PONENCIA PRESENTADA EN EL ENCUENTRO CULTURAL DE LA REGIONAL DE SANTO DOMINGO, D.N., PERTENECIENTE A LA SECRETARÍA DE ESTADO DE CULTURA, CELEBRADO LOS DÍAS 29 Y 30 DE JULIO DE 2005, EN LA CIUDAD CAPITAL DOMINICANA.
PANORAMA GENERAL.
Hay gente que pretende establecer una dicotomía entre globalización y nación. Pero es falsa. ¿Cómo se demuestra? En primer lugar, empecemos por definir lo que es una y otra.
La globalización es el proceso que vive hoy el mundo, en el que el marketing y la industrialización mundializados, a través de la computadora, el internet, la televisión, radio, prensa, el rápido transporte moderno y otros medios de comunicación, han producido una interdependencia social, económica, cultural, política, tecnológica, entre los países del planeta. Hemos llegado a la aldea global prevista por Marshall McLuhan en su libro Comprensión de los medios, en 1964, en el cual lo ocurrido en la más remota región de la Tierra puede afectar la vida cotidiana, el futuro nuestro y hasta el de nietos y bisnietos.
Veamos ahora el concepto nación. Es el conjunto de personas que asumen estar unidos por una historia, una geografía, costumbres, aspiraciones y sueños, y comparten el amor por un territorio y se identifican con unos íconos visuales y sonoros llevados por la tradición. Claro, puede haber naciones que se salen de esta definición en algún que otro aspecto, como ocurrió con los judíos durante años hasta el 1948, en que David Ben Gurión estableció el Estado de Israel. Algo similar ha pasado con Palestina, la cual, hasta que Yasser Arafat estableciera la Autoridad Nacional de Palestina en la Franja de Gaza, Cisjordania y otras zonas. Antes de ambos acontecimientos, fueron naciones sin territorios.
Como se ve en estas definiciones, la globalización y la nación son como el todo y la parte, el cero y el uno, un animal y su hábitat. No pueden existir el uno sin el otro. Viven en lucha constante y en alianza perenne. Son contrarias y complementarias, en una dialéctica que las entremezcla. Una hace a la otra y viceversa.
En el primer caso, porque los valores culturales que sustentan la identidad como nación –himno, bandera, escudo, folklore, arte, técnicas, tradiciones, historia, geografía, ciencia, costumbres- conforman un conjunto que lucha por destacarse y sobresalir en el maremagnum mundial, en contradicción con las señales características de otros pueblos del globo. Cada país lucha por no perder sus atributos particulares frente cada uno y respecto al conjunto. Por ejemplo, en el campo musical, a los dominicanos nos identifican el merengue y bachata, aunque tenemos muchos más ritmos proyectables. Los brasileños su samba, bossa nova y otros ritmos. Los puertorriqueños, su plena y bomba. Cada uno tiene el deber de no dejar desaparecer su esencia folklórica, típica, nativa, criolla, su aporte cultural al mundo. Lo mismo que los chinos o los japoneses no dejan sus costumbres milenarias ni sus ritos y hábitos, sus muñecas y ánforas de porcelana, comidas, artes marciales.
Y el caso puertorriqueño es digno de mención especial y valorativa. Es una nación con un amplio margen de independencia, desde el punto de vista cultural, a pesar de ser un estado asociado de la Unión Americana. Ha mantenido a toda costa su idioma, muchas de sus tradiciones, costumbres, música, literatura, hábitos de cocina, estilo del habla y otros detalles. Es una muestra de que a la fuerza de la globalización aliada al poder de otra riquísima cultura con sus armas bien poderosas –como es el caso de la norteamericana- le ha sido imposible hacerla desaparecer. Pero la norteamericana ha empleado en lo cultural el principio que los puertorriqueños han empleado en lo político: cuando no puedas vencer al enemigo, únete a él. Ha compartido y estudiado el mundo cultural puertorriqueño.
En el segundo caso, precisamente, los pueblos aplican en general –de forma intuitiva, en el inconsciente colectivo de Jung- el criterio de que lo extranjero no debe ser rechazado ni ignorado ni temido. Debe ser delimitado, comprendido y asimilado. Así, los pueblos van armando sus creaciones, casi siempre de fragmentos de culturas extrañas, mezcladas a las propias. Basados en la palabra mágica de la antropología moderna: el sincretismo. Esa mezcla entre valores de un pueblo y otro, de una religión y otra, de un mito y otro, de un conocimiento y otro, de una filosofía y otra. Sólo hay que ver que los pueblos de alto desarrollo mental y material son los mejores asimiladores de cultura extranjera. Véase a los países modernos asimilando cultura foránea, lo mismo que el gran Imperio Romano se apropiaba de la helénica. Los griegos, por su parte, internalizaron la cultura egipcia. Los egipcios, la persa. Así estos de los medos, asirios, etruscos, fenicios, sumerios hasta llegar a las oscuridades más profundas de la historia, en que los grupos humanos se han alimentado siempre de los conocimientos de otros. Y, claro, cada pueblo ha delimitado, como los animales, su territorio propio, infranqueable, inviolable, y por el que se pelea, si hay que hacerlo.
La mejor prueba de que ser receptivo ante el conocimiento y la cultura extranjera es bueno, nos la enseña la historia, cuando vemos que todos los pueblos que han dominado al mundo son abiertos, juegan a ser grandes asimiladores de cultura foránea sin dejar de tener como eje la nativa. Los pueblos antes mencionados son así. Y hoy, los Estados Unidos, Inglaterra, Japón, que son los más influyentes, y son así: practicantes de una gran apertura hacia las identidades ajenas. Obviamente, sin perder la identidad, siempre conservando un gran sentido de orgullo por lo suyo, en la cantidad necesaria para que lo extranjero quede bajo el control de lo propio sin que se sienta que ha cambiado la esencia.
La historia muestra esta verdad también vista desde el lado inverso: pueblos que han tenido una fuerte capacidad de trabajo, de creatividad, valentía y excelentes territorios, no han dominado el mundo, a pesar de esos dichosos atributos que debían conducirlos directo a ser poderosas potencias: China, Israel, India nunca han podido dominar el mundo, entre otras razones, por ser muy cerrados y poco asimiladores de culturas foráneas. Cabe observar que China Popular moderna está convirtiéndose en una potencia económica, precisamente en virtud a la apertura y apropiación de tecnología, ciencia, etc., del mundo de hoy.
Montados sobre estas ruedas conceptuales es que debemos avanzar a respondernos cuál debe ser el papel, la actitud y estrategia de nosotros los dominicanos frente a la inevitable realidad de la globalización y su panorama diverso y enriquecedor. Más tomando en cuenta que somos un país pequeños, débil política y militarmente, sometidos a la influencia de grandes polos de poder.
Especialmente, interesa respondernos ¿cuál debe ser la estrategia dominicana en el campo cultural en este momento de la humanidad? Para encontrar esta importantísima respuesta, ante todo debemos observar hacia adentro, a los lados, hacia arriba y a lo lejos. Y tratar de que cada mirada nos nutra de los recursos para jugar nuestro papel y sacarle el máximo provecho a la situación en la que necesariamente debemos desenvolvernos.
MIRAR HACIA ADENTRO.
¿Qué significa esto? Que debemos conocernos bien como dominicanos. Hurgar en nosotros mismos, como pueblo, como historia, características propias, valores y desvalores, virtudes y desvirtudes.
Hay pueblos del mundo que ya han superado la etapa de mirar hacia adentro como prioridad uno. El caso de México, Israel, Italia, Francia, Inglaterra, para no hacer muy larga la lista. Son naciones que han pasado el proceso de investigación sobre sus valores culturales, históricos, geográficos, etc. y conocen bien los recursos con que deben competir en el mundo. Dominan su adarga, como diría el Quijote. Saben cuál es su escudo y cómo utilizarlo. Saben moverse en la gran fiesta internacional que vivimos hoy, en la que hay que bailar tantos tipos de música, sin olvidar la nuestra.
Los dominicanos, en cambio, estamos todavía en la etapa de descubrirnos, y de difundir entre nosotros las virtudes creadoras propias. Esto se evidencia en que este país ha creado muchos ritmos, y sólo son conocidos apenas el merengue y la bachata, porque han logrado saltar el muro existente entre lo cultural y lo comercial. Nuestros propios niños y jóvenes no saben que existe el pambiche, la salve, el carabiné, los palos, la mangulina, la criolla. Tampoco saben que tuvimos una actriz como María Montez, y que fuimos de los primeros países con radio, frecuencia modulada, televisión, televisión a color, y otros logros.
Por ello, en nuestros niños y jóvenes debemos inculcar desde sus primeros cursos el conocimiento del folklore, de nuestros valores, primacías, personalidades célebres, de modo que el cariño por su patria les empiece ahí, que tengan razones para apreciar su lar nativo. Esas creaciones son parte de la patria, con el mismo derecho que nuestro escudo, bandera e himno. Son causas de honor que necesitamos para poder crecer sin complejos de inferioridad, sin la idea de que somos menos que otros pueblos. Sin la idea de culpar a las culturas extranjeras de la carencia de una identidad propia. Porque la identidad propia se forma desde las raíces, desde la niñez, desde la educación sistemática de las escuelas y la asistemática de los medios de comunicación y los valores a los que rindamos tributos a través de estatuas, tarjas, actos de reconocimiento y difusión, etc.
Deben ser enseñados a bailar nuestros ritmos, a identificar a nuestras mejores obras literarias, pictóricas, esculturales. A conocer a nuestros gigantes, como saber que el dominicano Pedro Henríquez Ureña es probablemente el más grande filólogo y crítico literario que ha dado Latinoamérica en toda su historia. Cabe aquí destacar que tenemos poemas como Yelidá o Paisaje con un merengue al fondo o Rosa de tierra, Poema de la hija reintegrada, Vlía, Compadre Mon, Hay un país en el mundo, comparables a los mejores de la humanidad. Y escritores como Mieses Burgos, Cabral, Cartagena, Bosch, comparables a los mejores de Latinoamérica. Tanto ignoramos nuestras virtudes que apenas si sabemos que el dominicano Mario de Jesús –quien vive aún- es uno de los más grandes compositores del Continente, cuyas canciones han grabado los más destacados cantantes de América, como Marco Antonio Muñiz, Tito Rodríguez, Olga Gillot, Javier Solís, Lucho Gatica, Luis Miguel y otros muchos de ayer y de hoy. Son suyos los clásicos internacionales del bolero Y..., Ayúdame, Dios mío, Sigue de frente, Tengo el sentimiento herido, entre otros muchos éxitos.
Así como eso están nuestras primacías coloniales, que son ignoradas incluso por nuestras personalidades más cultas y educadas. Porque tenemos de ellas lo que yo llamaría un conocimiento verbal, pero no emocional. Llamo conocimiento emocional cuando la información se interioriza y convierte en formación, cuando el dato se transmuta en pieza tan nuestra como la ropa preferida, que siempre estamos prestos a exhibirla.
De modo que, invito a mirarnos por dentro, para descubrir las virtudes que podemos mostrar al mundo con la alegría de que somos un pueblo digno, y por consecuencia, cada uno de nosotros como persona ostenta esa misma dignidad ante los nacionales de otros países.
MIRAR A LOS LADOS.
¿Qué es mirar hacia los lados? Unirnos con los países y grupos humanos que están en condiciones parecidas, de modo que constituyamos un bloque cultural, de la misma manera que se construyen los bloques socioeconómicos. Latinoamérica, por ejemplo, que comparte similitudes de lengua, origen, etnias, costumbres, climas, historias, de donde se derivan los parecidos culturales, debe actuar unida frente a los otros grandes bloques del mundo. La realización de festivales conjuntos, de premiaciones en común, de trabajo mancomunado de sus industrias culturales, sentaría las bases para una proyección global de las culturas particulares, como fortalezas de las generales y cubiertas con la sombrilla de marca que constituiría el trabajo conjunto.
Así evitaríamos que los que han planificado mejor que nosotros sus negocios con la cultura nos roben los méritos, reconociéndonoslos. Como ocurre con el Grammy Latino. Es un premio a los valores musicales latinoamericanos, pero vistos desde la óptica de los Estados Unidos. No desde nuestra perspectiva, sino en función de los intereses y el comercio estadounidenses. Lo cual no es pecado que ellos lo hagan, porque su deber como empresarios y como norteamericanos es promover lo suyo desde el punto de vista de sus conveniencias. “Ese es su dólar, y nosotros debemos crear nuestro euro”, como hubieran dicho los europeos, si cabe el símil.
Deberíamos tener un premio de calidad artística que desarrollemos de tal modo que alcance el mismo prestigio del Grammy, al igual que nuestro Oscar, nuestro Billboard, American Globe TV y otros similares. Es evidente que eso no se consigue de la noche a la mañana ni sale de unos deseos de patriotas cabezas calientes amantes a ultranzas de su país y de su subcontinente. No. Eso sale de pensar en nuestros países como marcas de un mercado en el que es imperativo posicionarlas. Y hacer un trabajo que consiga proyectar al conjunto de naciones como una empresa a la que pertenecen esas marcas. Empresa a la que debemos lanzar, hacerle sus relaciones públicas, su promoción y publicidad…, en fin aplicarles los conceptos del marketing moderno.
Es decir, que nuestra identidad cultural es un arma para andar dentro de la globalización –léase bien, para andar dentro de la globalización, no para rechazarla- no para huirle ni combatirla, sino para aprovecharla. Pero sólo puede hacerse si la concebimos como parte de un conjunto, en el que vertebremos una alianza de naciones –sin menoscabo de nuestras independencias e intereses particulares- como la que magistralmente desarrollan los europeos. Máxime que nosotros gozamos de mejores condiciones para constituirla, ya que no tenemos muchos de los valladares que, como el idioma, la historia, luchas internas, rencores, orgullos étnicos, etc., que agobian a los países del viejo continente, y crean dificultades en su Unión.
Lo cultural no puede andar solo, sin los amarres de la economía, sin los amarres de empresariales y de negocios. Hay que hacer un trabajo con el país político, con los economistas –algunos de los cuales, debido a las fallas de nuestro sistema educativo, no han adquirido la formación humanística que les permitiría el conocimiento y disfrute de los grandes clásicos de la música, las letras, la ciencia, la historia, que es lo que llevaría a nuestros planificadores económicos, técnicos y gobernantes escalen a la conciencia y reconocimiento emocional de la cultura como fuerza socio-económica, y den curso a que impulsemos un movimiento fuerte que tienda a unir a Latinoamérica y a sumarse a las fuerzas sociales que coadyuvan a un cambio de mentalidad, un mayor amor propio y orgullo como consecuencia de descubrir y utilizar sus virtudes y grandezas culturales.
En vez de concebirse como independiente del comercio, la cultura debe convertirse en un negocio que vendamos como vendemos la piña o el café, el azúcar o las naranjas, los plátanos, el petróleo o los autos.
¿Por qué no puede desarrollarse un cine latinoamericano de igual importancia que el norteamericano o el europeo? ¿Una gran industria musical, literaria, pictórica latinoamericana? La respuesta a esta pregunta es la misma que explica el por qué no hemos podido implementar industrias latinoamericanas de otros renglones mercantiles, sino que siempre estamos halando el caballo ajeno. Pero esto no nos ocurre por culpa de la globalización. No. Nos ocurre porque no conocemos nuestras potencialidades. Nos pasa como el que tiene un naranjal y no sabe que ese fruto se vende y puede darle a él las posibilidades no sólo de multiplicar su tamaño, sino además de invertir en otras áreas de negocios, con las ganancias que genera.
Claro, además de las causas internas, hay causas externa del fenómeno, que vienen dadas por la correlación de poder en que está repartido el mundo, los acontecimientos históricos que nos han impedido tener la acumulación originaria de capital y el sentido de oportunidad comercial que nos permitiría hoy ostentar una importante posición de vanguardia tecnológica, industrial y empresarial de líderes en el mundo. Fenómeno en el que va incluido nuestro ancestral y casi atávico divisionismo, que nos ha mantenido separados mientras otros se confederan y hacen fuertes.
Pero la causa básica que hemos de enfrentar no sólo en lo cultural, sino sobre todo en lo educacional y lo político, es la falencia que traemos desde los orígenes y que nos esclaviza, la que tan correctamente define Cortázar en un ensayo. Se trata de nuestra vieja maña de maldecir la oscuridad sin encender el fósforo. De echar toda la culpa de nuestros males a quien sólo tiene una parte, sin darnos cuenta de que un gran porcentaje de esa culpa es nuestra, y que si logramos descubrirla y superarla, tenemos ganada más de la mitad de la batalla.
Por eso es tan importante que miremos hacia adentro y que miremos hacia los lados. Para descubrir fuerzas individuales como países poseemos y el poder que produce mancomunarnos con nuestros aliados naturales, tanto en lo cultural, lo comercial y lo político.
Otro detalle importante es estudiar y comprender los casos de países como Costa Rica, México, Brasil, Cuba, Chile, Argentina, que han logrado éxitos en su accionar cultural y económico. Son paradigmas que, como dice la PNL -Programación Neuro-Lingüística- dignos de modelar, o emular. ¿Qué caracteriza a esos países? Una vista rápida, a partir de lecturas y conversaciones con nacionales de esos países, nos da las siguientes señales distintivas:
a) Han desarrollado un fuerte amor propio como naciones, en el sentido de que sus ciudadanos no sienten a su país como menos que los demás -como ocurre con los nuestros- sino todo lo contrario.
b) Muestran un gran conocimiento de los valores, personalidades, hechos y lugares admirables de sus repúblicas. De modo que pueden con facilidad dar un perfil de virtudes a destacar.
c) Presentan unos niveles educativos considerados altos en relación a los de otras naciones de Latinoamérica. Esta característica es un arma indispensable, ya que está comprobado que el camino más expedito y seguro de lograr avanzar en el mundo de hoy es la educación. Más sabiéndose que vivimos el siglo del conocimiento y la información, pues si el siglo XVIII fue industrial, el XIX comercial, el XX, el tecnológico, el XXI, del conocimiento, según muestra al menos en sus inicios, que es el momento actual.
d) Poseen unas fuertes y prestigiosas de organizaciones sociales con significativa calidad en su funcionamiento y cumplimiento de las misiones que se han propuesto, siendo las principales protagonistas del proceso de desarrollo cultural de esas naciones. Así, cumplen con un axioma socio-antropológico: que la cultura, más que los gobiernos, la hacen los pueblos en su accionar espontáneo, y que el trabajo del gobierno es investigar, preservar y difundir los valores que posee su pueblo. En una labor principalmente de estímulo y financiamiento del acervo que aún no es comercializable en esa cultura.
e) Su memoria histórica, su fondo antiguo, los procesos de sus orígenes están, en un alto nivel, investigados, conservados y difundidos –los tres elementos claves del trabajo cultural de todo gobierno-. Y son bien conocidos por los principales protagonistas sociales, artísticos e intelectuales, y por un número importante de su población.
MIRAR HACIA ARRIBA.
Se trata de observar a los grandes países, a los centros de poder cultural, comercial y político. Descubrirlos no como enemigos dentro de una guerra, sino a la manera de comensales con los que debemos repartirnos el gran pastel del mundo, y que competimos no con el objeto de que ellos desaparezcan o nosotros desaparezcamos, ni el pastel. Con la visión de que se fortalezca el conjunto con el aporte de cada país, de cada cultura, y que las culturas que tengan más saliva coman más hojaldra, como dice una vieja máxima popular. Quien maneje mejor sus estrategias culturales, comerciales y políticas, primará sobre los demás. Así sucede ahora, y sucedió ayer y mañana. Es la ley de la historia, del comercio, y de la cultura… ley natural.
Desde ese punto de vista, son respecto a nosotros, aliados y enemigos. Entonces debemos concebir estrategias en las que aprovechemos los recursos que poseen los países tecnológicamente más avanzados para poner sus medios a nuestro favor, convertir nuestras debilidades en fortalezas. Como hizo la bachata al emplear el tecno-amargue y otros recursos electrónicos actuales.
Hay manifestaciones de poder cultural que hemos dado los dominicanos y latinoamericanos, pero de forma inconsciente. Un ejemplo ha sido la gran penetración del idioma castellano en el mundo norteamericano. Unos 34 millones de hispano-parlantes han tenido una incidencia tan fuerte que ya un gran porcentaje del inglés estadounidense está influenciado por el castellano, y la tendencia va en aumento casi geométrico.
A eso se suma la incidencia de las músicas de nuestros países en los ritmos norteamericanos. También importante es la de nuestros pintores sobre la pintura europea de hoy, en lo cual se ha virado la torta, y en los grandes centros de arte del viejo continente se aprecia sobremanera el aire tropical, el naif, la magia de la plástica de los países indo-americanos. Ahora, Latinoamérica descubre y conquista a Europa, Estados Unidos, Asia. Ello nos da una idea de lo que lograríamos si hubiese un plan de promocionar nuestras creaciones, no con fines de destruir la cultura norteamericana, sino de ejercer nuestro derecho de tratar de influir y dar a conocer nuestros logros creativos, tal como hacen ellos de allá para acá.
Obviamente, para esto debemos tener una clara conciencia de nuestros valores creadores culturales, y tener fe en ellos. Es lo que posibilitaría que las industrias culturales basadas en nuestras obras artísticas cambien de manos, y dejen de estar bajo el control de los grandes comerciantes europeos y estadounidenses. Ellos tienen mayor conciencia que nosotros de los valores de esas obras y cómo sacarles el provecho que los hace llevarse la mejor tajada.
Un elemento importante a tomar en cuenta en nuestros análisis es el estudio del proceso que han seguido esos grandes países, que son como los imperios culturales del mundo. Estamos la necesidad de estudiar el proceso que siguieron para llegar hasta ahí, para que eso nos sirva de experiencia, como una luz en el camino a seguir por nosotros para alcanzar sus niveles de incidencia. No necesariamente para copiar su proceso, ya que no hay dos situaciones iguales en la historia, pero sí como referencia de donde sacar lecciones.
Al igual que señalamos con el caso de las naciones de al lado o semejantes a nosotros, los grandes países culturales del mundo muestran algunas características o señales que pueden darnos valiosas pautas. Veamos:
a) Son dueños de una cultura de larga data, que han sabido mantener y enriquecer durante el decurso de los tiempos, combinándola con las tradiciones e innovaciones de otros pueblos. A esto se agrega que saben aplicar los recursos de la modernidad a su arte tradicional sin que éste pierda su esencia, como lo prueban los montajes de ballet moderno hechos con las danzas y la música china, japonesa e hindú.
b) Sus recursos culturales han tenido gran expansión e influencia sobre las demás del mundo. A tal punto que no obstante el paso del tiempo, siguen siendo modelos para otras naciones: Grecia, Francia, Italia, Israel, Arabia, México son buenos ejemplos.
c) Combinan armoniosamente sus logros, proezas y propiedades culturales con todo un mundo comercial que gira alrededor de ellos. O sea, tienen una visión comercial. De ahí que en los museos y centros culturales de esas naciones haya tiendas con reproducciones en serie de sus íconos culturales, video, fotos, libros, con sus temas típicos, además de espectáculos comerciales exhibiendo su folklore vendido internacionalmente.
c) Cuentan con toda una cantidad de industrias que basan sus ingresos en la manufactura y mercadeo de los derivados de esas piezas culturales. En su entorno existen miles de personas e instituciones que alimentan y retroalimentan publicitariamente esas tradiciones y modelos que sirven de inspiración a sus artistas y artesanos.
e) Por años, en esas naciones se ha realizado un arduo trabajo de difusión de esas mercancías por todos los medios, por lo que ya son universales, ya otros pueblos del mundo las consideran como parte del patrimonio de la humanidad.
f) Poseen una gran cantidad de organizaciones sociales, comunitarias, que cumplen su función como protagonistas del desarrollo cultural de esos pueblos, y como promotoras de esas piezas.
g) Sus gobiernos comprenden que el papel del Estado en el campo cultural debe ser el mismo que les corresponde en el área de la economía, el comercio y las industrias: que, como hemos dicho antes, más que hacer cultura, es organizar y promocionar esos valores, propiciar un ambiente en que las entidades culturales del pueblo puedan crecer y cumplir su papel cada vez con mayor eficiencia y mejores resultados. Es decir, servir de catalizador, organizador, de enzima que agita la acción y asimilación cultural, para estimular a la gente a hacer que se haga cultura. El Estado pone el abono para que las flores crezcan en vez de dedicarse a hacer flores artificiales.
Las naciones que tienen las características arriba indicadas, al ser grandes potencias industriales, tecnológicas y comerciales, son las que mayor provecho sacan a la globalización, pues tienen los productos que imponen en los mercados con sus sofisticadas cadenas de comunicación, distribución y comercialización a nivel mundial. Y los planes de los que no somos potencias culturales ni comerciales deben basarse en estrategias de contingencia que no se opongan a este gran tren, sino que nos sirvan de ariete para subirnos a él e instalemos nuestro vagón con lo mejor que tenemos, que por suerte es mucho.
Si nos oponemos a ese tren, lo que puede hacer es llevarnos entre sus ruedas de hierro, y convertirnos en terraplén sobre el que viaje la globalización, sin que recibamos sus muchos beneficios.
¿Dónde queremos estar? ¿En las ruedas o en los vagones? Si somos vagos, iremos en las ruedas, si trabajamos, en los vagones. En vez de oponernos al mercado norteamericano y europeo de la música o los libros o el cine, lo que tenemos el deber de hacer es aprovecharlos y crecer con ellos y frente a ellos. Crecer tanto que podamos invertir los resultados de tal modo que participemos en el market share, con una considerable tajada del mercado.
MIRAR A LO LEJOS.
Es observar a esos países que están lejos de nosotros desde el punto de vista de su cultura, costumbres, hábitos y hasta etnias, para conocer bien los procesos que han desarrollado muchos de ellos, sobre todo los que poseen una cultura milenaria, como China, India, Japón, Egipto. Ahí vale la pena conocer cómo ha sido el decurso histórico que ha hecho de esos pueblos núcleos culturales poderosos capaces de permanecer por encima de los siglos.
Ahí la capacidad de seguir las tradiciones, de conservar ciertos ritos, aunque sea de forma simbólica, ha sido importante para mantener esos mitos, esa mística y esos misterios que le otorgan a cada fenómeno el poder de un halo de atractiva curiosidad. Ahí está la India con sus Ramayana y Mahabarata. China con su Lama Tibetano, Confusio, Lao Tse, sus originalísimos platos, palitos de comer, su Mongolia con rasgos muy característicos. Está Egipto y sus dinastías, su Valle de los Reyes, del que Heródoto dijera que eso era algo que los griegos ni siquiera podían imaginar. Su esfinge de Giset, esculturas, escritura, astronomía, poesía, dioses, pilones, obeliscos.
Nada nos da mejor aprendizaje que la observación cuidadosa de otros pueblos que han vivido procesos parecidos a los nuestros. Y ejemplos hay de sobra de naciones tan pequeñas e ignoradas como la nuestra que han logrado levantarse de su nada y convertirse en un todo de incidencia en el mundo.
DESCUBRIR NUESTRAS RIQUEZAS.
Las diferencias entre los pueblos ricos y avanzados y los pobres y atrasados está principalmente en su actitud hacia la vida y en función de qué cosas cada uno valora más. Pero los recursos y potencialidades son relativamente similares. Pues el ser humano es el mismo siempre, por encima de los años, las sociedades, complejidades y circunstancias. En términos generales, todos los pueblos e individuos tienen conductas comunes cuyas claves podemos descifrar fácilmente con sólo establecer unas cuántas reglas generales de comportamiento que salen de la repetición de determinadas maneras en circunstancias y épocas distintas.
He aquí unas cuantas:
a) No hay pueblo del planeta que en algún momento de su historia, con mayor o menor grado, no haya llegado a pensar que es el centro del mundo. Que su cultura es la más importante y que es el pueblo elegido por de su dios, al que a su vez consideran el principal de los dioses posibles.
b) Todas las naciones también tienen sed de dominio, hambre de ser imperios. Sólo los muy pequeños no lo intentan, porque saben imposible ese sueño, pero si se les presenta la posibilidad de hacerlo en pequeño, enseguida lo ejecutan. Ahí están los viejos pueblos del Tigris y el Éufrates, la Mesopotamia. Los hebreos querían dominar a los filisteos, estos a los cananeos, y así sucesivamente. La antigua Grecia, los árabes, indos, etc. han intentado todos dominar a otros pueblos más pequeños o de parecido tamaño que el suyo. Esparta quiso dominar a Atenas, y viceversa. Roma a Florencia, y al revés. Aquí mismo hemos vivido el caso de Haití con nosotros en siglos pasados, que quiso someternos a su dominio.
c) Los temas de amor, odio, sexo, hambre, muerte, salvación, poder, rebeldía, misterios, aventuras, son los que han dominado durante siglos y siglos las búsquedas de las artes y las ciencias en todas las épocas y sociedades. Las diferencias son sólo de matices y formas, dados por la especificidad de cada situación, y diferencian, por ejemplo a Milton de Dante, a los románticos ingleses de los de los franceses, a los realistas mágicos latinoamericanos del Kafka checo.
d) Los mitos de los pueblos se basan fundamentalmente en todas las épocas y países en los mismos miedos a la muerte, a la búsqueda de una vida ultraterrena en que hay castigo o premio a nuestra conducta en la vida, a los muertos que aparecen en sombras. Y algo parecido pasa con los dioses, que en todos los pueblos son siempre politeístas y monoteístas a la vez.
En todas las religiones de todos los estamentos humanos, hay un dios padrote –que si prima demasiado hace que a la religión se le llame monoteísta-. Se halla rodeado siempre de su corte o de diosecillos muy parecidos entre épocas y países distintos en sus virtudes y defectos-si cobran mucha importancia, se le dice politeísta a la religión-. Pueden llamarse ángeles, gopis, huríes, semi-dioses, ninfas, santos u otras divinidades secundarias o pequeños espíritus-, estableciendo siempre una escala jerárquica que viene perdiendo poder desde el dios mayor. Pues, en realidad aun religiones que los antropólogos llaman monoteístas no dejan de ser politeístas todas en un nivel mayor o menor, ya que los pueblos no hacen más que reproducir una estructura divina a imagen y semejanza de los gobiernos humanos: con presidente, vicepresidente, secretarios o ministros, luego vienen los subsecretarios, viceministros, directores, encargados, supervisores.
Y más abajo están en la cadena, ya sin ser dioses, los iluminados que guían e interpretan a los del séquito superior, quienes son profetas. Que anteceden a los sacerdotes y sacerdotisas, los discípulos y a los obedientes que se han salvado y van al paraíso por su buena conducta, aunque no estén en un puesto más o menos importante, dependiendo del grado de su bondad o de la intensidad con que se hayan entregado a su religión. Todos los pueblos crean estas familias sagradas.
e) También es común en los mitos de todos los pueblos, la creación de una familia maldita o condenada. En la que están las mismas jerarquías, pero vistas al revés: el diablo, los sub-diablos, los diablillos, los sub-diablillos, íncubus, los condenados mayores y menores. Porque sin el mal, el bien no tiene razón de ser. Es la naturaleza biunívoca de toda moralidad, la dialéctica, los pares binarios que caracterizan al universo en su unidad y lucha de contrarios.
f) Así mismo, todas las naciones han creado mitos alrededor de cómo conseguir buenas siembras, evitar tener mala suerte, encontrar nombres que tienen supuestamente unas mágicas características con ciertas capacidades e incapacidades que las transmiten a quien lo lleva. Lo mismo que la brujería le es común a todas las repúblicas, aún las más civilizadas tienen sus cartas francesas o españolas del tarok, su guija inglesa, la santería cubana o los dragones chinos, etc.
En el Origen de las maneras de mesa y otros textos, nos narra Lévi Strauss una serie de mitos de los indígenas norteamericanos que cuando pensamos en los de la tradición euroasiática, las semejanzas son asombrosas. Así, Borges en su Libro de los seres imaginarios trata sobre esperpentos de diversos pueblos y épocas universales parecidos a los que recoge Blaise Cendrars en África o Manuel Andrade en los campos dominicanos en 1929.
Al descubrir estos elementos comunes a todas las culturas, a todas las tradiciones, a todas las comunidades humanas, se reduce nuestro complejo de inferioridad como pueblos, y nos damos cuenta de que nuestras fantasías no están lejos de las de los grandes pueblos. Y que nuestros mitos no son tan despreciables como pensamos. Que son útiles para crear grandes obras literarias o musicales, pictóricas o danzarias, y entonces comprendemos que lo dicho por Descartes de los filósofos puede decirse de los pueblos: que no hay pueblo, por avanzado que luzca, que no tenga algunos brujos y absurdos pensamientos sobre la vida.
De todo lo anterior deducimos que debemos promocionar y explotar lo que de hermoso y atractivo poseen nuestras tradiciones. Ellas, en todos los conglomerados humanos, primero son una muestra de atraso, porque esclavizan a la gente con sus creencias en mitos y falsedades, pero luego el tiempo las convierte en bellas leyendas, fantásticas historias, dignas de contarse y celebrarse por su creatividad, por su grandiosidad imaginativa, por su mundo interior casi siempre motivado por valores o anti-valores que conmueven el espíritu y le producen goce estético. Es decir, lo que fue ciencia o creencia para nuestros antepasados, ahora es arte. Lo que fue religión, por ejemplo para los indígenas –como el rito de la cohoba o los sacrificios aztecas o mayas- hoy es mitología y literatura real maravillosa que son como un lujo de nuestros pueblos.
Tal vez no sean tan ricos como la mitología de aquellas lejanas y antiquísimas culturas. Pero tienen suficiente brillo, tanto que si los mercadeáramos, podríamos conseguir un atractivo tan grande que podremos popularizar muchos de ellos en el mundo. Ahí está el caso de Juan Bobo y Pedro Animal, la Ciguapa, el Bacá, el Gri-grí, los Galipotes, el "bajeo" de las culebras, y toda esa retahíla de historias imaginarias que vuelan alrededor de las oraciones populares, de ciertas plantas y animales. Sólo hay que pensar en los mitos que se crearon en torno a Olivorio Mateo y los mellizos de Palma Sola.
Ahí están las investigaciones que han hecho estudiosos dominicanos y extranjeros sobre el vudú, el gagá, los indígenas, y todo ese sincretismo que June Rosemberg, Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, Aída Cartagena y otros tantos.
Esta es mi invitación. Estudiémonos a nosotros mismos como pueblo, estudiemos a los otros pueblos del mundo, y descubriremos que somos tan ricos como todos. Que sólo nos falta saberlo y hacerlo saber, y recrear todo eso, para convertir el mito en arte.
LAS 3 TAREAS BÁSICAS: INVESTIGAR, CONSERVAR Y DIFUNDIR.
Son a mi entender los tres elementos claves del trabajo cultural que requieren todos los pueblos del mundo para convertir sus bienes de creación en bienes comerciales, en bienes de imagen que les den buenos frutos directa o indirectamente en sus negocios.
Primero investigar, porque sólo así podemos descubrir lo que de valioso tenemos, y mostrarlo al mundo. Y, ojo con esto: por no dedicarnos a investigar nuestro acervo cultural, podemos desconocer que nosotros inventamos una música, una forma literaria o pictórica antes que otros pueblos, y esos otros pueblos se lleven la gloria de ser supuestamente los primeros en algo que nosotros habíamos hecho pero que nadie descubrió a tiempo que era así. Es decir, ningún investigador dominicano reportó a los científicos del mundo el descubrimiento de esa creación.
Por ejemplo, veamos el caso del rap. Se supone que es un tipo de creación sonora en la que el vocalista está hablando cantado o cantando hablado, con un cierto ritmo que acentúa determinadas notas, pero sin dejar que la melodía tome su hilo sonoro para que no se pierda la noción de que se está hablando. Es posible esta forma musical haya sido originada en República Dominicana, porque el rap ahora tan mencionado se le atribuye haber empezado en los años 90 en los barrios de New York y otras ciudades norteamericanas, sin embargo, nuestros músicos hicieron eso mismo mucho antes.
En efecto, en los años 60 y 70, o sea 20 o 30 años antes que lo hicieran los jóvenes de los barrios neoyorkinos, habían grabado piezas con este ritmo combinado de habla-música o musicabla, artistas como Luisito Martí, Johnny Ventura, Milton Peláez y otros vocalistas y conjuntos vernáculos. Son raps, composiciones como Se murió Martín, Los trompeteros del juicio final, una que cantan Anthony Ríos y Johnny Ventura donde discuten cuál conquista más mujeres son raps. No obstante, por no tener en nuestro país gente con recursos, tiempo y posibilidades de investigar, hurgar en nuestras producciones, no hemos podido llevarnos esa gloria de haber creado uno de los ritmos que mayor impacto ha causado en el mundo cultural musical internacional de hoy.
Lo mismo ha pasado con la poesía. Hemos creado poemas que pueden competir con ventajas incluso con los más grandes poemas escritos en la lengua castellana: Yelidá, de Tomás Hernández Franco, Rosa de tierra, de Rafael Américo Henríquez, Trópico íntimo, de Franklin Mieses Burgos, Poema de la hija reintegrada, de Domingo Moreno Jimenes, Hay un país en el mundo, de Pedro Mir, están entre los mejores de la lengua castellana. Sin embargo, no hemos tenido suficiente trabajo crítico, estudios de especialistas con la objetividad y desprejuicio suficiente como para poder ver esas virtudes, y ganarlas para nuestro pueblo ante las demás literaturas del concierto mundial.
Similar ocurre con campos creadores que no hemos podido evaluar y calcular si el país ha aportado valores a las actuales corrientes del hacer literario. Ahí tenemos el caso de la novela. Nadie ha hecho una investigación seria y profunda sobre ese género entre nuestros escritores, de modo que podamos valorar a qué nivel estamos en comparación con otras naciones del orbe en esa rama. No por falta de estudiosos capaces, sino por carencia de criterios que permitan erogar fondos del Estado o del sector privado para las universidades o personalidades de modo que dediquen un año, dos o cinco a los que se necesiten para leer mil o dos mil de nuestras narraciones largas y establecer sus reales o irreales aportes, su decadencia o ascenso, sus plagios u originalidades, sus caídas y subidas.
Otro caso ocurre con muchas formas musicales nuestras que andan por ahí abandonadas y sin difusión. En cualquier momento puede que vengan extranjeros y tomen esos ritmos, y en sus países los graban y comercializan, y quedan quizás como conquistas musicales de esos pueblos, cuando en realidad, se originaron aquí, pero nadie las había destacado como de aquí, por carecer el país de los instrumentos, personas y recursos que les dieran el valor que en realidad tienen, así como la promoción que merecen.
Una muestra del valor que tiene la investigación es el caso del Grupo Convite y los especialistas que investigaron nuestra música. Sin el trabajo de ellos, probablemente no tuviésemos a Juan Luís Guerra ni a Luís Díaz, Víctor Víctor, Manuel Jiménez, Xiomara Fortuna y otros creadores que fueron forjados al fragor de esas investigaciones en el campo dominicano. Ahí se redescubrió la bachata, se revalorizó el merengue, se relanzó gran parte de la música dominicana.
Es lamentable que conocimientos, testimonios, documentos se hayan perdido por falta de una política de investigación clara y objetivamente establecida. Un caso es el de los viejos que han cumplido cien años o están cerca de esa edad. Si hubiese un equipo que los entrevistara y grabara sus informes y los entrecruzara, etc. nuestros historiadores hubiesen podido reconstruir muchos momentos de nuestra vida de nación que no están claros. Hubiesen descubierto piezas y otros bienes culturales que son parte de nuestra memoria histórica.
Cuando, por ejemplo, un intelectual dominicano muere y su biblioteca es vendida por sus hijos, ahí no sólo se pierden las notas que han hecho a esos libros, sino posiblemente material invaluable e irrepetible, por ser únicos y debido a su condición de tesoros bibliográficos antiguos.
Los gobiernos dominicanos y las instituciones culturales privadas y sus empresas hace años que debieron empezar a dedicar dinero suficiente a la investigación, y de ese modo hubiésemos descubierto no sólo formas musicales. También documentos antiguos, piezas arqueológicas, geológicas, antropológicas, que forman parte de nuestras riquezas culturales.
La otra tarea es preservar. Hay que establecer una efectiva política de preservar los valores que la investigación descubre, por parte de la sociedad civil, del Estado y otros sectores interesados en el avance del país, De ese modo, no se deje que piezas artísticas de diversos tipos se pierdan luego de descubiertas. Ya porque las comercialicen y se las lleven para el extranjero, y se hallen en museos privados o públicos de otros lares. O todavía peor: que personas irresponsables se las lleven a sus casas, y quizás las regalen a alguien que no aprecie su valor, la eche a la basura y la perdamos para siempre.
Nuestros pueblos están en el deber de desarrollar planes que combinen la investigación antes mencionada con la preservación, que es la segunda necesidad imperiosa que estamos obligados a desarrollar para evitar la desaparición o destrucción de nuestra memoria histórica, que es como disolvernos nosotros mismos.
Ese proyecto de investigación-preservación ha de seguir, a mi juicio, las siguientes pautas:
a) Debe hacerse una lista de los hombres y mujeres de mayor edad –cercanos a los 100- con fines de grabar entrevistas con ellos, preguntándoles sobre la diversidad de los acontecimientos históricos con los que tuvieron algún contacto directo o indirecto, por haberlos vivido o porque padres, abuelos o tatarabuelos se los hayan contado o porque tengan en sus casas algún valioso material de información histórica o artística. De esta manera se cruzan resultados y se saca a luz la probabilidad mayor de la verdad histórica.
b) Campaña entre las familias antiguas para que, si no están dispuestos a donar sus joyas históricas a los museos, archivos y bibliotecas del gobierno, por lo menos hagan museos de familia que puedan ser visitado un número de veces al año por la gente y hacerles foto a los patrimonios culturales que posean. De esta manera se estimulará a los familiares de los grandes héroes a preservar, exhibir los bienes heredados y permitir que el gobierno los registre como existentes. Pueden tener sables, libros, ropa, cartas y otros importantes artículos, y así permitirían a nuestro pueblo conocerlos y saber que tiene el orgullo de poseer esos valiosos bienes.
c) Hurgar en museos, archivos, casas y otros lugares del extranjero donde puedan haber documentos o piezas dominicanas, y tratar de adquirirlas, y si no, por lo menos tener buenas fotos e información sobre las mismas de forma que se reconozcan como provenientes de nuestro país y parte de nuestros tesoros culturales.
d) Instituir unas reglas y procedimientos que eviten los robos que, como hemos señalado antes, produzcan el crimen de que importantísimas piezas sean robadas o destruidas.
e) Establecer una investigación sobre las piezas faltantes que puedan haber en los lugares privados y públicos que son relicarios de esas piezas culturales en los museos y bibliotecas. Este trabajo de establecimiento de lo que se tiene debe ir acompañado de la existencia de una especie de policía cultural que esté en condiciones de visitar casas y lugares posibles en que puedan haber bienes culturales robados al Estado.
f) Hay otros recursos de preservación que han de venir de la inventiva de los funcionarios y empleados dedicados a las mismas o del aprendizaje que se adquiera en contacto con los países que mayor experiencia han mostrado en el campo de la investigación y preservación de bienes culturales.
La tercera tarea es la difusión. Dar a conocer lo que se descubre y preserva, primero a los dominicanos y luego la humanidad, es necesaria para conseguir una buena imagen del país, empleando sus bienes culturales. Por ejemplo, República Dominicana es posiblemente el único país del mundo que tiene ese mineral de los tiempos pre-históricos que se llama larimar, y es de los pocos que tiene ese hermosísimo producto del detritus mineral que es el ámbar. Pues debemos explotar internacionalmente con mayor intensidad el hecho de tener esos privilegios, promoviendo la información, sacándole frutos con revistas, folletos, películas que destaquen esto.
Lo mismo podemos hacer con nuestra ciudad colonial, la más antigua de América. Incluyendo el primer hospital, primer tribunal, primera universidad, primer cuartel militar de los conquistadores, y así otras primacías.
Debemos vender mercadológicamente esos y otros bienes, y generar un turismo cultural más activo y dinámico que, además de dejar dinero a la nación, contribuiría al establecimiento de una verdadera marca-país de prestigio mundial.
¿Qué mecanismos podemos utilizar para difundir nuestras preseas culturales e históricas? He aquí algunas sugerencias:
a) Las embajadas dominicanas deben ser de los primeros estamentos en servir como puertos de promoción de los valores del pueblo dominicano, creando medios que faciliten esto. Como son bibliotecas dominicanas, organizaciones culturales que pueden ser semi-estatales, a través de integrar a los dominicanos residentes en el exterior a colaborar con su país en el mantenimiento de esas casas culturales.
El Centro Cultural de España es un buen ejemplo de lo que podemos hacer en los distintos países en la promoción de nuestra cultura. Esa institución de la Embajada de España funciona en varios países, y nos imaginamos que ha jugado un importante papel no sólo en la promoción de la cultura española, sino también como mecanismo de relaciones públicas que facilita contactos y negocios.
b) La escuela pública y privada debe jugar su papel. Para ello, deben enseñarles a los niños a bailar nuestras danzas, formar grupos que compitan entre una escuela y otra y concursos de bailes entre esos pequeños grupos. Además, también pueden hacer concursos en los que se premie a quien mejor interprete a las piezas que son clásicos del merengue, la bachata, la mangulina, el carabiné, palos, criolla y otros ritmos. Un trabajo de promoción similar puede hacerse con los clásicos de la poesía, pintura, escultura, etc., de manera que se premie a quien mejor las conozca, en cantidad y calidad, en los distintos niveles de la educación desde la inicial, básica hasta la universitaria.
Todo esto debe hacerse estableciendo los parámetros que definen la calidad de esas piezas artísticas, estableciendo comparaciones con las grandes creaciones de otras naciones, de modo que se note que tenemos creaciones y creadores de tanto nivel como el de otras naciones.
De esta manera, desde los primeros años de su edad se cultive los dominicanos el orgullo de serlo y amen sus virtudes, y eso les permita un mejor desarrollo, sin pesimismo, y con un ímpetu de avanzar, crecer, desarrollarse y parangonarse a los grandes pueblos que da a conocer la historia universal.
c) La radio, televisión, prensa, internet y otros medios propios de los tiempos que vivimos han de servir de mecanismos asistemáticos de formación del sedimento neuronal que grabe desde los primeros años en los dominicanos los valores que destacan a nuestro país en el concierto de las naciones.
d) Este es el papel primordial de una Secretaría de Estado de Cultura: investigar, preservar y difundir los logros y virtudes de nuestro pueblo, con todos los órganos e instrumentos que posee, con todos sus activistas culturales que dan sentido y animación a los sectores que hacen cultura para estimularlos en su accionar, coadyuvar a su éxito, su pervivencia y penetración en el sentir de la gente, aportándole fondos y condiciones, si fuese necesario, para garantizar el desarrollo de sus planes y propósitos a favor de la formación, educación y diversión del pueblo a través de sus creaciones culturales.
En esta dirección, la actual Secretaría de Estado de Cultura ha realizado una titánica labor de promoción, estímulo y realce de nuestros valores.
e) Explotando las industrias culturales que tenemos, estimulándolas y consiguiendo que aporten su grano de arena a los propósitos del desarrollo cultural. Ya no como dadivosos donadores de lo que les sobra en sus presupuestos o respondiendo a ruegos y peticiones que les hagan los órganos culturales, sino estableciendo por ley las obligaciones que tienen quienes se benefician de nuestro productos culturales a aportar su porcentaje al financiamiento de las creaciones que aún no tienen mercado y requieren investigación, preservación y difusión.
f) Uso de la Corporación Dominicana de Empresas Estatales –CERTV- no como una empresa privada que compite con las demás del género. No. Su papel debe ser el de ser la empresa oficial del Estado a través de la cual se difunden en el alma dominicana aquellos valores culturales que no son mercancías vendibles por los mercaderes del arte, pero que son propiedades e inventos y aportes del pueblo dominicano a la humanidad, y que no podemos darnos el lujo de perderlos simplemente porque no son del interés de los comerciantes. El Estado está en el deber histórico de no dejar que perezcan esos bienes, como han perecido ya muchos, y por ello, ha de crear o utilizar los medios actuales, en prensa, radio, televisión, internet para darle vida y conocimiento nacional e internacional a esos valores.
Estoy convencido de siguiendo estas sencillas pautas e ideas, transformaremos la actitud del pueblo dominicano ante sí mismo, ante los otros pueblos, ante su propia historia, sus ciudadanos y sus logros indiscutibles en el decurso de su historia.
BIBLIOGRAFÍA:
MCLUHAN, MARSHALL: Comprensión de los medios.
JUNG, CARL: El inconsciente colectivo.
GRIMBERG, CARL: El alba de la civilización.
CORTÁZAR, JULIO: El último round.
ANTHONY ROBINS: Poder sin límites.
PHILIP KOTLER: El marketing de las naciones.
HERÓDOTO: Nueve libros de historia.
JACQUES PIRENNE: Historia universal.
LÉVI-STRAUSS, CLAUDE: Origen de las maneras de mesa.
BORGES, JORGE LUIS: Libro de los seres imaginarios.
BLAISE CENDRARS: Antología negra.
ANDRADE, MANUEL: Folklore de República Dominicana.
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