Cuando te vi por primera vez, tan chiquita, amoratada y con esa mata de pelo tan negro, sentí, sentí algo fuerte. Nuestros padres, pobres, temían por mis celos, que al perder la condición de único, surgieran. No tuvieron que preocuparse.
Siempre he estado a tu lado, de una forma o de otra, me dolieron las ausencias. Fui el primero en notarte los desequilibrios, las muecas de dolor, los mareos, antes incluso que supieras contárnoslo. Por mi insistencia fue el llevarte a consulta, me sentía culpable de los llantos de mama. Tú no te acuerdas, creo.
La separación. De pronto mi mundo, la cotidianidad se esfumó. Necesitaban dedicarte todo el tiempo que tenían y me ingresaron interno en el colegio, me lo explicaron, no hacia falta, tu bien estaba por encima del mío desde la primera vez que vi ese mechón de pelo negro en la cunita.
Hago lo que puedo, lo sabes, me enfado solo cuando veo el peligro rondarte, cuando te haces daño sin querer o en tu inocencia quieres hacer un bien y haces mal. Ya somos mayores pero sigues siendo mi niña.
Gracias por dejar que te cuide.
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