No me gusta que me miren mientras como, pero todo es diferente cuando llega mamá, es como sí su sola presencia reavivara mi negra conciencia. Eso pensaba cuando entró al comedor. Le dije buenos días mamá, pero ella no respondió. Me asusté pensando en ¿qué le ocurría?, pero cuando empezó a quejarse de todos los que viven en la casa supe que estaba bien normal. De pronto se acercó hasta tocarme el oído con sus labios, susurrándome que hacía dos horas que estaba muerta, para luego esfumarse como el humo de un cigarro. Asustado, pues nunca me había ocurrido algo así, me paré y corrí hacia el cuarto de mamá, y cuando llegué, la encontré echada sobre su cama, como durmiendo. Me le acerqué y noté que no respiraba... Iba a gritarle mamá que no me dejara cuando ella se levantó, preguntándome si había terminado el desayuno. Sí mamá, le dije. Ya estaba saliendo más tranquilo de su pieza cuando volteé a mirarla un instante, y la encontré durmiendo como si no respirara. Desde que la enterramos a mamá no hay día ni noche en que no me pregunté si me he portado bien; si lo he hecho así, se alegra y desaparece como el humo de un cigarro, pero si no es así, todo el día escucho sus gritos por todas las paredes de la casa... Siempre siento su presencia en mi vida. Dicen mis hermanos que alucino, puede que si, pero, cuando estoy solo en la casa, allí está mamá, mirándome a la cara, como siempre, con sus ojos y frente arrugados como esos gansos del corral...


San isidro, abril del 2006