Nave de acero
En un rincón oscuro y oxidado
me encimo en el encierro de la amplitud absorta,
como un cristal dilatando la luz que congela la muerte,
extrayendo sentido de clara abstinencia.
Abstenerse a la idea de vibrar con tus sueños,
sentir la fuente que nutre la presencia descontrolada del alma.
Incontenible tarea de soñar un sistema de nubes y espectros en una trama enredada.
El estudio de un canto presiente la energía suculenta de tu roce,
la suavidad de un camino apartado entre llamas y sueño en la mente.
A veces no entiendo lo que haces,
suelo pensar que piensas en nada.
Me encanta teñir mi suelo de flores y burlar la sorpresa,
pero piensas, ¡no sé que! Pero lo haces,
me encantaría conocer cada espacio de ti,
suelo pintar tu figura en las cápsulas de acero,
comentar a mi espacio que existes
y al no querer admitirlo es como sentir el infinito en un bolsillo.
Oscurezco,
y las voces del mundo marcan su ruta hacia lo desconocido.
El canto de la ciudad fabrica la turbulencia,
y no puedo pintar tu cielo en mi perímetro,
no puedo esculpir tu cuerpo y penetrar tu rostro.
Invadirte conviene a la idea de soñar,
y evitar es muerte sin angustia pero quemando lentamente mi consuelo.
Tres, cuatro, cinco balas,
millones de luces bailan en el mar gris,
pero la música cesa y sigue tripulando la nave maldita con su hoguera de espinas.
Y al llegar a este mundo paranoico despierto dormido,
descalzo y desnudo, entre la suculenta manía de envolverme en el humo que deja tu ausencia.
Suavizo la atmósfera y amplifico el azul con vida,
manejando la sutil caricia que marca las pautas.
Suspiro sonriente con miradas en mi hombro, tras la expectativa de lo desconocido.
Pedro Manuel Serrano Felipe
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