En su día dijo la Lola de España que si cada español le diera una peseta, sólo una peseta, ella podría pagar esa descomunal deuda que, por desconocimiento de la ley, había contraído con Hacienda. La idea no pudo llevarse a cabo. Desde el punto de vista social, no corrían por aquel entonces los vientos de solidaridad que hoy refrescan nuestras avanzadas sociedades occidentales; desde el punto de vista práctico, recaudar la peseta en cuestión costaba más de una peseta y desde el punto de vista teórico, un número muy grande de individuos se comportan siempre de una manera predecible y neutra como los millones de partículas de los gases nobles que cada uno apunta en una dirección creyéndose libre y en conjunto el sistema es totalmente predecible.
Aunque ¿por qué me acuerdo ahora de Lola? Probablemente empecé el texto con la única intención de limosnear unas estrellas y unos piropos a todos los miembros de página de cuenteros y así con un simple piropo de cada uno poderme encumbrar a la categoría de escritor. Pero paso. Así sería muy fácil. Prefiero pedir críticas desalentadoras y crueles votaciones anónimas. Con ello tendré la seguridad de que cada cuento, cada linea, cada palabra que escriba, no andará buscando las lisonjas y palabras amables, sino que tendré la seguridad – aquí convendría terminar el discurso poniéndose de pie y alzando la voz- de que mis escritos serán la consecuencia de una búsqueda personal ineludible nunca contaminada por las perjudiciales influencias externas. He dicho.