Un manto irrisorio sigue flotando detrás del sillón, se va por las lámparas y la mesa, flota impaciente, de que tan solo yo lo vea... el aire tiene una cara extraña, el silencio está golpeando fuerte, es estrepitoso.
Te miro, y siento como si una finísima y delicada lluvia de cenizas nos cubriera poco a poco. Tu cara ya esta tapada, casi blanca, mis pestañas llenas de cenizas, paso mi dedo por tu brazo, dejando una huella que aparta la ceniza. Somos unas malditas estatuas que respiran.
No aguanto, ya no quiero un barro de carbón en mis piernas.
Lo lamento, de nuevo no cumplí con lo que anoche grité a mi almohada, quizás no quiera volver a tragarme tu histrionismo.
Tus piernas comienzan a tomar otro color, las cenizas siguen cayendo, se confunden tus pies con el suelo, ahora son uno. Y de nuevo me niego, vuelvo a caer en lo mas fácil y no hago lo mas lógico, debería estar luchando por sacarte de ahí, debería estar a tus pies, removiendo con mis manos sus raíces.... pero estoy aquí, hermética, quieta, con las alas enmarañadas detrás de la espalda.
Ese duende de capa chistosa me mira detrás del televisor, no quiero reconocerlo, pero ya lo había visto antes, hace más de un año, con esa misma mirada torva, cuando conocí tus labios.
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