Pasada la prima noche, una vez terminada la cena y asignadas las tareas para el día siguiente, acompañado, como siempre, por sus dos más cercanos; el maestro se dirigió a la pequeña meseta ubicada a un costado del campamento.
Movido más por la envidia que la curiosidad, los seguí.
A pesar de ser un grupo unido, esos dos, siempre se las arreglaron para estar constantemente a su lado. A mí me tocaban los trabajos rutinarios, a ellos, lo importante.
Escondido tras un matorral los observé sentados bajo una árbol, discutiendo.
-Mira, dijo el maestro, a él lo necesito en el puesto que le asigné. Tu labor es más importante, sin ti nada puedo hacer. Por última vez te pido que reconsideres tu decisión.
-Pero señor, respondió el mas joven sin terminar.
Sentándose a su lado, el maestro continuó.
-Aún cuando lo puedo hacer, no quiero obligarte a realizar nada en contra de tu voluntad. Libre albedrío, de eso se trata todo, te lo estoy pidiendo como amigo, ayúdame con esto.
Al momento que el discípulo mayor sacudía la cabeza, notoriamente decepcionado, el joven encarándose al maestro respondió.
-Pídeme cualquier otra cosa, lo que sea, incluso mi vida, pero ¡Eso no!, Te lo suplico.
El maestro visiblemente contrariado, tratando de ocultar su tristeza con una débil sonrisa, lo abrazó.
Los tres quedaron en silencio, pensativos, con la mirada fija en el suelo.
De pronto, el maestro volteó hacia donde me encontraba oculto, y con la mano me hizo una seña para que me acercara.
Esperanzado me acerqué rápidamente al grupo, al momento que respondía.
-Sí Ravi, ¿Me llamaste?
-Judas, necesito que me hagas un gran favor...
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