III Parte
La energía acumulada durante una semana me permitió internarme más de la cuenta en el túnel verde. Por vez primera, alcancé los frondosos árboles y las casas blancas y todo el paisaje floreció ante mis ojos bajo la sinfonía de tonos dorados que refulgían bajo la batuta del astro rey. Hipnotizado, continué internándome en la espesura. La avenida torcía suavemente y tras caminar y caminar pronto me encontré en medio de un frondoso bosque. El paisaje se tornó agreste y acicateó mi curiosidad. Mis piernas cobraron renovado brío, un júbilo indescriptible me invadió. El canto de los pájaros se hizo lejano y al levantar mi cabeza vi una inmensidad verde, agujereada de tonos azules. El cielo estaba semi oculto por el paisaje. El arroyuelo se perdía entre los árboles, todo indicio de vida fue apagándose paulatinamente y sólo una brisa helada jugueteaba entre el follaje. Comencé a temblar de frío y apresuré mi marcha. El sendero se hizo estrecho y tortuoso pero eso no me amilanó. Lejos de ello, continué internándome y sintiendo que me iba desvinculando a cada paso de la oficina, de mis estúpidos compañeros, de esa rutina agobiante. Recordé que había leído un cuento, en el cual, un muchacho se extraviaba en un lugar parecido y presa del pánico, perdía el juicio y al cabo, luego de dar erráticas vueltas, cayó desfallecido y hambriento para morir...a escasa distancia de su propio hogar. Ello sin embargo no me amilanó. Este era mi refugio, mi paraíso. Pensé en mis compañeros, en Astorga bailando frenéticamente al ritmo de los ensordecedores compases de una melodía de moda, me imaginé al grupo presa de una irracional alegría. Sacudí mi cabeza mientras pensaba que estaba a salvo de tanta contaminación. -Allá ellos- pensé. -Ese es su juego. Yo prefiero el mío.
Un agudo dolor en el tobillo me volvió a la realidad. Había tropezado en un montículo y al parecer me había luxado el hueso. El bosque me rodeaba y no se divisaba ninguna vivienda La imagen de Ralph se me vino a la memoria fugazmente y por vez primera sentí temor. Intenté levantarme pero mil agujas parecieron traspasar mi tobillo. La transpiración cubrió mi frente, luego, los escalofríos se hicieron insoportables. El sol comenzaba a ocultarse y los árboles adquirieron el color dorado intenso que preludia al ocaso. -Ralph era un ser neurótico, un personaje de ficción, en la vida real esas cosas no suceden- pensé, tratando de infundirme valor. Me arrastré y cogí una rama gruesa que intenté utilizar como bastón. Trabajosamente me puse de pie, con la determinación de salir pronto de aquel atolladero. Era necesario tomar una decisión. O regresaba -sabiendo que debería recorrer una larga distancia, con el agravante que oscurecería y me extraviaría- o seguía adelante con la esperanza de encontrar alguna casa en donde me pudieran auxiliar. Elegí esto último. Mi tobillo se había hinchado considerablemente y el dolor se hacía insoportable. Me apoyé en el grueso tronco de un pino, tratando de divisar a través de los árboles algo parecido a una construcción. -Es necesario que grite pidiendo ayuda- pensé, pero un escalofrío de terror me obligó a desistir de tal ocurrencia. Ralph había pensado exactamente lo mismo y sus gritos de hicieron cada vez más intensos y estériles. Esto, y la certeza de encontrarse solo y desamparado, aumentaron su miedo, a tal extremo que enloqueció a causa de sus propios gritos. La sed me quemó la garganta y fatigosamente me tendí junto al arroyuelo y bebí sus límpidas aguas. Eso me tranquilizó un momento. Luego, me levanté quejumbrosamente y desafiando el agudo dolor proseguí mi lenta caminata. Alguien debía socorrerme luego, antes que la situación se hiciera aún más desesperada. Después de avanzar bastante trecho, creí distinguir a lo lejos una columna de humo y eso me dio fuerzas para proseguir con nuevos bríos mi tortuosa marcha. Al límite de mis fuerzas, sudoroso, aterido y con mi pierna a la miseria, enfrenté de pronto un sendero que desembocaba en una amplia avenida, la cual era surcada por un sólido muro. Eufórico, sorteando matorrales y olvidándome del dolor, me abalancé sobre ese objetivo que seguramente pondría fin a mis penurias...
(Continúa)
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