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[C:201247]

(Relato participante en el
Primer Concurso Nacional de Cuento
de Ciencia Ficción organizado
por la representación del CONACYT
en Puebla, 1984)

Cualquier semejanza con la reciente novela de José Saramago NO es coincidencia ya que el escritor portugués derivó su obra de este cuento sin consentimiento alguno.
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Los científicos, los religiosos y el hombre en general, no se explicaban las causas de tan singular fenómeno que afectó a toda la Tierra y puso en peligro la vida de sus habitantes, su estabilidad, su congruente equilibrio ecológico y su capacidad para albergar tantos seres.

El hecho ocurrió de pronto en todos los países, en unos de día en otros de noche. La noticia se comenzó a difundir y parecía meramente local, pues la gente, cansada de leer, oír y ver informaciones sobre las guerras de Medio Oriente y Centroamérica, las amenazas de una guerra radioactiva, las alzas en las tasas de interés para las deudas de los países subdesarrollados, los golpes de Estado y la intervención extranjera, no daba crédito a los titulares de los periódicos de ese día: “NO MURIÓ NADIE AYER!”, “NINGÚN ACCIDENTE NI DEFUNCIÓN”; sin faltar aquellos encabezados ingeniosos: “THANATOS VENCIDO”, “LA TILICA Y FLACA DE VACACIONES”.

Semejante hecho sí era una noticia, por todo lo que de novedad contenía. Los noticieros radiofónicos y televisivos ampliaban la información, ante un público expectante y sorprendido.

- “Confirmado –decía el carismático y confiable locutor-, el día de ayer no se reportó ningún homicidio, suicidio ni accidente imprudente en delegaciones o juzgados…Nuestros reporteros realizan en este momento una acuciosa investigación en todos los velatorios y hospitales, pues, al parecer, ayer tampoco murieron enfermos graves”.


En las oficinas, en las escuelas, en los cafés y en los vecindarios, todo mundo comentaba el acontecimiento, pero en un ambiente sereno, puesto que se temía escuchar en pocas horas las mismas noticias de siempre. El suceso se consideraba ciertamente extraordinario, pero al fin y al cabo pasajero.

Sin embargo, el público se enteraba de más reportes sobre el asunto. A dondequiera que se moviera la aguja del radio o el selector de canales del televisor, los periodistas daban pormenores del que ya era considerado todo un fenómeno.

- “Nos enfrentamos a un hecho sin precedentes, son ya 48 horas sin que se registre una muerte, no sólo en nuestro país, pues según los cables de las agencias internacionales, éste es un caso mundial”.

- “Esto es algo insólito, los hospitales comienzan a quedarse vacíos, pues los pacientes sanan milagrosamente y en las últimas horas no se registra ni un catarro, ni una diarrea”.

- “Noticia de última hora: la ausencia de fallecimientos no se restringe solamente a una potente y misteriosa capacidad del organismo a regenerar sus funciones en el caso de los que estaban enfermos y a evitar la entrada de virus en el caso de los sanos, no, lo más increíble es que el ser humano se ha hecho invulnerable a los accidentes y a las balas de acuerdo con los últimos informes de nuestros reporteros”.

- “Desde el kilómetro 25 de la carretera México-Cuernavaca les comunicamos sobre el violento choque entre dos autobuses de pasajeros en el cual los vehículos quedaron prácticamente deshechos, pero sus ocupantes están ilesos, repito, los ocupantes de los dos autobuses que acaban de chocar están ilesos”.

Por su parte, las empresas periodísticas comenzaban a tener un gran auge; se tiraban ediciones especiales que se vendían en enormes cantidades. Los encabezados seguían siendo sumamente llamativos: “EUFORIA MUNDIAL”, “¡SOMOS INMORTALES!”, “¡SÓLO FALTA QUE RESUCITEN LOS MUERTOS!”.

Un ambiente de fiesta surgió en todos los hogares, en muchos de ellos había auténtica algarabía. Los más felices eran aquellos que en un par de minutos abandonaban los sanatorios donde eran tratados de incurables males del corazón, de los riñones, de la vesícula; parecía que por fin el cáncer y el sida habían sido derrotados. También eran dichosos aquellos que a pesar de ser atropellados, fusilados, navajeados, ahorcados y ahogados, estaban enteramente sanos.

El júbilo era casi general, aun los que no habían atravesado por peligro alguno se sentían seguros de que nada les pasaría. Los niños jugaban sin cansarse y repetían las frases de los adultos: “no vamos a morir, no vamos a morir”. Los jóvenes vaciaban materialmente las vinaterías y además de emborracharse profusamente (las crudas habían desaparecido), rociaban el contenido de las botellas sobre su cabello. Los ancianos, estupefactos e inyectados de energía, bailaban, cantaban y no paraban de platicar acerca de sus proyectos a largo plazo.

- Tenemos tantos años por delante Juventino –decía entre suspiros una viejecita.
- Tantos no Mariquita, tenemos todos, ¡todos los años por delante!
- Es verdad Juventino, quién lo iba a decir ¿verdad?
- Pues usted dice Mariquita, ahora que tenemos todos esos años y hemos recobrado fortaleza, podríamos ser muy felices juntos…
- ¡Ah que don Juventino, no haga que me sonroje!

Hombres y mujeres festejaban velada tras velada su inmortalidad, ebrios de dicha rompían calendarios y los lanzaban al viento, otros, seguros de la eterna prosperidad se sus negocios se atrevían a regalar billetes a los limosneros que aún no acertaban a definir su situación, pues a pesar de tener garantizada su salud, no dejaban de padecer la indiferencia de la sociedad.

Los más contentos, sin temor alguno, se subían a lo alto de los edificios para aventarse una y otra vez. Todos los sitios estaban convertidos en verdaderos centros de variedades, incluso en las iglesias los fieles alababan con gritos a Dios, a pesar de la prudencia que los padres invocaban.

Aunque en los noticiarios y en programas especiales se trataba de dar una explicación al fenómeno, a la gente sólo le interesaba disfrutar de su nueva condición y ni siquiera daba crédito a los rumores de que esto fuera eventual.

-“Algunos científicos de Massachussets –apuntaban los locutores- opinan que el actual fenómeno de supervivencia puede estar ligado a la existencia de sustancias químicas hasta ahora desconocidas, desprendidas con el reciente nacimiento del volcán Pipiolo en Sevilla…
“Otra de las teorías es la que mantienen especialistas de Moscú, quienes atribuyen la existencia del fenómeno a una variación de la órbita de la Tierra, provocada quizá por la interferencias de tantos satélites espaciales…
“Por su parte, Su Santidad declaró en El Vaticano ante una multitud de fieles, que hoy como ayer, cualesquiera que sean las condiciones materiales que subsistan, no hay que dejarse tentar por las cosas mundanas que nos ofrecen una relativa felicidad y que, ante todo, más que festejar una presunta inmortalidad del cuerpo, hay que preocuparse por la salvación del alma…
“Tanto los científicos como el Papa, tienen sus reservas acerca de que este fenómeno sea efectivamente perenne”.

Sin embargo, pronto comenzaron a manifestarse conductas que nadie había previsto y que ocasionaban serios problemas a las autoridades de cada país, de cada región, de cada pueblo.

Los médicos estaban desesperados por no poder atender ni una herida, ni un dolor de cabeza, ni siquiera una fractura; el organismo humano se había vuelto perfecto. En estas condiciones, algunos doctores prefirieron dedicarse únicamente a partos, mientras que otros intentaron ejercer diferentes actividades, lo mismo que los empleados, gerentes y dueños de velatorios y panteones. Incluso muchos de los nuevos y lujosos cementerios, se convirtieron en clubes de golf y en centros recreativos privados.

Las empresas de seguros de vida ya no tenían clientes y resentían quiebras igual que muchos laboratorios farmacéuticos. Por su parte, los policías trabajaban horas extras para rastrear y atrapar a ladrones que, confiados en no convertirse en asesinos, obligaban a sus presas por la fuerza solamente, a entregar sus bolsos, carteras y joyas.

Conforme pasaban las semanas, la situación se hacía más complicada. Muchos jerarcas políticos, azorados por la presencia inusitada del fenómeno, prefirieron hacer una tregua indefinida en los campos de batalla. No obstante, otros líderes con su mentalidad expansionista, optaron por ordenar a sus soldados luchar primitivamente cuerpo a cuerpo y colocar ingeniosas trampas para cautivar al mayor número de enemigos.

A pesar de que la humanidad estaba relativamente más unida y su principal meta era vivir, vivir y vivir, las relaciones diplomáticas entre los países no variaron mucho, pues con muertos o sin ellos, los ambiciosos intereses de ciertos estadistas se mantenían inalterables.

Muchos problemas dejaban de serlo en estas condiciones. Ya no existía el drama de la falta de alimentos y la desnutrición; los seres humanos vivían aunque no probaran un bocado. La contaminación ambiental ya no amenazaba a los pulmones de los habitantes; se incrementaba el número de fumadores y bebedores sin perjuicio de su salud.

Pero nuevos problemas se generaban: la producción de alimentos ya no tenía la misma demanda, la balanza comercial entre los países sufría por lo mismo un notorio desajuste. Y ni qué decir de la producción de armas bélicas, base económica de las potencias mundiales; ahora esta rama estaba totalmente paralizada, a nadie se podía matar y ello ocasionaba drásticos cambios en los movimientos financieros del mundo entero. Era la recesión más grave que había padecido la humanidad.

Con este panorama de desestabilización tanto política como económica, la inmortalidad era una nueva amenaza para la paz social. En cada región la gente resentía los efectos de la crisis: el desempleo se agudizaba terriblemente, el nivel de vida bajaba en forma sensible, la lucha de clases se polarizaba más que nunca.

Cuando terminaron las manifestaciones de euforia por la inmortalidad, lo cotidiano resultó más angustioso. La ambición por el poder y las cosas materiales crecía, la competencia en todas las esferas de la vida era más evidente. Todos querían vivir pero vivir bien, tener el mejor puesto, las mejores oportunidades, el mejor porvenir…y la realidad era otra: la gran mayoría podría vivir, pero mediocremente.

Las disputas por envidia, egoísmo y miedo se suscitaban hasta en el más pequeño rincón de la Tierra, entre socios, amigos, esposos, padres e hijos.

- Andrea, no me puedes abandonar, juraste amarme toda la vida.
- Pero Felipe, ¿no te das cuenta que ahora no hay muerte que nos separe?

Los compromisos nupciales entraban en desuso, las herencias ya no funcionaban y los supuestos beneficiarios tenían que rascarse con sus propias uñas. Los abogados se arrancaban el cabello para resolver si era de justicia aplicar más penas de “cadena perpetua”.

Mientras la tasa de natalidad crecía, la de mortalidad ya no existía. El mundo se poblaba aceleradamente, se había roto cualquier pronóstico que de por sí era alarmante.

En forma paradójica, aun sin bombas radioactivas y de neutrones, la Tierra carecía de paz. Era difícil pensar en un solo ser que pudiera estar tranquilo, alegre. Reinaba la incertidumbre, todo el mundo comenzaba a inquietarse por la forma de vivir su inmortalidad, de sacarle ventaja a los demás. El caos era aterrador. Se respiraba tensión.

A pesar de estar garantizada la salud física de los humanos, poco a poco se empezaron a registrar desequilibrios mentales a raíz de la intensa angustia que privaba entre la gente. Los psiquiatras que ya se dedicaban a otras tareas volvieron a ser solicitados por clientes ansiosos de hallar la paz. Con los psicoanalistas, los pacientes deseaban encontrar una respuesta al qué hacer con su inmortalidad en un mundo desquiciado y conflictivo.

La angustia de las personas no se quedó en los consultorios sino que, ante el pánico de los demás, los manicomios volvieron a llenarse. Los nervios atacaban inmisericordemente. Esto asustaba más a la gente, ¿de qué servía vivir eternamente en un estado de neurosis?

Los habitantes estaban desilusionados, confundidos, atrapados de por vida en un planeta desconcertante.

De pronto, después de quién sabe cuántos días o meses, en una ciudad en la que se construía un edificio, un trabajador, tras caer desde un piso doce, no se levantó de la acera. Tímidamente la gente se acercó y rodeó al hombre. Estupefactos, incrédulos, paralizados, todos clavaron su mirada en el hombre inmóvil; nadie lo quería tocar. Por fin un valiente se hincó, tomó el pulso al trabajador y atónito se dirigió al grupo y dijo:

-¡está muerto!

En diferentes sitios se sucedieron, uno tras otro, casos similares. Por aquí un infartado, por allá un atropellado, un incinerado, un ahogado. Cuerpos a los que se les desprendía el alma ante la expectación de la multitud.

De emergencia volvieron a abrirse hospitales, salas de inhumación y panteones. Una rara paz cargada de misticismo y resignación envolvía el ambiente. Los encabezados de los periódicos aludían de nueva cuenta a los conflictos bélicos, los discursos políticos y las alzas de precios.

Sin manifestaciones de júbilo, pero tampoco de desesperación y llanto, los seres de todos los confines acogieron la vuelta a la normalidad y, más que eso, a la naturalidad.

La vida en todos sus órdenes se comenzó a reorganizar. Volvieron antiguos conflictos, pero ahora la gente contaba con una voluntad especial para superarlos dentro de sus propios límites, los límites que impone la mortalidad.

Teófilo Huerta


Texto agregado el 28-04-2006, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
28-04-2006 puede hacer el favor de explicarme su argumento, me parece una buena idea. gracias martin-laureano
 
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