llenó de inquietud el ambiente. Todo el mundo notó el vacío que nunca llegó a ocupar Patricio, todo el mundo echo de menos aquella presencia que nunca existió. Nadie sabía nada de Patricio.
Llamaron a su casa, pero nadie contestaba, fueron a buscarle a casa, pero nadie abría, así pasaron los días y nadie seguía sin saber nada de aquel hombre, nadie sabía nada de Patricio, eso si alguna persona supo algo de él. Solo se supo la mañana del miércoles que la policía entró en su casa y encontró el cuerpo dentro de la bañera.
Ahora me encontraba delante de Mauri, tomando una taza de café y sin entender sus lágrimas, ya que después de escuchar tan triste historia me parecía ridículo que una persona que significaba tan poco en su vida, le pudiera gerenar tal tristeza y lamento.
Me despedí de Mauri con un abrazo y hasta un hasta pronto, cerré la puerta que me separaba del mundo y me tumbé en mi cama, fue entonces cuando descubrí la verdadera pena de la historia, sentí como podía dañar mi mente aquel suceso.
Todos éramos Patricio, todos vivíamos según un rol predeterminado, y todos eras esclavos de unos costumbres tan frágiles que una simple modificación o desaparición de algo que veíamos como insustituible en ella podría enajenarnos hasta el punto de quitarnos las ganas de vivir, de renacer de nuestras cenizas.
El día que Patricio dejó de caminar una parte de nosotros dejó de acompañarlo en su marcha, su adiós anunciado desató los miedos ocultos que esperaban detrás de la sombra de nuestros pasos.
Patricio ya no estaba, ni su Hámster, ni siquiera Mauri relatándome su historia, ahora estaba simplemente yo, rezando porque al despertar mi mujer estuviera cálida y viva al día siguiente.
|