De pequeños se nos acostumbra a la mentira, a tratarnos como tontos, como bobitos. Se nos acostumbra a creer en cosas de las cuales posteriormente recibimos burlas si persistimos creyendo en ellas. Yo creo que todo eso es como un propedéutico para lo que nos espera. También creo que la manera en la que se trata a los niños es la mejor manera de arrebatarles su personalidad y convertirlos en masa. Constantemente se les engaña.

Se tiene la extraña noción de que crecer o madurar consiste en asumir la crudeza y la rudeza de la realidad dejando atrás para siempre “los sueños de la infancia” (resulta que eso nunca fueron sueños de la infancia porque nunca fueron creaciones de la infancia sino guiones falsos preparados por los adultos (que a su vez obedecen a un guión cultural) para los niños). Te lo coloco de otro modo: se tiene la noción de que crecer consiste en cambiar un guión por otro. Te mentí: no se tiene esa noción. El guión para adultos (solamente para adultos) lo conocemos, no hace falta hablar de ello, pero hablaré un poquito: el guión para el adulto creo que consiste en cambiar a San Nicolás por el Sexo. Es decir: el niño engañado en una falsa creencia mantenida por todos en la idea de darle una infancia feliz (¿?) salta a una nueva creencia o a un nuevo engaño al cual se aferra y, por aferrarse y, por seguir el guión de los adultos, acompaña el nuevo guión con consultas psiquiátricas “Doctor, me siento solo” – dice el niño adulto que ya ha abierto todos los regalos posibles y por encima considera que los ha abierto bien “¡Alégrese – dice el Doctor – seguramente le quedará alguno más por abrir… ejem… ¿La esposa de algún amigo? No sé… sugiero…” “Cómo no, Doctor, no había pensado en ello. Gracias Doctor!” El paciente regresa una vez por mes quejándose de un sentimiento de soledad hasta que solo le queda la esposa del doctor, a este poco le importa siempre y cuando el paciente le entregue la lista de todas sus amigas, las cuales ya no son amigas, pero continúan siendo mujeres.

Y entonces la gente crece.

Uno los ve raro, como si fuesen seres frágiles, delicados, extraños, enmascarados, como si uno estuviese mejor que ellos o como si uno fuese mejor, exento… Uno de verdad que los observa y no sabe qué pensar ¿Está bien? ¿Está mal? Indudablemente que vivir de esa manera es un excelente ejercicio físico, se obtienen buenos abdominales, por ejemplo, pero es físico, siempre y cuando no pretenda ser otra cosa, está bien. Estoy seguro de que siendo físico hasta puede ser alegre, nadie lo niega, ni debe negarse. Pero hay mucho intercambio de energía y por lo tanto es algo más que físico y en el intercambio de energía se necesita profundizar porque no se puede ser frío cuando se siente al otro, se desea conocer más íntimamente a la otra persona, se llega incluso a un deseo de apoderamiento total, en los cinco minutos que te quedan. Luego un desconcierto (des-concierto), un no poder ser ni hablar ni expresar (excepto alguna estupidez) ni preguntar “¿No dijiste que era físico?” y un distanciamiento absoluto en donde se sacude la cabeza para evitar la máscara del bobo (y cuando no es uno es el otro(a)). Si no es así entonces es peor: porque se ganan los celos hacia la otra persona “¿Qué hiciste? ¿Por qué llegas tan tarde? ¿Con quién estuviste? ¿Quién es ese(a)? ¿Te cojió… TAMBIÉN???” Más o menos así, todos lo conocemos… es ser grande. Es nuestro guión… pero son excelentes ejercicios abdominales y esto último no puede negarse.

Uno los mira, los observa. Dan trabajo a los psicólogos y a los psiquiatras. Es nuestro guión.

Dentro de este guión podemos aprender a comportarnos, a ser sensatos, a ser una dama o un caballero, prepararle un juguito al otro, dar una nalgadita de despedida después de un besito frío, mantener la compostura y un humor de sonrisa dislocada, no contarle nada a los amigos (aunque bueno… tú ya sabes, lo sospechas ¿verdad? ¿Verdad que sí?, dame tres cervezas más, ¡Pana…) y quedar como un hombre de verdad, serio; o como una dama por la cual los hombres se caen a tiros. Si hay mucha competencia y disputa por un hombre serio o por una dama de verdad, lo mejor es ir al gimnasio o hacerse un implante de senos. Pero, a pesar de eso nunca se sabe: siempre hay mucha competencia por un hombre serio o por una mujer que sea una dama de verdad ¿Qué se obtiene al ganar la competencia? Absolutamente nada. No se obtiene nada (en realidad nunca se ha visto el trofeo sólo se ha visto la competencia). Se gana a la competencia para obtener absolutamente nada, créanlo o no. Es el desengaño “Lindo(a): San Nicolás no existe”. Aparece la barriga y la calva, el pagar por prostitutas, la mirada lejana y perdida de vaca, el cheque por la parcela en el cementerio, la prudencia. Se desea una esposa aunque sea recogida de entre las migajas de la vida, se averigua su pedigrí y, si es buena, si vale, podemos entonces acceder a obtener una amante que, por bonita y tonta nos haga lucir bien frente a los demás.

… Se llega a la madurez.

Se tienen hijos, se les suelta dinero para mantenerlos ocupados y tranquilos (lejos). La hija se convierte en la imagen de las mujeres que siempre se odió (con las cuales se perdió). El hijo pierde la virginidad con nuestra amante e intenta chantajearnos, se convierte en la personificación de nuestro más temido rival. Se toma la opción de la venganza justa: se intenta rejuvenecer siendo verde a escondidas con las novias del hijo a las que se les ofrece más de lo que el hijo puede ofrecer y a la vez se les muestra un frasco de viagra, pero ya se tienen canas y una barriga que da vergüenza y que sólo un gimnasio puede eliminar; se logra, se alcanza el objetivo y se repite obteniendo, se descubre, se arma un escándalo en la casa, pero se demuestra que aún se tiene poder. Se ha vivido. Y después se muere. Para el entierro se contrata al obispo más famoso de la ciudad y se brotan lágrimas que en un momento se sienten sinceras.