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Sentados en la oscuridad de la sala de cine, dos amigos pensaban muchas cosas antes de que empezara la película. Uno de ellos, el mayor, y bien mayor, por lo menos treinta años mas, pensaba en las cosas que debería de terminar una vez salieran del cine, por ejemplo: apagar la nevera que le había salido dos ratas que estaban devorando el tecnopor interior de la máquina, también el de dar de comer a su gato, y por último, ponerse a escribir la carta que le debía a su hermano que vivía desde los veinte años al otro lado del tercer mundo, es decir, en el viejo mundo... El otro amigo, cogía sus lentes, viejos como su amigo, y empezaba a mirar, si era posible, las piernas y pies de cada muchacha que se les acercaba y pedía permiso para pasar por sus lados, era un fetichista, un adorador de la sensualidad carnal, eso era natural a sus veintitantos años, y sin novia ni chica a centímetros de recuerdos... Vivía su ahora, su actual instante y, mas que esperar la película, soñaba con conocer a una bella fémina e invitarla a salir al lindo restaurante que estaba a la salida de la sala de cine... Despreocupado por sus pocas responsabilidades cogió un poco de dinero y salió poco antes de que empezara la película, el motivo, evidente, era su porcina hambruna y unas piernas que le había rozado sus pestañas... Ya vengo, le dijo a su viejo amigo. Salió detrás de la chica y se puso a su lado en el mostrador en donde se pedía la canchita y la gaseosa. Cuando la chica pidió su canchita, él le pidió su podía invitarle una gaseosa. Ella lo miró de arriba hacia abajo y, levantando la nariz, (esnobista) pasó por su lado sin chistar ni pedir permiso, mas bien le pisó su pie. ¡Auchi!, dijo nuestro amigo, ¡Eres una puta de m...! Iba a lanzarle su canchita pero al ver que todos los dependientes le observaban, declinó. Hizo su pedido y entró nuevamente al cine. La película había empezado. Trataba de tres hombres que escapan de la cárcel, y van como el Conde de Montecristo, hacia la fortuna. La película les hace olvidar de todo cuanto ocurrió en la previa. Y cuando terminó, al igual a todas las películas americanas, todos los espectadores quedaron desinflados como la panza de un zeppelín... Las luces se encendieron y todos salieron, menos los dos amigos que aún discutían acerca del final tonto de la película. Luego, se pararon, bajaron a tomar un café y entraron a la vieja librería del centro comercial al lado del cinema. No bien llegaron un viejo conocido los encontró. Les contó que había un concurso de cuento, que el primer premio era de tres mil dólares y que deberían participar. No es mala idea, pensó el más joven de los dos amigos. No lo es por cierto, dijo el mayor. Siguieron conversando de libros, autores, mujeres, novias, problemas hasta que se les terminó el café. Se despidieron de su amigo de la librería y se dispusieron a irse a sus respectivas casas. Pero, cuando estaban por irse a sus casas, se miraron las caras y pensaron en voz alta: Tres mil dólares. Sonrieron, se dieron la mano y cada cual se fue rumbo hacia su casa... El mayor de los dos llegó, puso la comida a su gato, colocó una trampa para ratas al lado de su nevera y se sentó a escribirle a su hermano, pero, cuando iba a poner el: Queri... , recordó el concurso de cuento y los tres mil dólares... Cerró los ojos y decidió escribirlo. El ya había concursado en muchas oportunidades, pero nunca había ganado nada, ni siquiera una mención honrosa, nada, pero, podía intentarlo nuevamente. Tres mil dólares, pensó... Al otro lado de la ciudad, su joven amigo caminaba por los linderos de su casa, no deseaba entrar, vio en una esquina a un grupo de amigos y decidió reunirse un momento con ellos. Les contó acerca de la película que acababa de ver, de la hermosa chica que le había pisado el pie, y, del concurso de cuento con premios de hasta tres mil dólares. ¡Tres mil dólares!, dijeron sus amigos. Sí, son esa misma cantidad. De pronto, recordó que tuvo un sueño extraño la noche anterior que trataba de muchas chicas que se le acercaban con los pies descalzos, y que en ves de ropas usaban cueros en todo el cuerpo, ocultando su desnudez. En el sueño, el era una especie de zapatilla, así que con mucho esfuerzo se arrastró hacia uno de los hermosos pies de las chicas y les pidió su podía tocar la platillas de sus pies… Todas ellas lo pisaron luego lo levantaron y le hicieron volar por los aires hasta caer en una nube gigantesca que en vez de ángeles habían pies, millones de pies, pero sin cuerpo… Nuestro joven amigo pensó: Estoy en el paraíso. Soltó una gran carcajada, haciendo que todos sus amigos lo miraran como un orate. ¿Qué les pasa?, les dijo. Lo volvieron a mirar y luego, todos, lentamente se le alejaron como si apestara… Los vio desaparecer en la oscuridad cuando sintió que ese sueño podría escribirla en un papel y, ¿quién sabe?, podría ganar los tres mil dólares. Sonrió ante esa idea y recordó a su viejo amigo. Fue corriendo hacia su casa y pensó en llamarle. Miró la hora y ya eran pasadas la media noche. Sus padres estaban de viaje así que pensó que no sería mala idea irle a visitar a su amigo, pero antes podría llamarlo, vaya a ser que estuviera de visita, o durmiendo, ¿quién podría saber? Ya estaba por llamarle cuando sonó el teléfono. Lo levantó, era su amigo que le proponía escribir juntos un cuento para ver si podían ganar los tres mil dólares. Sí, compañero, se dijo. Y así fue como empezaron a visitarse durante dos semanas para crear en base al sueño del menor de los amigos un relato interesante… Lo terminaron. Lo presentaron, y luego de dos angustiosas semanas de espera, recibieron los resultados… Por supuesto, perdieron, ni siquiera una mención honrosa, nada… Se miraron ambos y cuando ya estaban por maldecir su suerte, miraron la película que estaba por comenzar. Sonrieron y sin dudar más fueron a comprar su ticket de entrada… Una hermosa chica los esperaba, y, estaba con los pies descalzos… Tres mil dólares, pensaron los dos amigos antes de entrar…



San isidro, abril del 2006

Texto agregado el 29-04-2006, y leído por 217 visitantes. (1 voto)


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