- Hola- dije esbozando una sonrisa- Mi nombre es Señorita Estabilidad.
Los perros me miraron de arriba a abajo y continuaron sus quehaceres. Pero uno de ellos, negro y de hocico ancho se acercó con curiosidad.
- ¿Por qué Estabilidad?.- preguntó súbitamente sentándose a mi lado.
- Porque soy estable y predecible.- le expliqué.
Se rascó vulgarmente la panza.
- Una pulga.- me explicó.- ¿Y qué hace usted en sus tiempos libres señorita Estabilidad?
- Cosas estables y predecibles.- le conté- Salir con mis amigos, estudiar, ayudar en casa... que sé yo, portarme bien.
- Ah... - dijo asintiendo con la cabeza.
De pronto, más allá unos perros comenzaron a pelear. Me asusté.
- ¿Qué pasa?.- me preguntó sonriendo irónicamente.- ¿Le parece muy inestable lo que está pasando?
- Creo que sí...
- ¿Y por qué viene a este lugar entonces?.- me interrogó.- ¿Le parece muy normal estar hablando con un perro?
Lo miré sin comprender.
- Sí. Es estable y predecible.- respondí.- Ahora si usted...
- ¿Si yo qué?.- preguntó desafiante.
Me intimidó.
- Sí yo la mordiera.- prosiguió con voz grave.
- Por ejemplo.- dije algo asustada.- Pero usted no me va a morder... ¿o sí?.
Me miró fijamente. Casi me orino del miedo. Sí, me iba a morder, podía ver en sus ojos pedazos de mi carne. Respiré con dificultad. Era él o yo. Levanté mi pie y le di una gran patada. Quedó tendido en el suelo, me acerqué con temor.
- Maldito quiltro... - dije con furia y me lo comí.