Le gustaba amarlo de esa forma, de esa forma torpe, de esa forma infantil e ingenua, de la forma en que todo es secreto y nadie debe saber lo que contiene el corazón. Le gustaba acecharlo desde las sombras, mentir con la voz y declarar con la mirada, sin tacto para su piel, y sólo adorándolo con caricias oculares.
Lo amaba de forma objetiva, sin imaginarse lo que no era, sin embobar al corazón con sueños cortados y vivencias inexistentes, sólo con esa realidad paralela y en silencio, viviendo a dobles turnos, susurrando a sus espaldas y engañando a la memoria, para no ver el tiempo perdido.
Lo amaba con ojo de artista, con el impresionismo en la pupila, con el desgastar de la luz impregnando su figura, con los colores arremolinados entorno a su alma, con la nitidez de las huellas del día a día… Con el espíritu creador desplegando sus alas y rozando el suelo en medio del vuelo. Y a veces, el sentimiento le chorreaba por la piel, y llegaba a pensar que todos veían su secreto y todos violaban su silencio, pero sólo a veces, cuando la luz le pegaba de frente en los ojos y le hacía imaginar cosas que no eran…
Sí, le gustaba amarlo de esa forma, de esa forma en la cual solamente se puede amar al primer amor, con pasos cortos e inseguros, con el nerviosismo del decir o no decir, con su esencia en los libros, en los cuadernos, en el día, en la noche y en cualquier dirección en la cual se perdiera el pensamiento. Y en la obra de observar, volaba hacia rumbos inciertos, memorizando cada uno de sus gestos, cada movimiento, cada palabra que absorbía desde sus labios… Y al mismo tiempo, en su pequeño mundo del amar primero, degustaba también, con placer desconocido, el arte de no ser amada...
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