La figura que se alzaba en medio de la noche alguna vez había sido humana. Parecía que apenas se sostenía en pie; su cuerpo cubierto con algunos ropajes hechos tirones, se veía destrozado en cada centímetro de piel, mientras que el rostro aparecía completamente desfigurado, y con unos ojos casi desorbitados que lanzaban una fría mirada, tan fría como el de una gárgola petrificada. El cráneo apenas se cubría con lo que parecía un pobre cabello enmarañado y cubierto de tierra, y las manos como temibles extremidades, mostraban la complejidad de la estructura ósea, destinada a articular algo mas bien de aspecto inerte. Sin embargo, este engendro que trascendió el umbral final, estaba allí delante de la pequeña cerca de madera, contemplando al parecer el camino que tenia delante: el sendero de ladrillos que conducía a la casa de Maria y su hijo. Ella, una mujer que vivía sola en el sentido de no contar con pareja alguna, ya que el padre del pequeño Miguel había conformado una familia mucho antes de conocerla, solía trabajar hasta muy tarde realizando remiendos y costuras complicadas pues con ello obtenía algún dinero extra bien recibido, que le permitía hacer frente a los innumerables gastos que un niño de seis años puede ocasionar. Su trabajo diurno de secretaria constituía su principal fuente de ingresos por ya mas de ocho años. Con ello había logrado cierto equilibrio emocional y económico, lo necesario para sacar adelante al pequeño Miguel, quien era desde el momento en que nació lo más importante de su vida. Ambos tenían allí el refugio soñado, libres de la intervención ajena que normalmente resultaba indeseada, además de evitar el revivir dolorosos recuerdos en la memoria de Maria.
Aquel monstruo empezó a andar al interior del jardín. Cada paso suyo era la desdicha asentada sobre la tierra cruda y polvorienta. Al interior, tras escuchar el ligero roce que producía aquel despojo con el piso enladrillado, Maria empezó a notar un ambiente malsano que parecía cubrir la noche alrededor suyo. Súbitamente, cierto extraño temor comenzó a recorrer sus principales nervios.
- ¡Miguel¡, ¡Miguel ¿estas ahí?
Llamó esperando una respuesta que provenga de la misma dirección de donde surgieron aquellos ruidos.
Alrededor de cinco segundos después, la voz de su hijo llegó de los altos de la escalera, es decir, del interior de la casa. Fue en ese momento que su mirada y el resto de sus sentidos parecieron entrar en completo estado de alerta. Corrió hacia la ventana y tras levantar ligeramente las persianas pudo observar hacia la derecha, a unos metros, una extraña silueta, de forma humana pero desdibujada en inquietante actitud. Y empezaba a moverse hacia su puerta.
De un salto, Maria llegó a alcanzar la cerradura e introdujo la llave que colgaba siempre de su cintura, dando hasta tres giros rápidos, asegurando el cerrojo todo lo posible, y asimismo, colgó la cadena de refuerzo y deslizó las dos trancas que respaldaban el total hermetismo de la vieja pero sólida puerta de madera. Sin embargo, bastaron pocos minutos mientras permanecía junto a la puerta sin atreverse a ver a través de la ventana, que pudo sentir el primer contacto de “aquello” con el muro a su alrededor. Los rasguños empezaron a notarse levemente, como buscando descubrir lo que tenia delante. Minutos después, se produjo un silencio muy breve, Triste y amargado, a la vez que expectante. En eso, en forma súbita, estalló el golpe macizo y contundente. Maria se estremeció ante el seco sonido de aquel golpe contra la pared, el cual retumbó en el ambiente, y lo que es peor, remeció su más profundo miedo, oculto durante todo este tiempo: que ella y su hijo, solos en aquel apartado lugar, se encuentren desamparados ante la mas terrible desdicha, sin nadie a quien acudir, alejados de sus seres queridos por voluntad propia, pero lo cual ahora parecía pesar sobre su conciencia, ya que esa extraña invasión llegaba como un maligno enviado, y se arremetía sobre su hogar.
Los golpes empezaron a ser mas estremecedores, los muros parecían temblar desde la base hasta el techo, los sonidos retumbaban en el ambiente como si se estuviese produciendo un sismo inesperado. La mirada de Maria reflejaba un total desconcierto y angustia en medio de aquella extraña incursión. Sin encontrar un lugar seguro donde esconder su frágil cuerpo, ella llegó a escuchar pequeños pasos que se aproximaban. Era Miguel bajando la escalera y llegando a acercarse a su madre con llanto en el rostro.
- ¡Mamá¡, mamá¡, ¿qué es eso?
- Miguel, ¡ven aquí, ven¡
Ambos se abrazaron con todas las fuerzas de las que se sentían capaces, como si al unir sus cuerpos lograran emanar una capa protectora que pusiera fin a aquella amenaza exterior. Mientras tanto, los golpes seguían escuchándose, uno tras otro, hasta que en determinado momento Maria logró darse cuenta cómo el contacto que “aquello” hacía con el muro, lentamente se había desplazado, hacia la derecha, mas allá; hasta que con espanto pudo notar la sombra que se visualizaba detrás de la ventana y de las persianas, junto a la puerta. Ahora, la feroz arremetida se estrelló contra el marco de metal, y contra el vidrio reforzado con la vieja rejilla. El impacto hizo saltar pedazos de vidrio hacia el interior con violencia ciega, algunos barrotes de metal se doblaron sorprendentemente; un grito casi inconsciente saltó de las gargantas de los cautivos, mientras las lagrimas corrían por el rostro de Miguel, sintiéndose perdido en medio de los brazos de su madre, que a esas alturas le resultaban insuficientes.
El ver aquellos fragmentos de vidrio caídos sobre el suelo de su sala, y algunos que la habían alcanzado, prendidos de su ropa, sumergió a Maria en un estado de resignación. Ya el mal había invadido su casa, había incursionado brutalmente y ya ella estaba dispuesta a recibir la agresión que diera fin con su angustia. En medio de aquella divagación, inclinó su cabeza, y lo que pudo notar fue la pequeña crisma de cabellos oscuros apretada contra su pecho, notando aquella mollera que vio por primera vez una tarde en la sala de operaciones de ese pobre hospital, cuando la enfermera tras cumplir la labor de partera cogió entre sus brazos aquella pequeña criatura, y la alcanzó hacia su madre quien así sostuvo lo que seria el primer fruto de su vida. Un hermoso bebe de belleza indescriptible, que parecía borrar de un tirón toda la tristeza de su alma, y que en adelante sería la única razón de su lucha diaria con la vida. Pasaron los años, y el bebe creció, y se hizo grande y muy listo, y de gran ímpetu y fuerza, cosa que Maria siempre había esperado silenciosamente. Quizá era muy pronto para decirlo, pero para ella esto se había cumplido, era algo que podía notarlo. Por esto, no dudó cuando la idea surgió en su cabeza.
Aquel torso de aspecto nauseabundo se mostraba a través de los cristales rotos y la persiana caída de la ventana. Los brazos levantados asomaban amenazadores, el brillo de la luna en el exterior iluminaba como un potente reflector una escena de pesadilla, que mostraba a un ente del infierno pugnando por cruzar la vieja ventana, estirándose mas allá del dolor, infligiéndose heridas al atravesar el hierro de la reja que aun se mantenía firme en gran parte, pero que parecía empezaba a ceder. Era un ser indescriptible ante sus ojos, una presencia sin lugar en esta realidad, que sin embargo había llegado hasta su casa, la había deshecho, y ahora estaba a punto de alcanzarla y marcarla con su horrendo contacto. Hay momentos de desesperación que no dejan esperanza alguna. Maria estaba segura que de esto no escaparía con vida.
- Miguel, hijo, ¡escúchame¡.
Miguel levantó la vista espantado, pero mirando fijamente a su madre.
- Vas a hacer lo que te voy a decir
Entonces, tras un breve momento, ella notó que el silencio volvía a reinar en el ambiente. El marco de la ventana, estaba destrozado, la rejilla cayó por si sola hacia el interior de la sala, rompiendo por un instante la quietud, pero no hubo reacción exterior visible. No había nadie a la vista. Los ojos de Maria seguían atentos, clavados en aquella dirección, viendo como la noche se extendía afuera, como todas las noches, indiferente a lo que le estaba ocurriendo; el mundo seguía dando vueltas, pero para ella, su mundo interior estaba siendo azotado por terribles tempestades y catástrofes. Y en eso, la cerradura de la puerta empezó a sacudirse, y luego, toda la puerta se estremeció violentamente; un golpe como lanzado con un mazo se estrelló, atravesando la vieja madera que hasta horas antes a María le pareció lo más sólido que había en su casa. Casi de inmediato, un brazo se alargó y se abrió paso entre los restos de madera y el viejo par de trancas, y el otro brazo extendió la brecha inicialmente producida dejando al descubierto la horrible presencia que se abría paso con inmortal voluntad, y el cuerpo llegó a atravesar el umbral de la puerta, dejando atrás escombros y fragmentos de si mismo, colgados de algunas superficies cortantes que pendían en medio de los destrozos. Y se pudo ver entonces con todo detalle la nauseabunda forma, el rostro deforme y carcomido por la naturaleza de la muerte, brazos y piernas hechas tirones y sanguinolentas, que dejaban aborrecibles huellas sobre la superficie donde se arrastrasen. La amarillenta luz de la habitación dejó en claro la monstruosidad que se erguía en medio del cuarto, y que siguiendo una coreografía macabra empezó a acercarse a Maria y a Miguel, inmóviles en medio de la sala. Hasta que en un inesperado momento se detuvo, como si hubiese vuelto a morir en aquel instante.
Maria aferraba con un brazo a su hijo, manteniendo la vista en aquel intruso, como esperando un determinado momento, mientras su brazo derecho parecía ocultarse detrás de ella. Fue en eso que sin moverse, solo dirigiendo la mirada hacia Miguel, este se soltó rápidamente y corrió hacia la puerta hecha pedazos y abierta, al mismo tiempo que ella se levantaba y corriendo con los brazos extendidos se lanzaba sobre esa maldición en pie frente a ella, la cual a su vez reaccionó con torpes movimientos hacia aquella mujer pero extendiendo su monstruosa mano con rapidez sobrenatural, cogiendo el cuello de Maria al momento que ella estaba a punto de alcanzarlo primero, mientras sostenía el manojo de llaves con las puntas de metal sobresalientes a modo de cuchillas, que a pesar de la sorpresa pudo clavar en una cuenca de aquel cráneo derruido, ejerciendo toda la presión posible, buscando hacer todo el daño que pudiera. Mientras sentía como la presión sobre su garganta se cerraba implacablemente, un extraño liquido empezó a brotar de aquel ojo, nauseabundo y fétido, y que alcanzó a salpicar sobre su rostro. Maria cerraba los ojos a causa del dolor y la repugnancia, pero retiraba las llaves de la cuenca ocular y ahora las clavaba en la sien, en la frente, rasgaba lo que antes fue un rostro con toda su fuerza posible, mientras el dolor insoportable y la desesperación la agobiaban; sin embargo con la vista casi nublada pudo notar como el frágil cuerpo de su hijo cruzaba la puerta, saltando al exterior en medio de sus gritos, pues la idea era salir en busca de ayuda, pero ella sabia que en realidad no contaba con el tiempo necesario para sobrevivir lo suficiente. Solo le quedaba atacar de la misma forma en que estaba siendo atacada, dando rienda suelta a una ferocidad animal para pelear por la vida de Miguel. Eso fue lo que le dio valor hasta el fin.
La presión sobre el cuello aumentó hasta hacer que Maria sienta que su cabeza iba a estallar. Ahora sus brazos golpeaban con lo que le quedaba de fuerza aquel cuerpo que la sostenía, y que tenia muy cerca. Lo que debía ser el rostro, con un solo ojo ahora, hueso y piel carcomida, con una mandíbula apretada hostilmente, se mantuvo a pocos centímetros de su cara, y empezó a emanar aquel terrible olor de lo putrefacto con una intensidad asfixiante. Entonces pensó que en realidad, era la muerte quien la envolvía, la apretaba y ahora la ahogaba sin la menor tregua. No era un espectro con una guadaña, era algo mucho peor, horriblemente peor. Y lo que siguió fue el acto más atroz del cual tuvo conciencia. Y fue el ultimo.
Aquella mandíbula monstruosa se abrió y se clavó en la boca de Maria, en un beso de muerte que la llenó de dolor y de sangre; un dolor agudo que invadió su boca, mientras la sangre corría sin parar desde sus labios destrozados y su lengua cortada, e iba por su cuello, deslizándose por sus senos, que se encontraban erectos, siguiendo por encima y por debajo de su ropa, hasta inundar el resto de su cuerpo. Sintió así que la muerte era implacable, y que no había lugar en el cual uno pudiera esconderse, pues siempre encontraría el camino. No vio una brillante luz, no sintió que su alma se desprendiese de su cuerpo. Solo vio y sintió oscuridad y dolor, fue tanta que llenaron su conciencia por completo. Ese era el final del camino, y lo había tomado por su hijo, por ser el único amor que dejaba en la vida, y eso era suficiente para cualquier sacrificio.
Y allí, en medio de aquella oscuridad que la rodeaba, y tras lo que pareció ser una eternidad, una voz empezó a escucharse, un sonido de formas caprichosas que fue tomando cuerpo hasta convertirse en un completo mensaje claro y conciso, expresado en forma abierta ante un entendimiento inexplicable para ella, pero que fue mas claro que una orquesta tocando en un teatro solitario:
- Eres parte de mí ahora, eres lo que estuve buscando. Es hora de que me acompañes.
Aquel mensaje fue expresado claramente, mas aun que cualquier otro que hubiese recibido en vida, pero de esto ya no había recuerdos.
- Nada nos detendrá. No hay pesar, ni dolor. Solo el deseo. El mismo que me atrajo a ti.. Ven conmigo.
El sufrimiento había terminado. No importaba el dolor, ni la tristeza. No importaba Miguel, ni su familia, ni el dinero que les había robado. Ni el dolor de su hermana, al ver como ella destruía el hogar, con aquel hijo bastardo. Huyendo de ella, de su madre, y de todos, por alejarse y empezar una nueva vida. Todo eso ya no importaba. Ahora había muerto, pero una nueva búsqueda se iba a iniciar.
Y Miguel, lloroso aun, sólo en aquella colina teniendo a la vista su hogar, pudo ver en medio de la intensa noche como dos figuras de extraños movimientos abandonaban lo que era su casa hacia el campo de abundante vegetación. Figuras espantosas en medio de la oscuridad, y si bien no pudo reconocer claramente a ese otro ser que avanzaba rezagado en medio de las sombras, una estremecedora idea comenzaba a apoderarse de su mente, y más tarde, de sus pesadillas. |