Valeria
Cuando supe que te moriste Valeria...
Ttuve que pensar... pensé un montón.
Fuiste mí amiga, mi vecina.
Cuanto jugamos y reímos,
y hasta me llevaste a la escuela.
Fuimos niños normales,
sin perjuicios ni prejuicios que nos rondaran.
Tú tendrías trece años,
yo quizá llegaba a los once.
Me decías, mi amor...
y me regalabas mangos maduros
que recogías en el patio de tu casa.
¡Son finos de la India!
Afirmabas con tus ojos relumbrantes,
y yo debía comérmelos en tu presencia.
¡Que pregenio! Enjuiciaba mi madre después.
Pasaron muchos años... no se cuantos,
para que llegara aquel día
en que coincidimos en un pueblo cualquiera.
Me saludaste... ¡Hola! ¿Cómo estás?
¡Bien, gracias! Respondí. No fue más.
Después... me contaron que habías estado loca.
¡No fue una sorpresa para mí!
Siempre pensé que tu mente díscola
tenía esas enigmáticas cualidades.
¡Fascinante experiencia tuviste, Valeria!
Debiste ser una loca genial, excelsa,
y también extrovertida y locuaz.
¡Me habría gustado estar de loco un tiempo prudente!
Ha habido locos locos, locos cuerdos…
y hasta locos importantes...
¿Un loco loco...? ¡Don Quijote de la Mancha!
¿Y locos cuerdos? Van Gogh, Niestche... ¿Hitler...?
¿Y, locos importantes?
¡No, son gente importante!
Yo ahora estoy en la locura de las posibilidades...
escribo poemas líricos y cuentos claros
y oscuros a la modernidad;
tal vez ni alcancen la importancia.
Agotaste tu tiempo Valeria
y tuviste que partir temprano,
apenas era el medio día...
cuando el sol más te alumbraba
y no podías mirar tu sombra.
No esperaste que llegara la tarde
para empezar el ocaso de los años,
y sentir la diferencia del otoño en soledad.
Yo en cambio sigo pegado a la vida
y a sus circunstancias obligatorias,
tratando de sobornar a la esperanza promesera
desde un aprisco iluso
forrado de brumas alucinantes.
Te hago este relato postrero y sentido,
sabiendo que no lo podrás leer,
pero quizá, lo lean otras Valerias,
que no se parecerán a tí.
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