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VII

La realidad es una masa informe que cada uno moldea a su amaño. Lo que se narra a continuación, es un juego interactivo en que las opiniones de algunos se mezclan con las de otros. Quizás la verdad aflore en algún sentido:


-Antes que nada, señores lectores, debo aclararles lo siguiente. Soy un testigo ocular de los hechos. Conozco a Segismundo Hinostroza. Hasta los treinta y tantos años fue un individuo, metódico, formal y responsable. Nunca he conversado con él, pero hace un año , más o menos, cambió sensiblemente de conducta. No puedo referirme a su intimidad porque -repito- no he intercambiado con él ni un mísero saludo. Y eso que somos casi vecinos. Es lamentable lo que sucede con este muchacho. Casado con una mujer muy buenamoza y padre de dos lindos hijos, perdió de repente la razón y se marchó hacia rumbos desconocidos. Dicen que se separó, lo que no me consta. Se han escuchado muchos rumores a los que no les doy crédito. Suponen algunos que enloqueció de amor. Dicen, no me consta. Cuentan que presa de una extraña fiebre, al igual que Don Quijote, se fue a desenredar entuertos. Dicen.

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-No sé. Supe de buena fuente que al pobre lo habían sorprendido en un hotelucho de mala muerte disfrazado de mujer. Eso -se lo reitero- me lo contaron. Dicen también que el policía que se lo llevó detenido es hijo de un vecino del degenerado. Por eso lo dejó su mujer, por marica. Ahora está preso, pero pronto saldrá en libertad y volverá a sus andanzas.

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-Antes que nada, debo aclararles algo. Yo no hablo por hablar. Me molestan los comentarios maliciosos y antes de hablar, me gusta cerciorarme por mi mismo de lo que estoy contando y también soy precavido con quien se lo cuento. No me gusta que se desvirtúe lo que estoy diciendo. En lo que se refiere a Segismundo, puedo aseverar rotundamente que es un simple fetichista. En su pieza se encontraron infinidad de prendas femeninas, muchas fotografías de una mujer que no era su esposa, una paloma coja disecada y varias cartas de amor dirigidas a Amanda, que no es su mujer, por lo que se deduce del contenido de las mismas.

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-No. Desmiento todo lo dicho. Segismundo es un ser absolutamente normal. El está preso pero aquí hubo una intriga. Su mujer quiso deshacerse de él, pero como no tenía motivos, le acusó de adulterio, lo que no dio resultado porque no se le comprobó nada. Entonces involucró a una amiga para que lo enamorase. Hubo aquí un error de cálculo ya que a la esposa se la comieron los celos y lo acusó de vago, de sádico y de cuanta patraña se le ocurrió. Ahora se la ha visto errando por las calles. La loca es ella. El es inocente de todo lo que se le acusa.

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-Soy la dueña de la pensión en que vive don Segismundo. Él es un anciano muy amable, correcto y cumplidor. ¿Pero sabe? El pobre está un poquito ido pero yo pienso que es por su edad. Es solo, el pobrecito y nunca le ha visitado nadie. Ama las palomas y las trata como si fuesen sus hijas. Siempre está hablando de una cojita que parece que es su favorita. Aparte de su chochera, es un buen hombre, solitario y melancólico. Le encanta salir a pasear a los parques y plazas. Debe tener entre setenta o setenta y cinco años pero es muy sano. A veces olvida su propio nombre y busca y rebusca entre sus cosas hasta que encuentra una fotografía en que aparece un caballero rodeado de varias personas. No se quien será el, pero cuando la mira se pone a llorar con amargura. Me da mucha pena el pobre anciano.
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-Soy médico. El caso de Segismundo Hinostroza es muy extraño. El sufre una fijación con alguien que conoció en su infancia, al parecer una empleada de la que se enamoró y que nunca pudo olvidar. Ella -al parecer- se llamaba Amanda y se supone que lo sedujo. El resultado de esto es que desde entonces el hombre gusta de rebautizar a todas las mujeres con ese nombre. Lo hizo con su madre, con sus hermanas, sus amigas e incluso con su mujer. Menciona a otra mujer -inexistente para mi gusto- y hasta a las enfermeras las llama así. Es un caso digno de estudio. Su mujer lo sorprendió en su pieza vestido de mujer. No. No es fetichismo. Tampoco travestismo. Nada de eso. En el fondo, vislumbro que el tipo es víctima de una profunda soledad. ¿.Recuperación? Cuando sus incoherencias lo sean del todo, entonces podremos catalogarlo como un loco y entonces -sólo entonces podremos encontrar un método que ayude a su recuperación.
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-Señores lectores. Todo esto no es más que una simple confabulación y no contra mí sino contra todos ustedes. Si lo analizan, se han dado el trabajo de seguir mi relato, se han ido formando una opinión, han imaginado un final probable y de pronto surgen unos cuantos entrometidos para desvirtuar mis palabras, haciendo un grave daño a mi credibilidad y -lo que es más lamentable- abusando groseramente de la buena fe de ustedes. Ello amerita una demanda pero como estos individuos no dan la cara, creo que por ahora están a salvo. Por lo tanto, vuelvo a poner en claro que mi nombre es Segismundo Hinostroza, un ser romántico por naturaleza, casado, separado y vuelto a juntar con mi esposa con la cual tenemos dos hijos, dos búhos maliciosos a los que adoro por sobre todas las cosas. Debo reconocer además que estoy profundamente enamorado de Amanda, la amiga de mi esposa, pero eso le ocurriría a cualquier hombre que la conociera porque ella es adorable. Tengo poquísimos amigos, entre ellos a don Rosendo, un anciano educado y amable que se muere por las palomas y a quien conocí cuando me debatía en medio de una atroz depresión. Gracias a sus consejos le encontré un nuevo sentido a mi vida, regresé con mi esposa y ahora trabajo en una buena empresa que llena todas mis expectativas en materia de realización e ingresos. La verdad es que me veo muy poco y posiblemente por ello se hayan tejido todas esas especulaciones. Juro que nunca he estado en la cárcel ni en el manicomio. Ojalá que esto sirva de lección a todos, especialmente a ustedes que son excelentes lectores y que si han leído El Proceso de Kafka, no escucharon la posible voz disidente del protagonista. Tampoco Don Quijote tuvo la oportunidad de demostrar su cordura, absorbido por la dictatorial pluma de Cervantes. Y así tantos otros personajes que fueron sometidos al arbitrio de un escritor. Es dramática la situación de un ser ficticio. De hecho, se nos crea, se nos da una connotación y de acuerdo a la veleidosa imaginación del narrador, somos sometidos a una multiplicidad de acontecimientos por alguien que no es Dios y que por ello desconoce sus códigos. Soy el personaje, en este caso. Quienes intentaron cambiar mi esencia haciéndoles creer a ustedes que yo era un homosexual, un fetichista o un loco, son el equivalente de aquellos seres reales que desacreditan al prójimo por el simple hecho que ellos son incapaces de destacarse por sus propios méritos. ¿Creen en mi? ¿Creen en mi relato? Presiento que dudan, puedo sentir que la suspicacia brilla en sus ojos, el daño, por lo tanto, ya está hecho. Soy un ser real. Si pudiese traspasar estas páginas, se convencerían que tengo un corazón poderoso que late y bombea sangre roja y caliente como las suyas. También, aunque le parezca patético, tengo un alma. Es posible que esto lo echen a la risa porque se preguntarán: ¿cómo es posible que un personaje ficticio que no es otra cosa que tinta y papel, presuma de ser un ser de carne y hueso y reclame su libre albedrío? Y yo les pregunto a ustedes: ¿Acaso el mundo no está poblado de miles de seres reales, tangibles, países enteros que -sin embargo- sólo existen para usted en una hoja de periódico o en la pantalla de su TV, situaciones que supuestamente son reales y que ustedes quizás nunca conocerán y que por lo mismo son tan ficticias como yo? Esto que sucede acá puede significar un golpe mortal para la literatura y para los medios de comunicación. ¿Acaso no es terrible que a un lector le cambien el libreto y la secuencia de un relato, dejándolo sumido en un océano de preguntas sin respuestas o -por el contrario- acribillándolo con una multitud de ellas? Por todo esto, es preciso que se tomen las acciones correspondientes, demandando al autor y a aquellos personajes de conventillo que no se merecen estar en este cuento. De ahora en adelante, exigiré más respeto. Prueba de ello es que hablaré con mi autor y le pediré que sólo escriba para los delincuentes. Si desea burlarse de su buena fe, no habrá mayores problemas ya que en principio creo que ellos no la tienen .
Termino aquí mi relato con la agonía de desconocer si mi historia ha tenido esa dosis de credibilidad necesaria, no para transformarse en un clásico, sino para permitir que yo sobreviva en el recuerdo de ustedes como un simple ser anónimo, uno más de tantos que nunca conocerán.


F IN













Texto agregado el 21-04-2006, y leído por 306 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-04-2006 Tremendo, genial, no tengo palabras para elogiarte, sufrí con tu personaje todos sus alti bajos, su gusto por el trasvestismo, su depresión, su búsqueda, sus dos mujeres, el temor de sus hijos ante un padre incapaz de sortear los avatares de la vida, su pobreza, la pérdida de todo, su locura y su reencuentro con la realidad, para mi es humano, tiene sangre y un corazón que late, por suerte rehizo su vida, quiero creer ese final. Besitos y estrellas. Magda gmmagdalena
21-04-2006 es verdad, la realidad la creamos nosotros angeles2006
 
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