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Dude en salir del trabajo, es decir, abandonarlo por acompañar a mi madre que tenía que hacer compras. Ella acababa de llegar de Europa, ya con setenta y cinco años, y con un carácter digno de una leona. Y bueno, la acompañé, fuimos al mercado, compramos pescado, visitamos la vieja ferretería del vecindario y mi madre estaba contenta. Podía ver sus ojillos brillando de complacencia al tener un apoyo, un hijo a quien acudir. Y cuando terminamos de realizar nuestras compras, mamá me dijo algo que nunca olvidaré: Hijo, cásate. Yo ya contaba con mas de cincuenta años, y si bien he tenido una que otra aventurilla, nunca pensé en formalizar una relación seria, mas bien trataba de huir por la tangente y serme fiel a mi fría soledad que siempre me esperaba a las doce de la noche, que era la hora en que me sentaba a escribir a lo algo de cuatro horas sin parar... Durante el día trabajo en una panadería, que es de mi propiedad, vienen clientes, los atiendo, se van, me pagan me cuentan sus chismes de barrio, les escucho y, si es algo interesante sus chismes, lo escribo. Esa es mi rutina de trabajo, es decir, mi centro de labores se ha convertido en mi centro de acopio de observaciones, almacenaje de imágenes para mi literatura... Nunca he ganado un premio importante, quizá he salido en una que otra página, pero dinero, tan solo una vez en que gané 1000 dólares que me sirvió para comprarme una portable que me sirve pare escribir con mayor celeridad... He publicado, he disfrutado de mis textos y, creo yo que soy feliz... Pero, ahora, al escuchar a mi madre pedirme que me case, lo tuve que tomar en serio. Lo primero que hice fue buscar en mi agenda las amigas con las cuales salía. Las llamé una por una y todas se habían casado. Tuve que poner un aviso en el periódico para encontrar la manera, pero, recibía noticias de mujeres de gustos muy raros, por ejemplo, una de ella, bastante bonita, joven, con casa, tenía dos niños y una madre. Nos citamos, pero, al irla a dejar a su casa conocí a su madre... era una gigantesca gorda, peluda, con bozo, me pareció, y vestía como gitana... Me invitó a pasar, pero no quise. Y bueno, he conocido a través del periódico muchas mujeres, pero nada. Un amigo que vivía en España me contó que a través de la Internet, podría conseguir pareja, él lo hizo y se casó con una bella Sevillana y ya cuenta con dos hijos. Me mostró su foto y sentí que esa era el tipo de mujer que deseaba como esposa. Me inscribí, y, con suerte, me llegaron fotos, previo pago de veinte euros por años de inscripción. Conocí a una hermosa catalana, al menos en la foto, según ella, yo era su tipo. Excelente, pensé. Después de numerosos emails, decidimos casarnos, previa visita a cada uno de nuestros países. Primero vino ella, (ella misma pagó su pasaje). La vi llegar en un avión y bajar las escaleras, y me sorprendí que era pequeña, mas de lo que yo imaginaba, y parecía ser mayor (me decepcioné un poco, pero ya estaba en el tren). La llevé a mi casa y se la presenté a mi madre, parecía que todo encajaba, podía hacer un sacrificio, me dije. Pero, cuando mamá y yo estuvimos solos, ella me recomendó que esa mujer no era para mí... Me quedé helado, pues, ¿cómo decírselo? Terminamos la cena y le dije a mi madre que no podía hacer eso. No te preocupes, me dijo, ya se lo dije yo. Efectivamente, la mujer se paró de la mesa de casa y me pidió si podía mandarme un taxi con dirección al aeropuerto. Le dije que yo la llevaría, pero mamá me dijo que no era necesario... La vi alejarse y pensé seriamente en que jamás me casaría... Olvidé el tema y continué escribiendo, laborando, y todas las cosas que hacía siempre, hasta que mamá me llamó urgentemente. Fui a su casa, asustado por si lago malo le hubiera pasado, pero al verla en la puerta y con una sonrisa de oreja a oreja me di cuenta de que se trataba de otra cosa. Efectivamente, mamá me había conseguido una esposa. Pero, mamá, yo no la conozco, le dije. Pero yo sí, respondió. Pasa hijo por favor, y cuando entré vi a una señora vestida de blanco con una tímida sonrisa. Era mi novia. Me casé, mamá al poco tiempo de casarme falleció. Pero, no estaba solo esta vez... Ya tenía compañía, que si bien no era una belleza, sí sentía su respeto y su afecto... Nunca fui feliz, pero, al menos, así la pasé. Trabajando, escribiendo y durmiendo con una mujer que le hacía el amor una que otra vez al mes... No la amaba pero, quién puede pedir a mi edad milagros, por supuesto, los sueños y la esperanza son algo fatal... pero, eso, a lo largo de mi vida se fueron diluyendo como el vapor en una ducha de baño... Los milagros, sí existen, pero, hay que tener mucho cuidado con lo que se pide... Si por mi fuera, hubiese quedado solito, así como esos gatos que pasean por mi ventana mientras escribo por la noche...


San isidro, Abril de 2006

Texto agregado el 24-04-2006, y leído por 354 visitantes. (0 votos)


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