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167…Y CONTANDO

-¿ Cuánto cuesta esa manzana?, preguntó el niño.
-Cinco pesos, respondió la mujer.
El niño entró la mano en los bolsillos y sacó un manojo de monedas de diferentes colores y denominaciones, las contó y se fue cabizbajo.

-¿ Cuánto cuesta esa manzana?, preguntó el niño a una segunda vendedora
-5 pesos, respondió la mujer.
-El niño se quedó mirando la manzana. Era una fruta muy bonita, casi completamente redonda y de un color rojizo tan saturado que parecía haber sido mandada a pintar por encargo. “!Que linda es!, pensaba él a medida que se alejaba de la segunda vendedora.

-¿ Cuánto cuesta esa manzana?, preguntó el niño a una tercera vendedora.
5 pesos y medio, respondió la mujer.
-Gracias, respondió el niño, y se fue con la mano derecha en el bolsillo, recontando mentalmente las monedas que tintinaban a cada paso mientras se decía a sí mismo “5 pesos y medio!!, pero es más cara que la otra, además, después de todo, no es una manzana tan bonita”.

-¿ Cuánto cuesta esa manzana?, preguntó el niño a una cuarta mujer
6 pesos, respondió la mujer.
-Gracias, y siguió su camino.

El niño preguntó a 3 vendedoras más y todas le dieron un precio superior al monto que cargaba en sus raídos bolsillos. De repente su mirada se centró en una manzana enorme, más roja que el rojo mismo y completamente limpia, prístina. Estaba como en trance, hipnotizado.

-¿ Cuánto cuesta esa manzana?, preguntó el niño a otra vendedora, la número 8 de la tarde.
-Eso depende, respondió la mujer
-¿ Y de qué depende ?, preguntó el pequeño
-Del uso que le vayas a dar.
-Es un regalo para mi mamá, dijo el niño. Entonces dame lo que tengas y llévate la manzana, le dijo la mujer. El niño sacó todas sus monedas, las contó de nuevo y le pasó el dinero a la señora. –Son 4 pesos y sesenta y cinco centavos, musitó el pequeño con cierto dejo de vergüenza, consciente de que esa cantidad de dinero era un insulto, una chilata para una manzana tan hermosa, tan apetecible, tan maravillosamente perfecta.

-Suficiente para mí, afirmó la mujer mientras tomaba el dinero y lo introducía en el enorme bolsillo que como bolsa marsupial tenía cosido el delantal que llevaba puesto.

El niño tomó su manzana y echó a correr. Atravesó el mercado como un rayo, se introdujo en el laberinto de callejones, pasadizos, recovecos y cañadas que marcan su vecindario como si fueran los famosos canales de Marte que una vez alguien afirmó eran parte de un complejo sistema de riego. En cuestión de minutos llegó a una casa de madera y tejas de zinc, sin pintar y ligeramente inclinada al norte, como si estuviese orientando a quienes la habitaban. La pequeña casa y el patio contiguo estaban atestados de personas. El pequeño se abrió paso entre la multitud y se detuvo justo en el centro de la sala, frente a un ataúd viejo y descolorido. El niño se acercó aún más y cuando se vio frente a aquel cuerpo negro, de rostro enjuto y aspecto apacible que llenaba los límites del cofre mortuorio, colocó la manzana en la mano izquierda del cadáver. –Aquí está la manzana que pediste anoche, mamá.

Y se fue. Se fue a llorar a orillas del río en el que tantas veces su madre lo ayudó a bañarse, a quitar el sucio de sus ropas o a lavarse la cabeza. Lloró para él, con la compañía solitaria de unos pececitos de colores y unas algas verdosas enredadas en los remos de un bote cercano anclado a un poste tan solitario y olvidado como él. Lloró
recordando el momento en que su madre le dijo, 24 horas atrás, que lo único que quería para la cena de navidad era la manzana más bonita del mercado y como ese deseo se convirtió en una obsesión. Lloró por la incertidumbre que le esperaba en la vida y por el hecho de que el asesino de su madre era su propio padre, quien enloquecido por los celos e imposibilitado de entender que ya su mujer no lo quería, se constituyó en justicia divina y decidió matarla. En vez de una navidad de risas y esperanzas, Juanito Pérez vio como su madre, Margarita Asencio de Pérez, terminó convertida en una cifra macabra, en un dato estadístico más de la sociedad dominicana: La 167. La mujer número 167 que en el transcurso del año caía asesinada en manos de su esposo, novio o concubino por el delito imperdonable de no amar más a “su hombre”.




Texto agregado el 12-12-2003, y leído por 372 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-04-2004 Un texto de gran calidad emotiva. Atrapa al lector de una manera inocente y lo va arrastrando a emociones cada vez mas intensas. Un abrazo. Raymond
29-01-2004 Muy Buen, es un pedazo de la triste vida de nuestros pueblos, no hay nada superfluo, el texto te atrapa y no te deja hasta el final, saludos guardia
20-01-2004 haces llorar a cuelquiera. Me ha conmovido mucho que hagas de tu tema central el abuso que sufren las mujeres en nuestro pais. Gracias por ser una voz de alarma y una pluma delicada chachi
01-01-2004 muy bueno, saludos, migu
14-12-2003 Que bueno haberle encontrado estimado! A pesar de la dureza del texto, logra sacar al lector del terreno del sólo conmoverse para depertarle ecos de pensamiento. buena pluma. Con detalles de lija finita aún, pero de muy buena factura. gracias por compartirlo hache
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