Mi Segunda Muerte
Últimamente la nostalgia me visita a menudo. Las mujeres hermosas, los buenos vinos, los autos lujosos, los cabarets, los reflectores,... mi público. Tenía mucho tiempo sin recordar todo aquello. También llevaba muchos años sin escuchar mi propia voz en la radio y lo disfruté. Antes, cuando la oía a cada momento, resultaba odioso. La sola mención de mi nombre me enfermaba. Pero ahora...
Mi público...
Por ellos lo dejé todo y ahora los extraño más que a nada en este mundo. Mi retiro prematuro fue cuestión de salud mental. Ya no soportaba sus acosos constantes, sus intromisiones en mi vida privada, sus preguntas estúpidas, su idolatría, su...su...¡su sola existencia! Y ahora, añoro esos días. ¡Qué tontería! Ya ni siquiera el escuchar esas ridículas historias, esos mitos acerca de mi muerte, me divierten o causan consuelo.
Ese mañana, mientras escuchaba la radio, me miré en el espejo y recorrí mi agrietada cara con los dedos. Después de dos horas, grandes cantidades de maquillaje y un bote de spray, logré un símil ligeramente grotesco de mis tiempos de gloria. Del rincón más olvidado del armario, saqué la combinación adecuada de traje, zapatos y accesorios. Todo encajaba como antes. Ahora sólo faltaba lo más difícil de recuperar: mi antigua actitud de encanto y elegancia que cautivaba a las masas.
Cerré los ojos y busqué mi recuerdo más preciado de aquellos días, con la esperanza de encontrar el estímulo necesario para emprender mi regreso. Confiado, abrí la puerta y salí al mundo. “Aquí estoy. He vuelto. Nunca me fui” grité. La gente me vio sin interés, como a cualquier fanático que presagia el Apocalipsis. Intenté recuperarlos cantando y bailando, pero no reaccionaron. Derrotado, enfilé de regreso a mi escondite mientras una señora comentaba con su compañero “Mira. ¡Que triste! Otro patético imitador de El Rey”.
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