En el lejano país de Cleary, vivía una joven, con una cara tan bella cual luna iluminada por un par de estrellas lindas que eran sus ojos. Era Shihan, hija del honorable visir Elodian, el cual antes de recibir el nombramiento de visir fue el más grande vendedor en todo oriente.
Un lindo castillo, con pisos de mármol, cortinas de seda, ventanas con bordes de oro e incrustaciones con la más fina pedrería, era el paisaje que siempre veía Shihan, desde su alcoba en la torre más alta de aquel cuartel.
Una urraca un tanto vieja fue su única compañera durante trescientos años, siempre la veía, lloraba cuando ella lloraba, y cuando reía, pues también lloraba por que estaba enferma.
La vida de Shihan, junto con su urraca, a la que a ella le gustaba llamar "Gotita", transcurrió sobre los mismos pasos, día a día, noche a noche, de primavera a invierno y de llanto a llanto.
Era "el día del plato", el festejo más importante en la región de Cleary, este día todos los artesanos y comerciantes vestían sus más lindas ropas y exponían sus platos preferidos. Cada plato tenia una historia, había un plato que había salvado la vida de cien mil hombres, al caer accidentalmente sobre la cabeza de Solum, el efrit guerrero; Un plato había salvado veinticinco veces la vida del sultán y a tres perro, había un lindo plato azul, ese solo eran un lindo plato azul sin grandes historias, pero era tan lindo que gano el certamen.
Era el primer día soleado, después de las tormentas otoñales. Mientras en las pintorescas calles la gente corría, gritaba y reventaba platos, Shihan, postrada en su cama, lloraba por ratos y otros reía, junto con Gotita. El sol estaba apunto de caer, la gente se marchaba y un plato perdido mato a Gotita, Shiham sonrió por primera vez ya que odiaba a esa maldita urraca.
Jaime Carcaño Hernández |