Me quedé admirado y profundamente agradecido de esa clase de amor, de ternura, de entrega de la que fui testigo. Alegre con mis rosas y mi determinación, busqué a Eleonor
a la que encontré descansando en el dormitorio, luego de una jornada de bastante trabajo.
La descubrí más hermosa que nunca.
Deposité con cariño las flores a su lado y también el trajecito dedos piezas. No quise despertarla y con tranquilidad me dirigí a la sala de baño, creo que una ducha me haría muy bien. Al menos tranquilizaría mi ansiedad y mi prueba de amor, no tendría sólo la pretensión o el engaño de obtener solo una relación genital.
Me volví a afeitar, agregué un simulacro de agua de colonia y me fui al living a esperar la reacción de Eleonor.
El silencio se hizo, y me quedé sujeto a mis fantasías tanto afectivas que amorosas. De pronto, como adivinado o presumiendo mis buenas intenciones, Eleonor se deslizó como una sombra de mansedumbre, venía radiante las flores apretadas contra el pecho y soberbia de belleza en su trajecito dos piezas.
Se me abrazo dulcemente a mi cuello, mientras se sentaba en mis piernas. Sentí toda la tibieza de su cuerpo, su palpitar y esa picardía que siempre guardaba mientras fuimos novios. Nos quedamos en el living, como lo hubiésemos hecho otrora en el pasado, parecíamos adivinar que una nueva etapa, otra relación nacía un poco diferente a la infame rutina que parecía haberse instalado desde un tiempo.
No tuvimos necesidad de decirnos nada, nos dimos con soltura todo ese mar contenido de afecto y deseo. Al tiempo de amarnos, supimos que estábamos repitiéndonos, por segunda vez, las promesas que un día habíamos jurado ante el altar.
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