Como cada vez que el grupo se encontraba, los dos hombres intercambiaban las cajas, cajitas en realidad. Mientras el grupo conversaba, comentaba las novedades, ellos dos cruzaban una mirada torva y se entregaban los paquetes casi en silencio. El hombre rubio decía:
- No se si la viste....es vieja.
- La miro, después te cuento – contestaba el de barba.
Nadie daba mayor importancia a un hecho minucioso, convencidos de que se trataba de algo casi inocente: el cambio de películas viejas de cierto género tomado como secundario. Nadie jamás sospecho la verdadera calidad de dicho “negocio”.
Claro, es que disimulados en el grupo grande, en el que todos hablaban de literatura, de cine...la pasión de ambos pasaba casi desapercibida. Se pensaba que compartían el gusto por las películas de cine bizarro. Cierto gusto por la sangre y el absurdo. Pero lo que compartían iba más allá de todo eso.
Mucho tiempo después de que el grupo se disolvió por la avanzada edad de todos sus miembros y la muerte prematura a manos del alcohol y las drogas blandas de algunos de sus miembros (una tal Sofía y el apodado Santiago), mucho después de que el ganara el premio Nobel de Medicina por haber descubierto una droga que no dejaba rastros en sangre, mucho después de eso....en una charla de café, él tiro el tema sobre la mesa:
- Siempre supe Arguello que no te gustaba el cine realmente, por eso permanentemente dudé sobre algo...
- No se cual es tu duda Orlando...
- Ustedes no intercambiaban películas, pensar en marihuana o en paco es una cosa muy burda para el intelecto y las pasiones de los dos...y llegué a la conclusión ...
Arguello se acomodó mejor en la silla, mientras Orlando haciendo señas, pedía otro café...
- Vos, Arguello, le mostrabas a Sebastián nuevas formas de asesinar...y él...él supongo que filmaría los actos para que vos los corrigieras, exactamente como si hicieras una evaluación sobre tu alumno...
- Nunca pensé que fueras tan inteligente como para descubrir esta trama...lo nuestro...lo nuestro no era delito....era arte.
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