Siempre que salimos, ya sea cuando caminamos
o cuando el tráfico nos detiene,
tengo la costumbre, de buscar la soledad de las personas
que se asoma por las ventanas, sobre balcones
de esos edificios altos que invaden la ciudad e inevitablemente, pienso que puedo salvarlos
mientras olvido preguntar
¿quién me sacará de tu auto y de nuestros anudados brazos? ¿quién me salvará de la costumbre? ¿quién me salvará a mi?, ¡quién te salvará a tí!
No debo pensar en eso, porque si pienso en mi soledad
tendría que aceptar que si mi rostro se viera desde los cristales de esos edificios
mi nostalgia ya no podría ocultarse entre los limpia vidrios,
entre el tráfico de la ciudad, entre los voceadores subempledos,
entre la prisa de los citadinos, en fin
entre los ruidos y movimientos de ésta ciudad.
Así es, ni siquiera mi nostalgia sería mía.

Luego veo tus ojos que no logran alcanzarme
porque mi soledad se esconde en la tuya
por eso ambos hemos acordado con silencios largos nunca subir un edificio y no mirar a través de sus ventanas o balcones.
Esperemos aquí a que algunos bajen de los quintos pisos y oculten sus tristezas entre nuestras falsas alegrías
en tanto, de vez en cuando nos proferimos
un té amo que nos mantenga siempre juntos aunque solos…