Continuación



Los quince kilómetros por hora que alcanzaba la silla en la recta del pasillo aligeraban de miedo a Dani. Las paredes volaban a ambos lados en contra de su dirección. Un hombre de Héctor salía de una de las habitaciones instante antes de que la silla de ruedas le arrollase. El golpe que recibió en las rodillas le hizo caer como un muñeco de feria. Siguió adelante el muchacho gritando el nombre de su hermano. Iba entrando en las habitaciones de aquel pasillo que recorría la planta baja del edificio en forma rectangular: Cocina, servicios, escaleras hacia pisos superiores, salones vacíos, despachos. Caras desconcertadas ante su presencia y ante los giros de ciento ochenta grados haciendo rechinar las gomas de las ruedas en el mármol del piso.
Un energúmeno de cabellos negros sale de una habitación al oír los gritos del chico y enfila hacia él amenazante creyendo que su mastodóntica figura va a arredrar al conductor de la silla. Craso error de evaluación. Le hizo un quiebro al más puro estilo torero y, cuando quedó a su derecha, le endilgó con la herramienta en la entrepierna. Fue automático; darle el golpe y caer enrollado sobre sí mismo envuelto en un grito lastimero que hubiera condolido al mayor verdugo.
Pero Dani no tenía tiempo para lástimas. Su hermano estaba en peligro y haría lo imposible para rescatarlo.
Del salón de música sale Leo dando traspiés y con la visión enturbiada ve venir hacia ella una silla de ruedas a toda velocidad. Como puede se queda pegada a la pared para que pase pero se queda junto a ella. No acierta a articular palabra su cimbreante cabecita.

-- ¿Dónde está Pedro? ¿Sabes algo de él?

Dos de los guardaespaldas de Héctor vienen corriendo por el pasillo hacia ellos. Les da tiempo a meterse en una habitación y el de la silla tropieza con algo que se mueve en el suelo. Mira y es su hermano que se debate entre la consciencia y la inconsciencia.
La muchacha, dentro de su flaccidez y adormecimiento, comprende la situación y agarra lo primero que le viene a mano: un candelabro. Dani se esconde como puede en su silla, detrás de una mesa.
Una mano busca a tientas el interruptor cuando recibe un golpe metálico que le arranca un alarido. Otro golpe más en la cabeza y cae desmayado. Su compañero sujeta a la chica de los brazos pero el peso de ella, que se deja caer, le desequilibra y caen ambos al suelo, lo que aprovecha Dani para aporrearle con la llave inglesa en la cabeza. Ahora sí cae inconsciente.
Se oyen pasos. Dani escucha con atención. Es un solo hombre.
Sale de la habitación y enfila la silla hacia el voiyeur de pelo engominado. Este, que no espera tal reacción, queda plantado, inmóvil, sin saber qué hacer. Cuando determina volver hacia atrás es demasiado tarde, el carro de guerra del de los huesos de alambre, con el reposapiés encarado, le atiza un duro golpe en la rótula que le derriba aparatosamente entre quejidos.
Viéndolo tan cobarde, baja del vehículo Dani empuñando la llave y se aproxima con la mirada fija en la de Héctor. Retrocede este en el suelo y se cubre con las manos el rostro, pero nadie le puede salvar de la ira de quien ha sentido que su hermano podría haber sido secuestrado.
Arremete a golpes de llave en cabeza y rodillas, hasta que uno de ellos, en la región occipital, lo derriba totalmente.




Continuará