Sin antifaz ni bolsa ni linterna
me convertí de pronto
en ladrón y arrebatador.
Por tu ventana abierta
entré con sigilo
y me apropié de todo
lo que mi alma codició:
cogí tus mimos,
tus ansias locas,
atesoré las artes fantasiosas
de tus manos deseosas,
y en poco tiempo
me apoderé de
gran parte de
tu ardiente corazón.
Tú, a tu vez,
al verte de pronto
despojada,
vengarte quisiste
al punto
de tamaña profanación,
y así,
en un rapto de pasión,
te fui entregando
sin pensarlo ni medirlo
todo lo que mi alma
en esta vida reservó:
mi amor inextinguible
mis noches de desvelo,
mi mente sin recelo
y mi ingenuo corazón,
todo ello te llevaste
y por mucho lo avaluaste
construyendo cien castillos
de ilusión.
Ladrones somos,
ambos,
osados y voraces
para lo ajeno tomar,
mas cortos nos quedamos
si al final nos comparamos
con quien todo lo dejó.
¡Que si de cierto amamos!
- ni dudarlo -
pues nuestra piel se contrae
y vuela nuestra idea
si sólo a media voz
el nombre del otro
pronunciamos;
pero aferrados y fieles
permanecemos anclados
al puerto que por años
nuestra vida cobijó,
es que nos falta coraje
para iniciar aquel viaje
el que muchos emprendieron
sin saber al final
dónde iban a llegar.
Pero, amada mía,
no me avergüenzo de
amor ajeno robar;
pues dice el refrán popular
que mil perdones merece
quien roba por necesidad.
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