Él es simple y luminoso como un rayo. Se acuesta rozando su piel, provocando que gire para mirarlo. Ella es radiante y calurosa como el sol de enero, lo observa fijamente a los ojos.
Un pensamiento escapa, vuela por lo rincones de la habitación, choca contra el vidrio de la ventana cual pájaro perdido, y se escurre hasta el piso. Se cogen de la mano, cariñosos, obcecados. Pobre pensamiento se arrastra herido dejando una estela transparente. Se acercan en un amago de beso; sin embargo, se detienen antes de consumarlo. Y el pensamiento es un torpe molusco tratando de llegar a la cama, subiendo por la mesita de noche. Él acaricia su brazo, sus hombros; mientras ella trata de electrizarse infructuosamente ¡Cuidado pensamiento! ¡Cuidado! Pero no hace caso, toca apenas el candelero y la única vela que ilumina la habitación le cae encima incendiándolo. Están ahí los dos, con todo el fuego, ya extendido en el cuarto, a su alrededor; pero no se asustan. Se abrazan, se besan, con una pasión inusitada; en fin, se queman, como el pensamiento, como el cuarto, como la vela, como el mundo que los rodea.
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