Recelosa, cautelosa caminaba en la obscuridad, ese sueño alucinante la conducía en la selva.
Esa sombra frágil, delgada, encorvada, buscaba entre los árboles esa cueva, esa cueva que tanto veía en sus sueños. Recuerdos fugaces guiaban sus pasos trastabillantes, el sudor recorría su cuerpo, en su rostro desencajado brillaba la luz de la esperanza, el zumbido de los mosquitos parecían taladros en su cerebro, mientras ramas largas y ásperas golpeaban sus brazos,.
Por fin la vio, una roca grande obstruía el paso. En su sueño la empujaba, y crujía la roca al recorrerse, dejavu inamovible. Explotaron murciélagos con chillidos desquiciantes, lo único que pudo hacer fue tirarse al piso cara a tierra. Su corazón latía fuertemente calentando su piel hasta enrojecerla, por fin pudo pararse y continuo, no debía parar era su última oportunidad de descubrir el porqué de ese sueño recurrente.
Dio un paso ingresando a la cueva, el terror se apoderó de sus músculos, estaba traspasando su sueño, sus sueños, siempre aquí despertaba.
El crujido de la roca que cerró la cueva, irremediablemente la estremeció llenándose sus ojos de lágrimas, ¿Y ahora qué? Su mente confundida no daba para más.
Sus pasos ahora, eran más lentos, como si quisiera descaminar lo recorrido. Sus ojos abiertos como platos querían descifrar la obscuridad, el temblor de sus piernas hacia que sus dientes tiritaran, sus manos extendidas querían agarrarse del aire. Hasta que por fin, sintió una pared helada que la tocaba, por instinto acercó su oído, la pared hizo un hueco para él. Ávido empezó a comerse los sonidos…
La tierra temblaba con vida, los truenos estremecían el cielo, el viento soplaba, eran ríos, cascadas, mares, gotas de agua.
Una oleada de rugidos, bramidos, maullidos, ladridos, trinados invadieron su oído, era como tener la selva, el desierto, el bosque, el mar en su cabeza.
Después gritos, llantos, gemidos, risas, carcajadas, anuncios, carros, fabricas, la ciudad contaminada turbaba resonante en su cuerpo.
Al final, silencio.
Si eran las voces del silencio, del silencio callado, sepultado, eran hombres, mujeres, niños que ahogaban su voz y gritaban: Libertad.
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