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[C:2009]

LA TIA EMA

La tía Ema, con tan maravilloso nombre, tenía un piano en la sala de su casa. Yo la miraba echarse hacia atrás, entrecerrar los ojos y poner en el movimiento de las manos el efecto de una danza sobre el teclado, y soñaba con un día, cuando fuera grande, en que, igual que ella, me sentaría a tocar la misma música con la misma pasión. Ella tenía además un baúl antiguo, una reja cancel que daba al patio trasero y una escalera que iba a la terraza, nada era más fascinante para mi imaginación que tener todo eso en una casa para que fuera perfecta.

A la tía Ema el azar le había concedido un marido militar, muerto joven muchos años atrás, que la seguía vigilando desde un aburrido retrato con bigote y con uniforme. Sé que habían viajado bastante, era de entonces, de las travesías en barco, que ella había adquirido cierto aire de ensueño permanente que a la familia le parecía demasiado exéntrico.

Recuerdo a la tía Ema casi como a una heroína de novela inglesa (ésta es una asociación que hice con los años) porque paseaba por la arena de la playa con aquella enorme capelina italiana sobre la rubia cabeza desordenada., siempre sosteniéndola para que el viento no se la llevara, juntando caracoles y mar y mojando los pies en el agua apenas.

Su primo Alberto solía observarla con un catalejos un poco roto que había comprado a un ropavejero.

Cuando ella tomaba vino en copas transparentes y fumaba, él se ponía incómodo y resoplando afirmaba que eso era signo de libertinaje, todos perdían la voz cuando yo preguntaba qué quería decir esa palabra. Creo que el primo Alberto la envidiaba sólo porque ella había conocido otros lugares, vivía sola y sabía tocar el piano.

La tía Ema murió un día de manera extravagante. La encontraron reclinada sobre el piano, la cabeza apoyada sobre una partitura.

Mientras la velaban en la capilla familiar, yo me fui hasta su casa de la playa sin que nadie me viera y con la certidumbre de que ella en realidad estaba todavía allí y no en otra parte. El primo Alberto había llegado antes que yo. Lo espié, confieso, a través de la ventana, sin animarme a entrar. No me animé porque él lloraba.

Texto agregado el 11-02-2003, y leído por 237 visitantes. (0 votos)


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