En un viejo restaurante, ya no tan exitoso, luego de varias refecciones lo abrieron nuevamente. Como la cocina me agradaba, fui por allí. Me senté en una mesa donde podía ver las nuevas mejoras sin perder detalle. En el centro del amplio habitáculo habían colocado un gran árbol, viejo pino de la vecindad. Transplantado, después de pasar más de cincuenta años en ese ámbito de quietud y placidez lo injertaron en el negocio. Al preguntar por la ocurrencia me dijeron que contrataron a un Arquitecto de fama para remozar el lugar.
El restaurante comenzó a llenarse, las principales mesas, debajo del frondoso pino aún lleno de sus hojas frescas estaba presente, los parroquianos miraban la belleza de la inusitada ornamentación.
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Mientras terminaba de saborear las últimas gotas de mi buen vino, talvez en exceso para mi costumbre, observé en la copa del casi centenario, un ave que entró subrepticiamente en ese extraño lugar he hizo su nido. El animal era bastante grande. De pronto sus necesidades naturales ejercieron su regla habitual, la del mediodía. En la mesa, la más amplia, justo en línea horizontal con el nido, y ya sirviendo el plato principal, suavemente, cayó sobre muchos comensales, nada más y nada menos, la sabiduría del reino animal, mejor dicho, los residuos de la cual se nutre.
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