"Así que ésto es lo que llaman cielo?
Hacía años que quería olisquear esta rica mierda"
Teniente Roderick "Bolo" Sinclair
Montaigne se encabronó porque no estaba acostumbrado a sentir miedo. Todos ellos eran seres entrenados, seres duros con años de experiencia en los horrores del combate. Bajo la sólida aleación de sus armaduras había músculos y tendones diseñados para actuar en función de un objetivo. ¡Eran el mismísimo Escuadrón de Ensamble por el amor de Dios! No les correspondía a ellos detenerse a cavilar acerca de los planos emocionales y mucho menos sus significados y consecuencias.
Sin embargo el miedo estaba allí. Montaigne lo sentía como una segunda capa de piel, como un injerto parasitario que no lo dejaría en paz hasta tomar el control por completo. Era una locura sin lógica. El miedo se había convertido en una naúsea fría que pulsaba en la boca del estómago y se propagaba en olas hacia el resto del cuerpo. Montaigne respiró hondo y tomó consciencia de que le estaban sudando las manos y que sus pelotas se habían reducido a un par de nueces.
Le echó una breve mirada a Crasher que le guiñó un ojo y amagó una sonrisa tensa. Amarrado en el compartimiento siguiente Figueroa observaba el suelo de la nave y movía los labios en silencio.
Enfrentado a él, pero en posición invertida, el rostro de Thompsom parecía una gran luna pálida flotando por encima de su traje negro.
--- Tengo mala espina Mont --- le dijo. --- Tal vez estemos entrando en territorio equivocado por última vez ---
--- Y una mierda --- Montaigne lo fulminó con la mirada. --- Tenemos un trabajo que hacer y tenemos las mejores herramientas para hacerlo. Así que deja de ponerte a profetizar como un puto Pastor Elemental ---
Pero la sensación crecía. Montaigne consultó su muñeca. Faltaban diez minutos para el gran salto. Una vez en tierra firme, deberían enfrentarse al caos como tantas otras veces. Pero al menos sería un caos en el que todos ellos sabían moverse . La naturaleza misma de la batalla les borraría de inmediato cualquier huella de duda, pensamiento e inquietud.
La voz metálica de Paley sonó en los oídos del Escuadrón.
--- Gama 3, El Batracio estará llegando a la posición en 8 minutos. Prepárense para el salto chicos ---
Crasher se ajustó el monitor sensible y escupió en sus guantes.
--- Buena suerte Mont ---
--- Ni me lo digas ---
Tres días atrás la Federación los había citado en el Edificio Torre para terminar con las pruebas psicológicas. Pero la máquina Hertestein se había cuidado mucho de orbitar su conversación alrededor del miedo, en cambio se había pasado tres horas ajustando los detalles más insignificantes de sus vidas privadas. Al parecer a la máquina Hertestein solo le interesaban las mismas trivialidades Kaiftianas relacionadas con el sexo y los sueños y los actos reprimidos de la infancia. El aparato había concluído que en general la pandilla gozaba de un "estado emocional aceptable dentro de los parámetros de la misión" y ese fué el final de la entrevista.
Boleto al paraíso señores.
Herwig soltó su risotada de mandril y se bajó los pantalones para enseñarle su gordo culo a la máquina Hertestein. Ésta soltó unos pitidos y después de meditarlo un par de segundos le recomendó con toda seriedad que visitara un burdel para infra-sexuales. Carcajada mayúscula. Luego todos habían ido al bar de la estación a emborracharse antes de la nueva misión. ¿Acaso no era ese el comportamiento esperado?. Incluso más tarde, cuando las cosas se pusieron sórdidas hubo una feroz pelea contra un puñado de civiles, pelea en la que por supuesto, los civiles tuvieron menor participación y en la que el gran Bolo se las arregló para perforarle un ojo a uno de ellos y Bradley para dejar a otros dos seriamente lastimados. Pero el grupo seguía conservando aquel "estado emocional aceptable" y para el ministerio eso era lo bueno. Eso era lo mejor de todo, maldita sea.
Montaigne estiró las correas y accionó su monitor sensible en posición de descenso.
Debajo de sus pies se deslizaba la selva nocturna a toda velocidad como un oceáno encabritado y fantasmagórico.
--- Cinco minutos, todos en posición ---
--- Que se la den a tu madre Paley ---
--- Gracias Costail, eso espero ---
Montaigne presentía que algo se acercaba, y no tenía que ver precisamente con el enfrentamiento en si. Era como si un animal gigantesco estuviera agazapado a la espera de saltarle encima.
Dios, espero que llegue pronto, pensó, de lo contrario creo que voy a perder la chaveta.
--- El Escuadrón de Emsamble les va a enseñar modales a esos... Humbreys-como-se-llamen --- Murmuró Figueroa que a juzgar por su expresión no parecía creer en absoluto que tal cosa pudiera ocurrir.
--- Se llaman Hombres --- Interrumpió la voz de Joseff por todos los parlantes del Batracio --- Y estaría bien que por una vez aprendas el nombre de tu enemigo, creo que está noche lo vas a ver de cerca ---
Joseff sonaba más nervioso que nunca. Pero el resto del escuadrón no pareció notarlo. Cada uno estaba encerrado en su propio creciente miedo y solo atinaron a responderle con insultos como una manera burda de descargarse.
Paley salió al rescate de su compañero.
--- Chicos, la guerra es allá abajo, no aquí. Nosotros solo piloteamos éste armatoste. Oigan, Dos minutos para el salto. ¿Me oyeron? ---
--- Púdrete ---
Paley hizo caso omiso de los comentarios.
--- Thompsom? --
--- Estoy listo, cabroncito ---
--- Crasher? ---
--- Más que listo, mamón ---
--- Adorable como siempre. ¿Bradley? ---
--- Que te pudras ---
--- Costail? --
--- Si, lo que digas ---
--- Herwig? ---
--- Tu lo estarías imbécil?---
--- No necesito responderte eso ahora. ¿Figueroa? ---
--- Eres un pesado Paley, lo sabés? ---
--- Por supuesto que lo sé. ¿Bolo? --
--- Si, si ---
--- ¿Mac? ---
---¿Por qué no cortas el rollo Paley? No tenemos que aguantar esta mierda ---
--- Solo uno más y dejaré de atormentarte. Lo prometo. ¿Mont?---
--- Listo Paley---
--- Muy bien señores, así me gusta. ¡Que se mantenga el espíritu del grupo! ---.
Adelante se escuchaban sordos estampidos que de a ratos eclipsaban los motores del Batracio. Montaigne tragó saliva. Su monitor registraba resplandores blancos como relámpagos que parecían sacudir la vegetación y conferirle un aspecto irreal.
Antes de que pudiera preguntarse por enésima vez que era lo que andaba mal. La respuesta le llegó con una vehemencia innegable.
El batracio fué alcanzado por la artillería enemiga. Una explosión brutal que partió en dos la cabina y lanzó por el aire parte del fuselaje central como si fuera un trozo de cartón. El panel que separaba al escuadrón de la cabina se retorció hacia adentro y todos vieron con horror como su interior ardía en llamas. Se oyó un estruendo de hierros retorcidos que espiraló los gritos y los catapultó en intermitencias enloquecidas. A la izquierda la silueta de Paley era una antorcha viviente, un fuego azul de metano brotaba desde dentro de su esqueleto reforzado y le lamía el torso. Montaigne vió que de la nariz para abajo su rostro sencillamente había desaparecido. Aún así sus brazos intentaban figuras desesperadas como si guardaran esperanzas de frenar el tormento.
A la derecha Joseff colgaba en posición grotesca de las correas de su asiento. Partes de su masa encefálica estaban regadas por todo el tablero inferior de controles.
Montaigne no quiso ver más. Cerró los ojos y se preparó para morir. Sintió de pronto como el Batracio perdía altura y se acercaba alarmantemente al techo de la jungla. Su monitor sensible lanzó un chillido de estática en señal de que había entendido los avatares de una trayectoria aberrante. Montaigne accionó la botonera y esperó. En pocos segundos el monitor sensible se enroscó en los pliegues de su frecuencia mental como si fuera una mascota reclamando muestras de atención y consuelo.
Está bien, no pasa nada pensó Montaigne, pero se engañaba. A modo de respuesta el monitor le envió una serie de imágenes cargadas de neurosis. Una bofetada mental que lo sacudió hasta la médula. Vió bosques incendiados. Edificios en ruinas humeando desde los cimientos. Miles de cráneos apilados a lo largo de un camino de desierto. Colores rojos y violetas trabados en lucha en el marco de un paisaje eléctrico. Vió también oscuridad, pero ésta era una oscuridad repulsiva, una oscuridad elevada a la categoría de entidad consciente y cuya malignidad superaba todo lo conocido. La sensación de acecho al contemplarla aplastaba la voluntad y llenaba el corazón de terror.
Entonces la aeronave penetró en la jungla y todas las imágenes fueron barridas como insectos en una tempestad.
Montaigne abrió los ojos justo a tiempo para ver como el sistema de ventilación se rompía en pedazos y una parte de la tapa metálica volaba directo hacia el.
Ni siquiera consiguió ladear la cabeza. Recibió el golpe en plena cara con un ronco grito de dolor. Notó que la boca se le llenaba de sangre y fragmentos de dientes.
Por los visores laterales un enredo de follaje corría a toda velocidad y chocaba con violencia en los cristales. Alguien más gritó. Un grito potente, desgarrador. El viejo Mac tal vez, pero Montaigne estaba demasiado aturdido como para identificarlo. El batracio se sacudía como un simulador enloquecido y sus ocupantes eran muñecos amarrados a los asientos dando tumbos en todas direcciones. El techo de la aeronave desapareció como si una bestia enfurecida lo hubiera arrancado de una dentellada. Montaigne parpadeó frente a un cielo rojizo flanqueado por las inmensas siluetas de los árboles. A unos metros de la obertura Thompsom rebotaba entre su asiento y el compartimiento de carga. Una de sus correas se había cortado y éste no podía encontrar asidero para evitar los golpes.
Por lo que pareció un tiempo interminable, el Batracio continuó rodando y chocando contra troncos y ramas. Poco después pareció encontrar tierrra firme y espacio suficiente como para deslizarse en línea recta por unos cuantos metros. Finalmente se detuvo al colisionar contra el grueso tronco de un árbol que tenía la altura de un edificio gubernamental. La gran sacudida provocó que desde lo alto se desprendiera un escándalo de plumas y graznidos que la misma selva se encargó de tragarse.
Montaigne escupió un coágulo de sangre y con mucho cuidado se tocó la boca con la yema de los dedos.
Ahora que todo había terminado se sorprendía de percibir aquella quietud casi sobrenatural.
¿Así era la jungla por dentro?
Aterrizajes militares con estilo, usted nos señala una selva y nosotros le enseñamos como destruirla en tiempo récord. Ensayó una mueca incrédula y temblorosa pero sus labios partidos se lo impidieron. Le dolía cada centímetro del cuerpo como si lo hubieran apaleado con ganas.
Pero era increíble estar entero a pesar de toda la mierda de suerte que habían tenido.
Lo que quedaba del Batracio no era más que una cáscara de metal retorcido, un armazón irreconocible que no guardaba concordancia con ningún vehículo conocido. El denso humo negro que brotaba de la cabina lo hizo lagrimear y arrugar la nariz.
Montaigne evitó mirar los restos carbonizados de Paley y Joseff. Se desprendió las correas que lo sujetaban y se tambaleó entre los restos en busca de sus compañeros.
--- Mont. Estás bien? ---
Montaigne volvió a escupir sangre y palpó con la lengua los destrozos de su dentadura. Resultó no ser tan grave como había temido.
--- Si gran Bolo, me he volado un par de dientes pero eso es todo ---
--- Mejor así, oye ¿podrías ayudarme a zafar de ésto? ---
Montaige se apresuró a levantar una plancha de acero pero al inclinarse sobre Bolo soltó un gruñido.
La carga orgánica de Bolo se había quebrado y los gusanos de mercurio habían perforado el traje protector para meterse en el cuerpo. Era una herida del diámetro de una bala de cañón por donde se asomaba un manojo de intestinos infestados de larvas transparentes. El gran Bolo tenía los minutos contados.
--- Tienes un agujero en las tripas Bolo... la carga orgánica se ha activado...---
Bolo levantó su enorme cabeza. Gotitas de sudor habían aparecido en su cráneo y brillaban como diminutos diamantes.
--- Mierda. Ya lo sé ---
--- Lo siento Camarada ---
--- ¿Tienes algo de mordina? ---
--- ¿Mordina? No. Sólo un poco de Lid en mi Cantimplora ---
--- No me gusta el Lid. Te achica los cojones ---
--- Eso dicen ---
--- ¡Mierda! --
--- Lo siento Bolo ---
--- Deja de decir lo siento, me estás enfermando --- Bolo suspiró y miró a lo ojos de Montaigne.
--- Supongo que es un buen momento para que cumplas tu promesa Mont ---
--- Si, supongo que lo es ---
Montaigne sacó su pistola y le quitó el seguro.
--- Nunca me gustaste Mont --- Dijo Bolo.
--- Calla ---
--- Hijo de una gran puta artificial ---
Montaigne apuntó directo a la frente de su compañero.
En ese momento Crasher y Thompson llegaron tosiendo y lanzando maldiciones.
--- Eh Mont, hay malas noticias. Costail está muerto, tiene una varilla de cromo incrustada en la garganta. No podemos encontrar a los demás, es posible que hayan sido despedidos pero no sabemos... ¡Dios! ---
Se detuvieron en seco al ver la situación en la que se encontraba Bolo.
--- ¿Que demonios haces Mont? ---
---¡Silencio idiotas! No quiero que los gusanos me devoren vivo. ¿que esperan que haga? --- Bolo le hizo una seña a Montaigne. Sus pupilas se habían dilatado hasta invadir el iris. --- ¿Que estás esperando Mont? No me dejes así ¡HAZLO! ---
Montaigne disparó.
El eco del estampido repercutió en el silencio somnoliento de la selva y a lo lejos despertó voces de protesta de una fauna desconocida.
La cabeza de Bolo estalló como una calabaza podrida. La sustancia grumosa y blancuzca que conformaba su cerebro salpicó el visor lateral y se quedó adherida al vidrio como una decoración abstracta. Las piernas de Bolo temblaron como si una corriente eléctrica hubiera designado la separación de cuerpo y espíritu. El monitor sensible mostró la imagen de una mujer. Un rostro juvenil de algún recuerdo en el lapso de su vida y que se extinguía ahora en la pantalla azul. El fantasma sonrió con indulgencia a Montaigne y pronunció unas palabras inaudibles. Palabras que habían sido formuladas en otro tiempo y en otro mundo y que seguramente habían significado algo importante. Por unos segundos la imagen parpadeó con mayor nitidez, pero luego se fundió en la luz agonizante y se apagó por completo.
Ahí quedaba el viejo Bolo. Teniente oficial y asesino galáctico calificado. El gran devorador de estrellas que había sobrevivido a la guerra de los tres planetas y que había encontrado la muerte en manos del subalterno que más detestaba.
Montaigne tomó su logo de identificación y se lo guardó en el bolsillo. Unos pasos más atrás Crasher y Thompson lo observaron con expresión lúgubre pero no dijeron una palabra. Conocían bien los códigos del Escuadrón y sabían que no era momento para discutir.
Montaigne enfundó su pistola. Todavía se sentía aturdido pero ya había tomado el control de sus pensamientos. Sin mirar a sus compañeros se alejó de los restos de la nave para reconocer el territorio.
En el tramo final de su estrepitosa caída, el Batracio había atravezado un claro de unos doscientos metros cuadrados, dejando un surco en la tierra que parecía el zarpazo de un dragón. Partes del fuselaje y el motor estaban esparcidos por todas partes y brillaban a la luz de la luna con malsana intensidad. Montaigne tuvo la sensación de haber inaugurado el primer basurero espacial de la selva. Pasó junto al retorcido tren te aterrizaje y por segunda vez se sintió admirado de mantenerse con vida. Siguiendo el rastro que había dejado la nave salió del claro y se internó entre los árboles gigantes.
Cuando Montaigne se perdió de vista Thompsom le dirigió una furtiva mirada a Crasher.
--¿Crees que se ha vuelto loco de remate?---
--- No. No lo creo. Pero pienso que es un hijo de puta impredecible. El gran Bolo decía a menudo que no podía confiar en un droide semiorgánico. Nunca se tuvieron simpatía ¿sabes? ---
--- Pues a mi tampoco me gusta ---
---Ya. Debemos permanecer juntos. El enemigo puede estar en cualquier parte y éste claro nos convierte en blanco fácil. Sigamos ---
Los dos soldados fueron tras los pasos de Montaigne. A los cinco minutos de marcha ya habían descubierto que la selva era espesa y oscura, y también húmeda y sofocante, y que parecía intentar engullirlos a medida que avanzaban. Los árboles eran altos como torres y sus troncos anchos como casas. El cielo había quedado completamente oculto por una espesura asombrosa tan cerrada como la cúpula de una catedral. Crasher y Thompsom se ayudaron para trepar por los nudos de una raíz y se detuvieron al otro lado para beber un poco de Lid. Allá adelante estaba Montaigne, acuclillado y aguardándolos con esa expresión tensa, indecifrable.
Les hacía señas.
Thompson se adelantó procurando no hacer ruido.
Detrás suyo percibió que Crasher también había interpretado el mensaje.
Cuando llegó junto a Montaigne movió los labios sin llegar a emitir sonido:
---¿Que pasa Mont? ---
--- No lo sé. Adelante. cincuenta metros. Hay algo ---
Crasher observó inquieto en la dirección que señalaba Montaigne pero solo vió árboles y plantas.
--- ¿Estás seguro? ---
Montaigne lo miró como si no comprendiera la pregunta.
--- No. Pero vamos a averiguarlo. Prepárense ---
Desenfundaron sus armas y se arrastraron por la vegetación con calculada lentitud. Crasher por la izquierda, Montaigne por el centro y Thompsom por la derecha. Avanzaron con movimientos sinuosos que se adaptaban a las formas del entorno. Los ojos abiertos, los oídos alertas y los labios apretados. Habían compartido situaciones semejantes infinidad de veces, y estaban entrenados para ser sigilosos, no había soldado en la historia del universo que no conociera ese trance de vida o muerte. El instinto de preservación afilaba los sentidos y lo convertía a uno en un reptil mortífero y terrible, un animal tenso antes de dar el salto hacia la confrontación. Pero esta vez había un factor adicional que no alcanzaban a comprender y que los trastornaba.
Los tres tenían miedo. Montaigne volvió a sentir esa furia hacia si mismo que era una mezcla de vergüenza y reproche. Presentía que algo andaba mal pero era incapaz de detenerse. Sus aletas nasales se dilataron en busca de oxígeno. ¿Quien le había inoculado ese veneno? Era como un germen que crecía y lo arrastraba.
Estaban más cerca ahora. Se lo decía su corazón desenfrenado y las extrañas figuras que bailaban erráticas en los márgenes del monitor sensible.
Montaigne se adelantó unos metros y desapareció tras la cortina de hojas de una gigantesca planta parásito. Se parapetó detrás de un tronco caído y aguzó el oído.
Nada.
Solo un rumor de pájaros saludando el amanecer y más atrás, casi imperceptible, ese otro sonido bajo y grave que era como un temblor lejano, un sonido que parecía salir de las entrañas mismas de la tierra y que hablaba su propia lengua.
Preso de la curiosidad Montaigne decidió asomarse y cuando lo hizo comprendió por fin la dimensión de su error.
Abrió la boca pero gritar pero no brotó ningún sonido. No había miedo que pudiera conjurar para medirse contra eso. Montaigne por primera vez en su vida de Bio-droide se quedó paralizado y su último pensamiento coherente fue rogarle a Dios una muerte rápida y sin dolor.
El Tigre Rojo había escupido una bola de fuego que había impactado de lleno en el aparato volador. Cuando éste se precipitó sobre la selva, se relamió a sabiendas de que obtendría su cacería. Guiado por su olfato localizó a los mamíferos sobrevivientes y empezó el juego que mejor sabía jugar. Acechar. Sus poderosas patas recorrieron la jungla sin hacer el menor ruido. A las dos primeras presas las había encontrado indefensas y heridas pero no dudó en divertirse un rato con ellas antes de devorarlas.
El tercero parecía ser valiente, pero de todas maneras había durado poco. Ni siquiera tuvo la menor posibilidad. Sus grandes colmillos habían desgarrado la carne antes de que pudiera disparar esa ridícula arma. Mientras saciaba su apetito, aún con el hocico hurgando en las humeantes tripas de su presa, sus oídos detectaron a los tres restantes que se acercaban a paso firme por el antiguo camino de la ciudad catedral. Increíble!. Acaso intentaban cazarlo a él?
¿Y con que armas podrían deterlo?. El era un Tigre Rojo. Un ser eterno. Un Dios de la estirpe de los hombres.
Pero se divertiría con esos pequeños, claro que sí.
Levantó su ensangrentada cabeza y observó directo a los ojos de aquel ser insignificante.
Y la carcajada colosal que brotó de sus fauces fue un rugido que retumbó en todos los rincones del planeta.
19-4-06 |