El médico forense acababa de llegar en medio del gentío que se agolpaba en los alrededores de la casa de Verónica. Un coche de la funeraria estacionaba en ese momento delante de la puerta.
-Por favor, descuelguen el cuerpo y déjenlo encima de la alfombra.-dijo el forense nada más entrar en la casa.
Al parecer, una vecina había encontrado colgando de una soga, de una viga del salón, a la madre de Verónica. Ésta llamó varias veces a la puerta para preguntar por la hija, y en vista que nadie acudía a abrir, pues ella la vio entrar hacía unos momentos, optó por rodear la casa para intentar localizarla y desde una de ellas divisó el cuerpo colgando de una viga del techo avisando a la policía inmediatamente.
Una lámpara de minúscula luz abrazaba el cuerpo de Verónica estirado en una incomoda cama. Su cabezal, de barrotes dorados, lucían con el reflejo de la luz y como espejos, retenían la desnudez de la muchacha que intentaba desasirse de las ligaduras que destrozaban sus muñecas. Igualmente sucedía con sus tobillos, cordones de hilos entrelazados sujetaban sus extremidades inferiores.
Era una habitación muy pequeña, fría y húmeda, sin ventanas; sólo una puerta en una de sus paredes parecía ser la salida. Decorando sus paredes, dibujos de ángeles desnudos frotándose los unos con los otros, con los pechos enormes y unos pezones tan grandes que apenas les cabían en la boca del otro ángel que intentaba chuparlos. En una esquina había también pintado un demonio, de amplia cornamenta y largo rabo a continuación de su espalda. Por la parte delantera le arrastraba un enorme amasijo de carne enrojecido en su punta. La muchacha miraba aquello como si acabara de aterrizar en el mismísimo infierno presa de aquel demonio junto a los ángeles, y que tantas veces había imaginado eran su salvación.
Se oían unos murmullos cercanos al lado de la habitación. Verónica estaba asustada y perpleja al verse en aquel lugar y de aquella manera. Sólo recordaba el momento en que su profesor la sacó de aquella horrible pesadilla en el cobertizo. No sabía el tiempo que llevaba allí ni el porqué de su privación de libertad. Intentó gritar y apenas unos sonidos débiles salieron de su garganta. Nadie podía oirla. Empezaban a hacer mella sus ligaduras en las manos y los tobillos. La sangre ya no circulaba bien y el cosquilleo en los brazos y piernas iban en aumento. Se retorcía intentado deshacerse de sus amarres en la cama, pero era imposible. Tenía frío y sed. Su piel se iba poniendo morada y el bello erizaba sus puntas buscando la salvación.
-¡No!, la muchacha esa no, yo me encargo de ella, dejádmela a mí.
-Esta bien, tu te haces responsable, pero a estos tipos que tengo ahí afuera llevan una hora esperando y ya me han pagado ¿Qué les digo ahora?.
-Diles que ha habido un problema y que mañana tendremos a otra.
Ella reconoció la voz de uno de ellos, era Sandoval, su profesor. Empezó a llorar de nuevo, no podía creerse lo que acababa de oír. Su profesor, aquel que tanto amor despertó en ella, aquel que la sacó del cobertizo un día, aquel que hizo el amor entregándose toda, aquel que puso su confianza...era ahora su enemigo.
La puerta se abrió suavemente y el profesor apareció por ella. Desnudo y frotándose el pene con una mano le dijo:
Ya eres toda mía, vas a saber lo que de verdad es un hombre, nada de cobertizos. Lo que allí sucedió conmigo la primera vez fue una forma de probarte, saber como follabas, quitarte esa virginidad que tenéis todas, ahora te vas a enterar como se folla, puta.
Se puso encima de la muchacha y le introdujo el pene en la boca diciéndole:
-Toma, chupa puta, que eres una puta.
Ella, en aquellos momentos de rabia y desesperación, cerró la boca con todo aquel trozo de carne dentro y apretó con fuerza. Un grito se oyó más arriba del cielo imaginario que rodeaba las pinturas de aquellas paredes del infierno.
>>>>>continuará...
®Manuel Muñoz García-2003
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