I-
La plaza del parque, minúscula y redonda, está silenciosa. Albergada por un calor inusual de los primeros días de abril, se extiende la alternancia de frío y calor, en una escala imposible.
Hay unos pocos niños. Juegan. Pero les ha abandonado el griterío. Parecen correr más. Parecen hablar menos. Pareciera que no están.
En una esquina, dos parejas de ancianos hablan sobre una paloma blanca. Pero, pronto, la paloma se va alejando con lentitud.
Todas las voces callan.
-II-
La plaza del parque, minúscula y redonda, está bulliciosa. Se agita, albergada por un viento lento y promíscuo de abril: un aleteo en la alternancia de frío y calor. Esa escala indomable.
Hay niños, con sus ruidos, con su griterio. Corren y saltan con la bravura de caballos pequeños.
En una esquina, un papel vuela entre los bancos. Con el viento, gira y gira, y al caer, se arrastra, hasta que su propio torbellino le impide seguir el movimiento. Atrapado, puede ver cómo todo se para.
Desaparecen, con la tormenta, los sonidos de las calles.
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