El día se anunciaba plácido en los Alpes Suizos. La naciente temperatura incitaba el caminar temprano por la orilla de todo ese grandioso conjunto natural. Nos preparábamos entonces a permanecer en las alturas de la montaña y disfrutar del agradable sol y ese casi viento tibio-helado del lugar. Caminamos hinchando los pulmones y permitiendo a nuestros cuerpos un relajo total. De súbito, las ilusiones cambiaron radicalmente. De manera inequívoca papá necesitaba los servicios de urgencia y de salud. El relajo se volvió ansiedad y pánico. El sufrido corazón de exiliado de Andrés, sufrió de pronto los embates de la altura y ese ineluctable pasado de represión dictatorial, que no puede quitarle. Rápidamente se obtuvo los servicios de una ambulancia que nos llevó con misericordiosa velocidad al hospital del lugar y, que se encontraba, afortunadamente para todos nosotros y en especial para Andrés, a nivel del mar. Quiso el destino que, luego de una serie de exámenes de rigor y de un reposo obligado, mi novio obtuviera el alta cerca de las 20:00 horas, sí, con la recomendación irrestricta de no volver a las montañas, debido a que las alturas (3000 metros y más) podrían perjudicar su convalecencia. Es necesario agregar que el lugar balneario en esos tiempos de verano, es un verdadero hormiguero de turistas y veraneantes.
Siguiendo las recomendaciones del doctor, recorrimos todos los recintos hoteleros sin poder encontrar una miserable habitación, al menos para Andrés. Yo en definitiva podría volver al hotel e la montaña, en el peor de los casos.
Ya en la recepción del hotel que se nos ofrecía como última alternativa, nos encontramos con la negativa irreverente, de no disponer al menos de una inhóspita pieza para socorrer al enfermito. En esos trámites angustiosos nos encontrábamos cuando el azar quiso que se cruzara en nuestro camino, Alejandro, un amigo de infancia de mi Andrés y que pernoctara allí desde hacía algunos días con su novia Antonia. Luego de amena charla, le hicimos saber de nuestra necesidad y angustia. Sin más se ofreció con toda voluntad a compartir su habitación con Andrés y la de Antonia conmigo. La idea nos pareció, aunque no lo que deseábamos, al menos bastante aceptable en las circunstancias. Andrés y yo, respiramos tranquilos.
Luego de cenar en el mismo establecimiento, decidimos retirarnos a las que serían nuestras compartidas habitaciones.
Antonia era una chica muy agradable y aunque un poco mayor, me pareció una excelente compañía y tal vez me dije, con el tiempo una buena amiga. Sus ojos reidores y su porte, inspiraban una confianza a primera vista. Vamos chiquita me invitó tomándome por el brazo. Me dejé llevar encantada.
Nos retiramos, dejando tras nuestro una deliciosa impresión de camaradería.
Una vez en la habitación Antonia, amablemente me ofreció el baño para que me tomara una ducha. Ducha que me pareció muy agradable, dado toda la stress sufrida durante el día. Con la seguridad que podría quedarme cerca de Andrés, disfruté enormemente ese momento.
Salí del baño un tanto apresurada, para no hacerla esperar. De todas formas, era su habitación la que yo estaba compartiendo. Al levantar los ojos, me sentí atraída y atrapada por la belleza y las perfección de un cuerpo completamente desnudo. Mi corta edad, me turbó un tanto, aunque declaro que soy curiosa por naturaleza. Ella me miró con una cierta picardía y entró a su turno, con toda naturalidad, a la sala de baño. Yo me acomodé frente al espejo y comencé a secarme mi larga melena.
Estaba en esas tareas y ensimismada en mis propios pensamientos, y no advertí cuando Antonia abrió la puerta y totalmente desnuda otra vez me rozó los hombros y me dijo: -eres de piel dulce chiquita. Un extraño placer me recorrió el cuerpo y me paralogizó de miedo. Al verme turbada, quiso disculparse inmediatamente, me sentí mal de saberla inquieta y le dije con la voz más entera que pude: -no es nada, no te preocupes, es que es mi.... me puso un dedo en la boca y no me dejó seguir hablando... me besó la frente... -está bien agregó, -la que no debe preocuparse eres tú, ¿tranquilita ya? Acaricié cariñosamente su mano y la deje ir.
Seguí secándome el pelo. Pero perturbada y con el alma puesta en sus mínimos y seguros movimientos. Con toda naturalidad Antonia se recostó en su cama y al tiempo que me sonreía, empezó a acariciarse los pezones. En algunos minutos parecía haberse desentendido completamente de mí. Sin embargo, no podía dejar de observarla a través del espejo. Advertí una cara llena de felicidad, aunque a veces adoptaba gestos que parecían hacerla sufrir. La sentí gemir y quise acercarme para preguntarle si se sentía bien. No tuve el valor de hacerlo. Mi pelo estaba seco y mi propia respiración entrecortada, parecían impedirme cualquier gesto. No me atreví a desconectar el secador para no interrumpir ese rito, magnífico rito entre sus dedos y sus ahora magníficos pezones. Contemplé maravillada la hermosura casi perfecta de sus líneas, de pronto me avergonzaba y pensaba en Andrés, para distraer mis confundidos temores. Antonia siguió su juego, una vez que pareció saciarla el ansia de acariciar sus senos, empezó suavemente a recorrer su desnudo cuerpo. Sentí y advertí una primera y dulce sensación. Me di cuenta que mi propio sexo, estaba humedeciéndose. Apagué el secador sin más y me acerqué a mi cama, lentamente sin despegar de mi vista los delicados movimientos de mi compañera de habitación. Nos miramos, me incitó con una sonrisa de placer a hacer lo mismo. Creo que empecé a perder el rubor, me acosté encima de mi cama y quise experimentar sus gestos. Sin darme cuenta, una de mis manos había atrapado suavemente uno de mis incipientes pezones. Sentí un agradable sensación recorrer toda mi virginidad. Cerré los ojos y la sentí acercarse. No me moví, o no quise moverme, su boca se apoderó dulcemente de mi otro pezón, sólo recuerdo que gemí de un placer desconocido y fugaz y creí desvanecerme...
El despertar fue radiante, y bajamos a desayunar la mano en la mano como las mejores amigas del mundo y un hermoso secreto. Alejandro se llevó a Antonia luego de terminar de desayunar y yo me sentí, al lado de mi Andrés ya recuperado, feliz de ese pícaro y maravilloso sueño...
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