Es, como si se hubiese rociado insecticida en toda la casa: como en un clic maligno prometiendo venganza la pantalla del televisor se funde en negro, la habitación se deja penetrar e invadir placenteramente por la mano de la noche mientras el televisor aún, a pesar de estar apagado, parece estar vivo por un aura eléctrico que lentamente se desvanece en su derredor.
Entonces viene el silencio. Un silencio inquietante porque no hay nada qué poder decir, como si doliese el movimiento propio del cerebro, como si fuese impropia y usurpadora la voz del pensamiento que pareciera que se amontona afuera como nubes negras pero en realidad se amontona de esta misma manera dentro de nuestras cabezas e intenta hablar o simplemente ser ahí, en nosotros; desea recobrar su dominio, nosotros; pero todo acto suyo de poder, de poder ser en nosotros, la voz propia, nos aturde o nos da sueño.
Entonces cae la noche densa y pesada, esa noche sin luna, la de los seres infernales, la noche que con causa se le atribuye a Lilith, la mujer añorada, la vieja sabia, la joven sabia, la misteriosa comandante de esas fuerzas hijas de toda renegación… los que subsisten. Y, entonces, cuando cae la noche, cuando cae esa noche, densa, amplia y vacua, misteriosa porque guarda secretos como tras de un velo, bien puedes refugiarte en tus sueños y sentir placeres como los que siente un renacuajo en un charco tibio y de sombra, o bien puedes aguardar, asesinar a tu televisor con un insecticida y aguardar la noche, concentrando tus fuerzas para ser lo suficientemente valiente para enfrentarte al silencio. A tu silencio. Ese silencio interno y externo que es uno solo y, cuando llegas a saber que ese silencio interno y externo se unen para ser un solo silencio, te darás cuenta de que ese silencio es un momento; y, en ese momento, pero solamente en ese preciso momento, que podrás quizás sostener a tu antojo, te encontrarás frente a un rostro o frente a una presencia. Quizás esa presencia, en un comienzo, sea la tuya sola, una presencia que antes nunca viste, que te invade saliendo de ti mismo, pero es una presencia que anhelará otra presencia. Solo ante sí mismo se anhela, fervorosamente, la existencia de dos. Venga o no venga te diré un secreto: esa otra presencia, que obedece al llamado, no es la Muerte.
¿Puedes imaginarlo, un anhelo profundo, real, que sale de tu pecho que no sea la Muerte? ¿Puedes imaginarlo?
Te he dicho que es un momento, la unión de dos silencios en un solo silencio que es tú mismo anhelando otra presencia para poder crear así un espacio en el cual moverse y ser. Una noche sin Luna.
No te duermas, no escapes, pero relájate y, confiado en que has realizado pareja, no abras los ojos y espera en la oscuridad y en el silencio hasta que sientas que rayos que parten de ti son absorbidos por una presencia aérea. Esos rayos es tu veneno mezclado con lo más puro de ti mismo. Luego sentirás que unos dedos pesados y grandes te tantean registrándote, buscando una cremallera en tu ser y abriéndola para penetrar en ti en el momento justo en el que ya no puedes escapar del sueño.
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