De lo que has hecho en París al alejarte (*1)
Que nuestras palabras no hagan eco mutuo siquiera en sus significados no implica que no seamos de alguna forma lo mismo. Porque cuando te vi en el museo, estabas cazando mientras todos eran presa de las brujerías de los autores. Llantos estallaban allí y otros sonreían o se amaban afectados por los colores y formas que entraban por sus ojos. No te vi la cara pero sé que no podrías más que reírte, como lo haría cualquiera que supiese del falso sufrimiento de los embrujados. Yo mismo, más de una vez me he sonreído conteniéndome al mismo tiempo para no estallar en una carcajada en algún cine al ver una tragedia, pero yo mismo me he encontrado llorando en alguna otra y me he tenido que reír de mí: reír del llanto.
De las primeras causas para los dolores, todas conocen el camino a mi corazón. Saben por donde acercarse y ya no golpean a la puerta. Muchas veces me pregunté sobre la realidad de mis sufrimientos, pues si las causas de las obras de arte, en su intento de afectarme, sólo me provocan risa, ¿qué legitimidad tendrá la vida para causarme dolores?
Te subiste a un avión y pensé que eras una causa más. ¡No es necesario que se vaya Destino, prometo sufrir como si esto fuese real, pero permítele quedarse! grité para mis adentros mientras pisabas el anteúltimo escalón que te alejaría de mí por siempre, aunque yo no lo sabía todavía pero seguramente lo suponía con mi más que famosa espiritualidad trágica.
El último cigarrillo que fumo cada día en mi mugroso departamento inevitablemente me recuerda a ti, experta en extinguir lo último. Un año ya lejos mi voz no puede tener el tono del rencor aun, ni el de la discordia, aunque mis amigos dicen encontrarme más gris y más canoso. Ridículo sería que te acusase del paso del tiempo, pero no estoy seguro si contigo aquí los días serían un pestañear veloz como lo son ahora para mí. Ahora sé, que imaginada caminando en el Louvre, todavía eres causa de mis sufrimientos.
(*1) El arte no imita a la vida, la vida toma sus reglas del arte, que son las mismas pero son más obvias en el primero. Los observadores de espectáculos son ridículos y absurdos no por ser afectados, sino por no saber las reglas por las cuales son afectados. Quien conozca las reglas puede darse el lujo de ambas cosas: o ser afectado honorablemente o rechazar la vida, el arte y La Belleza con toda su voluntad o desprecio. |