Al señor ni lo conocía, pero ocupó el asiento junto al mío en el avión. Intercambiamos el cortés buenos días y seguí enfrascado en mi lectura mientras llegaba el despegue. ¡Todo un contraste comenzar “The Bourn Identity” tras concluir apenas anoche el “Ensayo Sobre la Lucidez”! La trama de acción me absorbió tanto que cuando me di cuenta ya se veían muy abajo las nubes y sus respectivas sombras sobre el mar.
Total que tan pronto como mis ojos dejaron momentáneamente las páginas, la conversación no se hizo esperar. Mi vecino y yo comentamos las banalidades protocolarias y pronto dimos paso al trueque de nuestras biografías, si bien superficiales y resumidas. Para efectos de la descripción diré que al hombre le calculo unos sesenta años, con el cabello y el bigote entrecanos, delgado y alto, con aire pacífico. Dijo contar con treinta años de matrimonio y dos hermosas hijas que eran su adoración. De profesión médico, cardiólogo para mayores señas.
El doctor me interrogó acerca de los vericuetos de la abogacía en materia impositiva y compartió conmigo un par de anécdotas con el fisco, ninguna agradable, por supuesto. Yo le devolví las preguntas y me encontré en un mundo desconocido para mí de aortas, arterias, ventrículos izquierdos y derechos y demás, pero sobre todo de interesantes vivencias en el quirófano y el consultorio.
Ya entrados en materia, tal vez con el instinto del abogado que hace una pregunta porque sabe que es la vía para la siguiente, o quizás por vivir días en que nos saturan con encuestas y porcentajes, desmenuzamos por un rato las estadísticas de los pacientes, dividiéndolos por edades, dolencias y géneros, para así, por qué no, preguntarle cuáles son los cuidados que uno debe observar para evitar infartos y demás vicisitudes cardiacas. Por algún motivo, tras oír sus explicaciones, le dije que yo asumía que la receta era la misma para hombres y mujeres.
El doctor sonrió, se ajustó los anteojos y gentilmente me corrigió: “No es así, mi amigo. El corazón de una mujer requiere de cuidados especiales. Por principio de cuentas debe ser alimentado diariamente con pequeños detalles y buenas porciones de buen humor, para así mantener alegres sus latidos. Con una mezcla de confianza y respeto, podemos asegurarnos de que en todo momento cuente con el espacio suficiente para palpitar con libertad. Siempre será joven el corazón de una mujer si eres capaz de contemplarlo, si lo acaricias despacio, si respiras hondo su floresta, si saboreas sus emociones, y muy importante, si escuchas con atención lo que tiene para decirte, aunque seas lento en entenderlo. Pero además, quien pretenda tener a su cargo el cuidado del corazón de una mujer, requiere el desarrollo de un sexto sentido, de una intuición, de un instinto, para la correcta medición de las pulsaciones y así pronunciar la palabra adecuada en el momento justo o simplemente acompañar en silencio. Sé que todo esto suena más complicado que armar el cubo de Rubik, pero en realidad es muy sencillo y llevadero cuando verdaderamente amas a ese corazón”.
Aterrizamos y me despedí del doctor. Mientras lo miré encontrarse con sus tres adoradas mujeres, pensé en que fue una afortunada decisión la mía de hacer esperar a Mr. Robert Ludlum.
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