Me vestí rápidamente, apuré un café y me dirigí a la cita de negocios que rezaba mi agenda.
Entre al despacho arreglándome la corbata. Me presenté a la recepción y supe por boca de la Secretaria que por motivos fuera de control, no podría celebrase tal encuentro. Mientras terminaba de arreglarme la corbata, volví sobre mis pasos.

Volver a la oficina, no estaba en mis planes, entonces decidí desayunar con tranquilidad. En eso estaba, cuando de pronto, me acordé que estaba próximo al edificio en que mi prima Aurora ocupa un pisito de soltera. Un extraño, dulce y morboso placer me incitó, como empujándome, al lugar.

Mi moral rezaba por no encontrarla y mi amoral me castigaba la carne con una súbita y desagradable erección. Aurora era bella y exótica, además de ser mi prima, lo que aumentaba una dosis de solemne pecaminosidad, nos llevamos bien.

Siempre distraída en su vestir, parecía segura de sus naturales encantos, que no se desvivía tras engorrosos maquillajes ni peinados de última moda.

Estacioné lo más próximo que me permitió mi suerte, y caminé presuroso y nervioso hasta su edificio. Automáticamente pinché el botón del ascensor. Una vez en el 10 piso, busqué hurtadillas el número 1009. No quise anunciarme, ya me había figurado una sorpresilla mórbida, y me la imaginé tomando su ducha, o en tenida ligera y despreocupada y me decidí dejar al azar lo que la vida permitiera, esperé en la entrada a que algún visitante le fuera dado abrir la puerta para introducirme un poco a la fuerza.

Una vez en el pasillo, toqué la cerradura con precaución, rogando que estuviera abierta. Mis plegarias parecían acompañarme en la aventura. Abrí con delicadeza y me deslicé con prudencia en un tronar de pálpitos nerviosos e inquietos. Fui recibido por un silencio y un orden impecable en el salón, entonces atravesé hasta la sala de baño que encontré con la puerta abierta y sin señas de ser viviente. Mis ojos recorrieron el espacio con la avidez de un felino hambriento de sensualidad y sexo.

Su dormitorio, pensé en mí, quizás duerma. Me saqué los zapatos y me acerqué silenciosamente a la puerta entreabierta. Miré al interior y vi a mi prima abrazada a otra chica, el corazón me quiso dar un vuelco por el asombro, pero decidí respetar su intimidad y me aprestaba a retomar el camino de regreso cuando siento de improviso el dulce despertar, el estirar el cuerpo, entre medio una que otra sonrisilla y murmuro de palabras dulces. Luego siguen caricias. El alma en un hilo y la curiosidad m llevan sobre mis pasos.

Se que la morbosidad masculina y la curiosidad femenina, quisieran detalles; bien me detendré en aquellos que son los que me dejaron reflexionando, con ternura, con envidia, casi con celos. Nunca imaginé, en una relación “diferente” una fuerza increíble del amor.
El espectáculo, en si no tenía nada de fuera de lo común, lo que si sorprendía era la entrega,.la total entrega y esa complicidad que solo el amor verdadero es capaz de alcanzar.

Recordé, mis embates amorosos de hombre casado, que ya parecen una fría y casi desagradable, tanto para mí como para mi mujer, intimidad por obligación. Recordé las confidencias de amigos y amigas y cada vez sentí más envidia, por esa escena de tan inmensa ternura. Una historia de amor verdadero, que difícilmente olvidaré.

Una vez que se durmieron, sigilosamente desaparecí del lugar, en el camino de vuelta compré rosas, un coqueto y femenino dos piezas y me dije, este ejemplo es digno de ser imitado. Entré a casa con la misma esperanza de una agradable sorpresa…