... Reflejo de Otoño...
Camino por en medio de un parque. Aun es jueves, aun es abril, y aun es otoño. Presiento el instante en que cada hoja lucha entre caer o mantener su dependencia de un árbol, y me observo en cada una de ellas. Con mis manos guardadas en los bolsillos, por el frío o quizás el ocio, me enfrento al otoño, y a cada una de las cosas que trae en su caja de sorpresas. ¡Qué hermosa la ciudad en otoño! Y aun más hermosa la noche de otoño que se aproxima.
Como cada día me siento en el mismo banco a entrar al mundo y comprenderlo por primera y ultima vez. Cada vez que creo que lo he capturado, lo olvido, y por eso vuelvo aquí, casi cada día.
Si yo fuera mi madre odiaría el otoño. Mucho barrer hojas, y ¿Para qué?, el viento en un acto de rebeldía vuelve a esparcirlas, y no vale de nada todo el trabajo. Justamente lo que odia mi madre es lo que yo amo. Que yo salga de noche. Sentarse a ser y solo ser. Lo no productivo. Lo sorprendente del cada día.
Lo único en que coincidimos, y que nos une como dos puntas de una misma esfera, es la música. La que yo logro toscamente producir. La que escuchamos de vez en cuando, en algún concierto, cuando tiene tiempo. La que ella metió en mi mente desde el útero.
Hay quienes no resisten la soledad, como ella. Para mí es una vía de escape de lo cotidiano a lo trascendental. Es el minuto en que cada cosa del día calza, y debería cobrar sentido. Como ahora. Cada risa de niño que me asalta, cada paso de una anciano, cada hoja rodando frente a mis ojos, es algo que da sentido a este día no luminoso. No gris, pero no luminoso.
Es como si todo y todos se hubieran confabulado para hacer de las horas pasadas una pequeña y particular tortura, y es a la vez, como si nadie lo hubiese notado.
Todo gira en torno a ellos, me doy cuenta. Si no les sirves, te ignoran hasta que te encuentren una utilidad. Todo gira en torno a ellos, y a esa estupida manía de tener y retener cosas. Qué cosas no importa: celulares, notas, novias, zapatillas, autos, incluso amigos.
Y cada uno esta atrapado por el tener, el ser y el hacer. Si alguien, tan solo alguien más pudiese darse cuenta. De que somos tan esclavos de nosotros mismos, y de la propia cultura que construimos, conservamos y avalamos.
Si tan solo alguien se diera cuenta, y amara la soledad. |