Se trataba de que fernandito, el hijo menor, dejará ya de encerrarse en el baño y de andar con esos dudosos amigos; así, que la familia, padre y madre, decidieron llevarlo al prostíbulo de Don Luis. Este quedaba en una zona de la capital, muy fea y que con el tiempo se volvería una zona de libre comercio de los placeres sexuales, creo, inclusive, que es hoy el barrio de los gays y travestís de la capital.
Ese putiadero, era bien feo. Don Luis tendría como setenta años, creo acordarme y tenía un tic nervioso. Las prostitutas se hacían en una habitación a tomar con los clientes habituales y eran, en su mayoría, mujeres ya de mas de cincuenta años. Ya a esa edad, levantar clientes era toda una odisea, pero ahí estaba fernandito, que trataba de ser hombre y ella, lógicamente, se esforzarían para que lo logrará.
Al lado del cuarto de las putas, estaba muriéndose de un cáncer la señora de Don Luis: esa era la única habitación, que permanecía limpia y ordenada, llena de objetos antiguos y de remembranzas de un pasado bien oscuro. Ella también, en su juventud había sido una chica mala y ahora se estaba muriendo.
Fernandito subió corriendo las viejas escaleras de la casa del pecado. La prostituta de turno, había comenzado siendo la muchacha del servicio, la aseadora de ese lupanar, pero gracias a los sabios consejos de las niñas malas, terminó vendiéndose para poder ganar mejor.
Se encerraron en el cuarto y todo a los diez minutos, terminó. Lo que no sabían ni la mujer ni fernandito, era que Don Luis, tenía en todas las cuatro habitaciones, unos huequitos en las puertas, para observar lo que hacían las parejas cuando se encerraban en los cuartos. Su tic en los ojos, había contemplado, espiado a miles de parejas, que sin saberlo, eran observados por ese hombrecillo degenerado y viejito verde ya.
La primera vez que me tocó a mí, la chica de esa tarde, me contó lo de Don Luis; su manía por ver a las parejas en el acto sexual. Tapamos bien la puerta y seguros de que nadie nos observaba, comenzamos a hacer el amor en varias posiciones, hasta que me decidí a hacerle el sesenta y nueve. Feliz, salí de aquel cuarto y cuando me encontré con Don Luis, este me dijo que era espectacular hacerle el amor a una mujer, de la forma del pollo asado. Decepcionado de la vida, pues el espía, de todas formas se había salido con la suya, le pregunté que que creía él, si era pecado o no, estar en esas: El me respondió, que en alguna parte de la Biblia se decía : Creced y multiplicaos,…
Nunca volví por allá, pues no me agrada mucho la idea de mostrar mis nalgas cuando hago el amor, a un viejito, que con su tic nervioso en los ojos, es un gran espía consumado, en el arte del amor.
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