Era un bar pequeño a donde concurría gente bastante extraña. Todos bebían cervezas y cantaban a coro sus canciones favoritas. Ella jugaba con la espuma blanca del vaso, dando sopliditos trataba de dibujar algo. Ella tenía ese pelo largo fuera de moda que alborotaba al bailar aquellas piezas que nadie baila. No hablaba mucho, solía expresarse a gestos. Sonrisas, sacadas de lengua, fruncidas de ceño, movimiento de cejas, pucheros, parpadeos. Las mesas eran chiquitas e incómodas. Había un par de sillones bastante disputados. Estoy harta le dijo a la amiga que la acompañaba. Se paró decidida a ganarse un lugar en el sillón que más le gustaba: el amarillo.

Son las orejas más bonitas que jamás he visto, la señalo un chico alto con el pelo casi tan largo como el de ella, hasta diríase mejor cuidado. Katia llevaba unos bluejeans apretados a sus piernas flacas, una blusa arrugada y unas sandalias de colores que mostraban unos deditos diminutos que se enroscaban con el frío. A Ernesto nunca lo había invitado una chica a bailar y menos una canción tan lenta, es más cuando el invitaba solían rechazarlo. Por ello no supo que decir ante tamaña proposición: Bailo contigo si nos consigues un lugar en el sillón amarillo.

Ella le tomó la mano y de pronto eran la única pareja bailando. Ernesto tenía ojos grandes, un polo verde que, por cierto, era el color favorito de Katia, unos pantalones viejos y sus zapatillas favoritas con las que intentaba, con todas sus fuerzas, no pisarla. Menos esos deditos, se repetía. Todos los miraban, sobretodo los amigos de Ernesto que se reían un poco. Cuando terminó la canción ella le dijo que no le gustaban las promesas pero que él le había hecho una. Y era hora de cumplirla. No había forma de sacar a esos muchachos del mueble. Ernesto estaba menos imaginativo que nunca pero había hecho una promesa y tenía que cumplirla. Algo indeciso se acercó a un par de chicos que hablaban de la suerte. Oigan, ven a la chica que está allá? Pues se siente un poco mal y las sillas son tan incómodas saben. Si fueran tan amables… Uno de los muchachos se paró sin mirarlo, se acercó a ella para ofrecerle su lugar, mientras sonreía. Ernesto no lograba escuchar que se decían uno al otro. Se quedó esperando. Ella se acercó para sentarse agradeciendo. El chico la siguió, le propuso conversar sin percibir la existencia de Ernesto que se sentía ridículo. Como interrumpiendo. Katia respondió amablemente que acababa de enamorarse de Ernesto y que lo correcto era que se conocieran. Ni si quiera sé su nombre! exclamó. Es un poco tímido así que será difícil.


Katia le contó que su madre tenía las orejas más bonitas que las suyas. Son muy bonitas, respondió. Después de un rato de hablar, y descubrir que les gustaba manejar bicicleta, armar rompecabezas y leer cuentos, Ernesto se atrevió a preguntarle si en serio se había enamorado de él? que él siempre se había sentido aburrido y feo. Bueno agreguémosle tímido y mal bailador, se rieron. Katia le dijo que lo había visto hace desde hace algún tiempo en el bar y que estaba esperando que él pudiera ver sus lindas orejas, y enamorarse también de ella. Ernest, que era como ahora le decía Katia, pensó que era imposible que no la hubiera visto antes. Pero se alegró de saberse perdidamente enamorado.

-Y si vamos a caminar? Le propuso.
-Yo conozco un parque con unas piletas que ni te imaginas
-Te podría asegurar que yo también lo conozco.


Ernesto y Katia se despidieron de sus amigos. Y salieron del bar abrazados. Afuera estaba lloviendo y las veredas estaban llenas de charcos. Katia empezó a dar saltitos en ellos. Llenándose de barro los bluejeans. Ernest abrió los brazos para sentir mejor las gotas de lluvia. Debajo de un poste que parpadeaba Ernest le robó un beso.