Fui a dar mi examen, me jalaron... No es tan malo ser un perdedor, tiene sus regalías, por ejemplo ya tienes una fuerte motivación por mandar todo al infierno y hacer lo que te da la gana, sin pensar en consecuencias. Además uno llega a sentirse como la mayoría se siente, pero, los disfruta, como si se hubiese escapado de la cárcel por delito de cadena perpetua. Así me sentí luego de mi examen... Cogí el celular y llamé a mi chica, le dije la verdad y ella trató de consolarme. Qué estúpida, pensé. Le tiré le teléfono y llamé a mi hermano, también le dije lo del examen, me regañó diciéndome que no había hecho el esfuerzo necesario, también le colgué. Cogí mi celular y lo tiré al centro de la pista, lo mismo hice con mi reloj, y con todos mis libros de preparación del examen. Me sentí mejor y fui a caminar por la ciudad. En una esquina, parado como una estatua vi a un anciano, estaba vestido todo de negro, usaba lentes negros... su piel era negra... Lo sentí patético, pero sentí el impulso por hablarle. Me senté a su lado y le pregunté su nombre, pareció que no me escuchaba. Insistí sin darme cuenta que el negro era ciego, sordo y mudo. Lo supe cuando llegó una mujer diciéndome lo que era el negro ese. Vi como se lo llevaba de las manos hasta hacerlo subir a un auto que también era de color negro. Debe de ser rico el tipo ese, pensé. El auto arrancó y lo vi desaparecer por las pista de la ciudad... Miré el lugar en que estaba sentado y observé que en la parte superior de la banca había un inmenso árbol, cubierto de hojas verdes, y cientos de aves que parecían haber estado observándome... Me paré y con una piedra las espanté de las ramas del árbol. Era bello verlas salir disparadas como si fuera una erupción volcánica. Extrañamente, ellas, las aves, volvieron al mismo árbol, y, como antes, volvieron a mirarme, no todas, pero si la mayoría... Iba a tirarle otra piedra pero me contuve al ver a un guardián que parecía no gustarle mi actitud. Me alejé del lugar y no me detuve hasta que llegué a una casa inmensa, cubierta por unas enormes barras de color negro. La casa era una mansión de color gris. Vi por lo menos como una veintena de autos, todos negros, y cuando estaba por irme vi al mismo negro que estuvo sentado en la misma banca que yo, caminar como si no fuera ni ciego, sordo, ni mucho menos mudo. Me sentí burlado por aquel excéntrico personaje. Ya estaba por irme cuando escuché que uno de los guardianes de la mansión gris, me llamó. Me dijo que su patrón deseaba conversar conmigo un instante. Le dije que no había problema y entramos, y caminamos bastante hasta llegar al umbral de la entrada de aquella mansión... Iba a decirle gracias al guardián cuando el negro volvió a estar a mi lado. Esta vez me miraba directo, y luego me habló. ¿Te gustaría tener lo que tengo?, preguntó. Le dije que sí... De pronto, el caballero negro empezó a reírse como a nadie había escuchado... Ten, me dijo, estas son las llaves, puedes quedarte con todo. Y como un autómata, le recibí las llaves... Gracias, le dije. Y luego, le vi coger unos harapos y salir por la entrada de la mansión con el rostro mas alegre que jamás hubiera visto en mi vida. Recordé mi mala suerte en mi examen, la voz de mi novia, las quejas de mi hermano, y luego, empecé a reírme como un loco.... No se imaginan lo que había dentro de la casa. Exactamente, todo. Todo de todo, excepto, personas... Subí y bajé por todos lados pero a nadie encontré. Recordé al guardián, que era al mismo tiempo el chofer que vi guiar al negro. Salí de la casa y fui corriendo hasta encontrar al guardián. Le pedí que me explicara toda esta locura, pero solo atinó a esbozar una extraña sonrisa. ¿Puedo salir?, pregunté. Me dijo que solo podía salir con él y en auto. Ok, le dije. Pero antes, por favor, mi señor, debiera usted mudarse de ropas. Le acompañé por la casa hasta llegar a una de las piezas en donde había todo tipo de trajes y zapatos. Cogí cualquiera, y le dije al guardián que ya estaba listo para salir de paseo. El guardián me ofreció unos lentes oscuros, para sol, y salimos alegremente por las calles... Era extraño, muy extraño, pues, apenas salí de la casa pareció que no saliera a ningún lado, y pasease por un páramo, como si todo hubiese desparecido... ¿Oiga, dónde está la ciudad?, pensé. El guardián se volvió ante mí, como si hubiera adivinado mis pensamientos, y me dijo que nunca había existido ciudad alguna por el entorno. Me asusté y cuando bajé del auto, todo me pareció arderme. Mis ojos, mis sentidos, todo. Traté de hablarle pero de mi boca salió un escuálido gemido, como una rata infectada... Me volví en el auto hacia la casa y supe que estaba atrapado. Estaba en una hermosa casa, pero solo, solo, tan solo como un dios aburrido en la tierra... Recordé al negro y supe que mis días serían más negros que su piel... Me senté en el borde de la casa y me puse a esperar, a esperar que llegara otro feliz perdedor, otro ser sin esperanza ni destino... que no supiera valorar su presente…
San isidro, abril del 2006
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