Pues la verdad es que es hora de irse a la cama, y yo me he puesto a escribir en mi espacio inmaculado. Voy a inventarme un cuento. De verdad que sí, algún día, pero casualmente hoy no. Ahora mismo prefiero no pensar, seguir no pensando como he venido haciendo a intervalos la mitad del tiempo de mi vida. Me voy a quedar mirando al frente. Voy a escudriñar el horizonte de mis pestañas sin enfocar y sin ver nada, y me voy a preguntar qué supongo que hago: me increparé por el absurdo de mi abandono, por la ignorancia de mí y de mi comportamiento, por lo inexplicable de seguir con los ojos abiertos y jugando con la arena del tiempo.

Después recuperaré la autoconciencia de mis oídos y empezaré a escuchar las notas encadenadas de todos los temas que me entristecen, los que mi apetencia había recopilado y después olvidado. Hoy no quiero contentarme. En un ataque de rebeldía momentánea he afrontado que no bastan los besos que atrapan, ni tu risa, ni siquiera siendo sonrisa; ni el dindong de tu ombligo. Que hacen falta más palabras, sin buscar explicaciones, sólo por el reposo de ir cayendo con placidez en tu abismo en construcción. Me da miedo que las dudas puedan estar enterradas abajo y no verlas, y que sea tarde y dibujen montículos, y descubrirlas pisando mal y estrellarme. Eso puede doler, como los ojos cuando no son horas y continúan abiertos, forzados, escociendo. Es el caso, se ha hecho tarde y yo debería estar, tal vez soñando, pero durmiendo.

Me pregunto qué diablos estoy haciendo.